Lisboa también forma parte de esas ciudades que cuentan con uno de esos temibles asesinos cuyo nombre forma parte de la historia de la ciudad. Se trata de Diogo Alves, un gallego popularmente conocido como “El asesino del acueducto” porque asaltaba y robaba a sus víctimas en la pasarela del señorial Acueducto de las Aguas Libres en 1840, uno de los principales accesos a Lisboa en aquella época…
El brutal asesino en serie que terminó con la vida de más sesenta personas entre 1836 y 1839 en el Valle de Alcántara, en Portugal, sorprendentemente no fue juzgado por ninguno de los crímenes que cometió en el acueducto, sino por asaltar y asesinar a un conocido médico y a su familia en su domicilio. El juicio de Alves fue uno de los primeros procesos judiciales mediáticos en la historia del país, dado que hacía años que no se ahorcaba a un delincuente y los lusos necesitaban que se condenara a alguien a muerte con el fin de dar una lección a los criminales y retomar la seguridad en las calles.
La táctica de Diogo Alves era asaltar a sus víctimas para asesinarlas y arrojar los cadáveres al Acueducto de las Aguas Libres, una construcción de 700 pies de altura sobre el agua. Su uso se lo daban principalmente los agricultores para llevar sus cosechas. Sin embargo, Alves vio una oportunidad allí para camuflar el asesinato. Diogo Alves esperaba el anochecer, cuando los campesinos regresaban a su casa, utilizando este único paso de acceso a la ciudad. En ese momento, les robaba todas sus ganancias y los arrojaba al acantilado con el cual simulaba el suicidio de sus víctimas.
Durante mucho tiempo la policía de la localidad creyó pues que se trataba de un brote de suicidios o un suicidio en masa, debido a la cantidad de cadáveres encontrados en el mismo lugar. Sin embargo, como las personas asesinadas eran de clase baja y añadido que los crímenes eran camuflados como suicidios, la policía de la época nada hizo por detener estos hechos. Hasta que Diogo cambió de táctica junto a un grupo de ladrones e ingresaron en la casa de un médico de la zona asesinando a toda la familia. Fue entonces cuando la policía entendió que Alves había sido el culpable de las muertes de los campesinos. Tras el ataque a la residencia del médico donde mató a cuatro personas, Diogo fue detenido, enjuiciado y condenado a morir en la horca en febrero de 1841.
La frenología
Los científicos portugueses de la época asombrados por su crueldad y vileza, decidieron guardar su cabeza en un bote de formol con el fin de estudiarla y analizar las raíces de su maldad. Después de más de 170 años, la cabeza de Diogo Alves se encuentra hoy conservada en un bote en las estanterías de la Facultad de Medicina de la Universidad de Lisboa.
En esa época, la frenología se encontraba en pleno ascenso. Los seguidores de la frenología tenían la creencia de que al estudiar el cráneo del asesino podrían encontrar respuestas sobre la crueldad de los crímenes que cometió. Lamentablemente no lograron encontrar ninguna idea del cráneo de Alves. Cuando Diogo Alves fue arrestado, los oficiales le preguntaron si sentía remordimientos por sus crímenes, a lo que Alves contestó: “Solo sentí remordimiento una vez, cuando maté a un bebé para mantenerlo en silencio. Antes de que pudiera matarlo, me sonrió. Luego sentí remordimiento”.
La frenología es una pseudociencia desarrollada por el anatomista vienés Franz Joseph Gall, que pretendía explicar por medio de la inspección minuciosa del cráneo del individuo características tales como la capacidad mental, carácter y personalidad del mismo. El auge de la frenología en los círculos de pensamiento intelectual de Europa tuvo tanta importancia, que incluso personajes de la talla del filósofo W.F. Hegel trató el tema en sus obras. De acuerdo a las tesis de Gall, los contornos de la corteza cerebral determinaban en su aspecto exterior las características más sobresalientes de la persona, al someterse al examen por un perito frenólogo.
Los preceptos frenológicos, antes que basarse en evidencias fisiológicas del funcionamiento del cerebro, asumían conceptos erróneos que distaban de ser considerados científicos. Como ejemplo de esto, al examinarse criminales y asesinos, se llegó a afirmar que existía un órgano del crimen en el cerebro de los reos.
El avance de la ciencia médica y fisiología cerebral en el siglo XX hizo perder el prestigio del que gozaba la frenología. Las conductas y rasgos de carácter de los individuos fueron dejados en manos de especialistas como los criminólogos y médicos forenses, quienes a diferencia de los discípulos de Gall, acuden a estrictos protocolos científicos para determinar las causas del comportamiento de individuos psicópatas, personas antisociales o con otro tipo de conducta perniciosa. Así, la frenología quedó para la historia de la ciencia médica como un resquicio medieval, que prejuzgaba sin fundamentar científicamente.
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