En aquel artículo dije que "El destino del hombre es el autogobierno" y que "Ser gobernados por otros siempre es un fracaso, una humillación y una insoportable opresión que se ha justificado en la Historia aludiendo a las bajas pasiones e instintos del ser humano, algo que está por demostrar. Si, para colmo, como ocurre en España, nos dejamos gobernar por una casta política elitista y arrogante, plagada de corruptos y canallas sin escrúpulos, la humillación se convierte en indignidad, fracaso y atentado contra las leyes supremas de la razón y de la vida."
A lo largo de mi vida, por mi condición de corresponsal de prensa en numerosos países y de organizador de foros de opinión, he conocido de cerca a muchos altos mandatarios. Casi todos ellos eran despreciables endiosados que se creían con derecho a gobernar y que carecían de respeto alguno por sus "subditos", pero hubo dos que se salvaron un poco de esa riste condena, quizás porque se hicieron a si mismos o por su condición humana de luchadores natos. Fueron el dictador panameño Omar Torrijos y el presidente italiano Sandro Pertini. Los dos me dijeron que el poder es malo por naturaleza y que el hombre debe aspirar a autogobernarse y a suprimir los gobiernos. A ambos les pregunté por qué decían eso. Torrijos me dijo que "el poder tiende a justificar su existencia creando conflictos e injusticias, que después soluciona" y me explicó el caso de la policía, que si no hay delitos los crea para incrementar la inseguridad y aumentar constantemente su poder. Perttini me dijo algo todavía más grave: "el poder tiende siempre a oprimir y a envilecer al ciudadano para justificar su existencia y hacerse imprescindible" y concluyó: "los gobiernos saben que carecen de sentido si los ciudadanos fueran honrados, educados y responsables, por lo que luchan para que sean justo lo contrario".
Poco tendría yo que añadir a tan sabias y sorprendentes declaraciones de dos hombres que conocían el poder porque lo estaban ejerciendo cuando pronunciaron aquellos terribles juicios.
Pero voy a permitirme la licencia de poner sobre la mesa el ejemplo de las rotondas, cada día más numerosas porque aportan autogestión del tráfico rodado en las carreteras y ciudades y solucionan muchos problemas. La rotonda elimina semáforos y guardias y entrega al ciudadano toda la responsabilidad del tráfico rodado. Curiosamente, funcionan y es muy difícil que se produzcan accidentes o problemas en esos espacios. La clave de su éxito es que el ciudadano, sin interferencia de la autoridad, al gestionarlas, se torna responsable y cumplidor.
Lo mismo podría ocurrir en miles de espacios de la vida política, social y cultural que, en manos de los ciudadanos y sin autoridades que las gestionen, funcionarían mil veces mejor.
Sin embargo, tienen razón los que afirman que el ser humano, por sus bajas pasiones, no está preparado actualmente para ejercer el autogobierno. Pero la explicación es la que daban Torrijos y Pertini: el mismo poder es el que introduce esas bajas pasiones en la ciudadanía, para envilecerla y así justificar su dominio y opresión.
Mientras tengamos al frente de nuestras vidas a políticos formados e incubados en esas organizaciones mafiosas y nada ejemplares llamadas partidos políticos, la humanidad jamás avanzará y el hombre será siempre más esclavo que libre. Los partidos políticos forman a los futuros dirigentes de la sociedad en un ambiente siniestro, donde no existe libertad sino sometimiento al lider, donde se han suprimido el libre debate, el reino de la verdad y la opinión sincera, donde la sumisión sustituye a la libertad y donde todo el que actua de acuerdo con su conciencia o libre albedrio será laminado por el verticalismo autoritario que convierte a las élites en cúpulas endiosadas y obtusas, muchas veces enfermas de aquel "sindrome de la arrogancia" que describe magistralmente en sus libros el médico británico David Owen, otro que conoce bien el poder desde dentro por haber sido ministro de Sanidad y de Asuntos Exteriores de su país.
El mundo tiene que ser cambiado para que se salve. Los que gestionen el poder no pueden ser políticos profesionales a los que el ciudadano no exige valores ni competencias, sino ciudadanos elegidos por su virtud, independencia, preparación y honradez. Poner a mafiosos o a vulgares mediocres desconocedores de la democracia y de la grandeza humana al frente de la sociedad es un suicidio. Cuando el mundo sea gobernado por filósofos virtuosos, estrechamente vigilados por ciudadanos y hayan quedado prohibidos los malvados partidos políticos, entonces, sólo entonces, el hombre podrá empezar a avanzar hacia el autogobierno, conquistando cada día nuevos metas en el autocontrol, la disciplina, la virtud y la canvivencia con sus semejantes.
El gran problema del mundo, desde que lo conocemos, es que casi siempre ha sido empujado por sus gobernantes hacia el lado miserable de la vida, estimulandoles la envidia, el odio, la violencia y otras bajas pasiones que sólo convienen al poder, que así se justifica, se hace necesario y permite a las élites poderosas disfrutar de privilegios que no merecen y que construyen sobre las privaciones de las mayorías.
Fidel Castro, a quien también conocí cuando era corresponsal extranjero en Cuba, decía algo parecido a lo que afirmaban Torrijos y Pertini, pero adobado por su totalitarismo marxista leninista: "el comunismo va a crear un 'hombre nuevo' que ya no necesitará ser gobernado y nos permitiremos, entonces, suprimir el Estado".
Todos sabemos lo que ocurrió con el comunismo, que quería suprimir el Estado, pero sólo supo convertirlo en un gigante cruel y asesino. Sin embargo, reconocía que la meta del ser humano es prescindir del gobierno y del Estado, dos instituciones que degradan la especie humana y que reducen al hombre, rey de la creación, a la condición de esclavo sometido a grupos organizados.
No sé si estas reflexiones explican y justifican mi afirmación de que "El destino del hombre es el autogobierno", pero al menos demuestran que bajo gobiernos como los que, por desgracia, estamos sufriendo, la Humanidad no puede avanzar y tiende a retroceder, rodeada de abuso, corrupción y de manadas de chorizos y delincuentes afincados en el poder, con más poder del que merecen. Por lo que a mi respecta, creo firmemente que el hombre avanzará a pasos de gigante hacia la perfección y la verdadera civilización si no tuviera el lastre de sus gobiernos y creo también con toda mi alma en la afirmación de Rousseau, cuando dijo que "la voluntad política es indelegablo y cuando el hombre permite ser representado por otros, pierde la condición de ciudadano y se torna esclavo".