El descubrimiento es fruto de un proyecto actualmente en curso, coordinado por investigadores de la Universidad del Norte de Arizona, en Flagstaff, Estados Unidos, utilizando el Telescopio Espacial Spitzer de la NASA. Al examinarlo con mayor detalle y gracias a un poco de suerte, los astrónomos encontraron evidencias de una actividad más propia de un cometa. Dicha actividad no se logró detectar durante tres décadas de observaciones.
Los resultados de la investigación conducida por Michael Mommert, del DLR (la agencia espacial alemana), y ahora de la Universidad del Norte de Arizona, muestran que Don Quijote no es un cometa muerto, y por tanto a efectos prácticos un asteroide como anteriormente se creía, sino que tiene una débil coma o cabellera, así como una cola, igualmente discreta. De hecho este objeto, considerado como el tercer asteroide más cercano a la Tierra conocido, posee grandes cantidades de dióxido de carbono y presumiblemente agua congelada.
Este descubrimiento implica que el dióxido de carbono y el agua congelada pueden estar presentes también en otros asteroides de los que son capaces de pasar cerca de la Tierra.
El hallazgo no afecta a las probabilidades de colisión de la Tierra con Don Quijote, que son bajísimas en la escala humana del tiempo, pero sí introduce un cambio importante en los modelos teóricos sobre los orígenes del agua en la Tierra. Impactos de cometas, como Don Quijote, a lo largo del tiempo a escala geológica, o durante una época muy antigua en la que las colisiones entre astros en el sistema solar eran mucho más frecuentes que ahora, pudieron ser la fuente de al menos una parte del agua que hoy posee la Tierra.
La cantidad de agua que se calcula que alberga Don Quijote es de aproximadamente 100.000 millones de toneladas, casi la misma cantidad de agua que acoge el Lago Tahoe, en California.
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