Resulta desolador que un país como el nuestro, España, que ocupa el puesto número 13 en el ranking mundial por su Producto Interior Bruto, no cuente con una sola universidad entre las 100 más prestigiosas del mundo, y entre las cien siguientes solo esté la Pompeu Fabra, de Barcelona, y esta en el puesto 186.
Detenerse en el análisis de las causas de estas situación sería muy complejo y escapa por completo a la intención de este comentario. No puede ser solo cuestión de dinero, aunque ello sea significativo. Un ejemplo, la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, para un total de 21500 estudiantes (la mitad de ellos de doctorado) tiene un presupuesto de 2208 millones anuales de euros. El conjunto de todas las universidades públicas españolas, para un total de 1561000 estudiantes, alcanzan un presupuesto global de 8730 millones de euros. Otro problema es el incestuoso sistema (incestuoso, sí, más que endogámico) de selección del profesorado en las universidades españolas. En Estados Unidos ninguna universidad contrata como profesor a un graduado o doctorado de la misma sin experiencia académica acreditada en otra universidad distinta. No está escrito en ningún sitio, pero es algo aceptado tácitamente por todas ellas.
Hay un viejo aforismo latino en la Universidad de Salamanca que reza así: "Quod natura non dat, Salmantica non praestat". No hace falta ser Virgilio ni Cicerón para entenderlo: "Lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo otorga". A pesar de ello, reconozco que para un joven cualquiera, eso sí, despierto y animoso, el paso por la universidad, cualquier universidad, puede resultar algo mágico.
Sobre la magia de la vida universitaria una de las personas que más y mejor ha escrito ha sido George Steiner. De él se pueden decir muchas cosas pero yo voy a señalar únicamente dos:
que es uno de los más importantes intelectuales de la segunda mitad del siglo XX, y que toda su obra viene caracterizada por una insaciable búsqueda de la "excelencia". Excelencia humanística, literaria, académica, y vital. No es extraño, pues, que el crítico literario Martín Schifino titulara el comentario de una de sus obras: "Los libros que nunca he escrito" (Siruela, Madrid, 2008), como "Utopías de la excelencia".Nacido en París, en 1929, en el seno de una familia judía austriaca emigrada a causa del nazismo, en 1940 se traslada a Estados Unidos con su familia, obteniendo su licenciatura por la Universidad de Chicago, el MA (Master of Arts) por Harvard y el doctorado por Oxford. Ha sido profesor en Princeton, en Innsbruck, en Cambridge, en Ginebra, en Oxford y en Harvard. En 2001 recibió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.Por mi parte hará quince años que leí por vez primera su magnífico "Errata: El examen de una vida" (Siruela, Madrid, 1998). Un excepcional libro autobiográfico que me impresionó profundamente y al que vuelvo a menudo en busca de inspiración. Llegué a él, como en tantas otras ocasiones, a través de un artículo en Revista de Libros, en este caso, el titulado "El pensamiento como vocación", del escritor Ángel García Galiano.De mi emocionada lectura de "Errata" recuerdo con especial intensidad los capítulos que hacen referencia a la enseñanza universitaria y a su propia experiencia académica, como alumno, primero, y como profesor después, siempre en busca de esa "excelencia" que caracteriza toda su obra."Una universidad digna -dice en él- es sencillamente aquella que propicia el contacto personal con el aura y la amenaza de lo sobresaliente. Estrictamente hablando, esto es cuestión de proximidad, de ver y escuchar. La institución, sobre todo si está consagrada a la enseñanza de las humanidades, no debe ser demasiado grande. El académico, el profesor, deberían ser perfectamente visibles. Cruzarse a diario en nuestro camino". Y continúa más adelante: "En la masa crítica de la comunidad académica exitosa, las órbitas de las obsesiones individuales se cruzarán incesantemente. Una vez entra en colisión con ellas, el estudiante no podrá sustraerse ni a su luminosidad ni al desafío que lanzan a la complacencia. Ello no ha de ser necesariamente (aunque puede serlo) un acicate para la imitación. El estudiante puede rechazar la disciplina en cuestión, la ideología propuesta (…) No importa. Una vez que un hombre o una mujer jóvenes son expuestos al virus de lo absoluto, una vez que ven, oyen, “huelen” la fiebre en quienes persiguen la verdad desinteresadamente, algo de su resplandor permanecerá en ellos. Para el resto de sus vidas y a lo largo de sus trayectorias profesionales, acaso absolutamente normales o mediocres, estos hombres y estas mujeres estarán equipados con una suerte de salvavidas contra el vacío."
¡Qué envidia!... Si encuentran algún parecido entre esa "experiencia" y la de nuestras masificadas universidades actuales, será por una excepcional casualidad. No la desaprovechen, porque es difícil que se repita... Espero que disfruten con estas lecturas que les propongo.Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos.
HArendtEntrada núm. 2048elblogdeharendt@gmail.comhttp://harendt.blogspot.comPues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri