Me parece a la vez fácil y difícil volver. Por un lado ya no hay una razón para escribir, habiendo terminado el desafío, pero por otra es ahora precisamente cuando he de marcar sobre el mapa la ruta, ahora que por fin tengo elección de hacerlo o no hacerlo. Y es que decidir es siempre la parte difícil, que con la inercia se vive más tranquila. En realidad llevo echando de menos estos momentos ante la pantalla los últimos tres días. Al final del día 30 me paré un segundo y fui consciente por primera vez de la importancia que había tenido para el pasado, el presente y también para el futuro que aún no sabemos cómo va a ser. Fue importante porque rompí la barrera. Y llevaba construyéndola años. Tuve la voz.
El día del final-comienzo fue como si el mundo hubiera decidido celebrarlo conmigo. Pasamos la tarde en una fiesta en la montaña y después caminamos kilómetros y kilómetros hasta la playa para vivir mi primer San Juan a orillas del mar, entre el humo de las hogueras y el de los petardos. Había mucha más gente que hogueras, es cierto, pero me encontré otra vez ligera como cuando te lo dejas todo en casa y te dedicas a disfrutar de las manos vacías. En una hoja teníamos escritos todos nuestros deseos y los quemamos en la arenita, sumando el humo al humo, formando parte de la gran hoguera final.
En la playa encontramos un grupo de colombianos tocando cumbia y vallenato y pasamos la noche con ellos bailando sin parar. S. nunca había estado tan feliz y yo disfrutaba doble, viéndola bailando y cantando, y también por mí misma porque necesitaba el baile, que el cuerpo mandara y no la mente. Quise sentir la sensualidad del cuerpo en movimiento, los ritmos y los pasos empujándome al éxtasis y lo tuve. Aquella noche me hermané. Me hice colombiana. No había ni uno que no pudiera decir que esa vez fui hermana suya, fui su patria, y al versear me cantaban y nombraban en sus letras, la madrileña, la madrileña, y me di cuenta de que todos los pasaportes del mundo no hacen sino mentir: que pertenezco a la otra tierra allí lejos, ¿oíste? O a cualquier otra.
Me dio por preguntarme si españoles y latinoamericanos seríamos tan parecidos, tan bailarines, si la historia hubiera sido diferente. ¿Y si los chinos hubieran encontrado América en sus rutas antes que Colón? Y si hubieran enviado sus ejércitos, ¿cómo serían las personas allí al otro lado? ¿Beberíais té en vez de mate y café, tocaríais la lira, el arpa, instrumentos tan dulces, en vez de los tambores, el maracón, el acordeón? Es tan divertido imaginarlo: os veo disfrazados con trajes de colores lacados y los rostros blancos entre palmerales y selva, y parece tan ridículo, tan fuera de lugar, que solo me río.
A lo mejor es que somos quienes somos precisamente por quienes hemos sido.
He decidido (y decidir es lo más difícil, recuerda) que voy a seguir escribiendo como si hubiera un desafío, que me da igual que se terminase, que esto es lo que más me gusta hacer. Bloguito sufre de indeterminación, es cierto, pero poco a poco irá tallando sus rasgos, no se puede hacer todo el primer día.
Barcelona me parece el escenario de unas vacaciones atípicas. Salimos a desayunar y a ver libros en una librería de segunda mano, vamos andando y sin prisa, nos dejamos llevar fijándonos en las esquinitas con vitrales de flores y paramos a veces a observarlas bien. Como hemos vivido en Madrid, L y yo podemos comparar nuestras ciudades, y pensamos que en Madrid la vida es menos intensa, porque lo que nos hace felices es: desayunar, ver libritos, pasear, y ninguna de esas cosas es Madrid en potencia, si no es en forma de rebelión contra el caos de cada día. Preferimos Barcelona, ella prefiere Valencia, preferimos que exista la opción de estar tranquilos. Luego hablamos de cómo deberíamos vivir, y me acuerdo de un textito que me pasó B. en el que hablaba de que para dejar de sufrir y para disfrutar de la vida como se merece (porque es Una, Apostólica y Romana) hay que abolir el trabajo. Y yo me planteo que no es tan difícil vivir sin condenarse a uno mismo a hacer reiterativamente algo que no le llena durante un sinfín de años que quedan por venir. Por eso sigo explorando en la manera de poder convertir pasiones en aire que respirar.
Estos días por fin se abrió el cauce de pensamientos que había sellado completamente para que no molestaran en otros procesos. Volví a pensar en esa vuelta al mundo, en cómo montármela para que se convierta en un modo de vida y no solo en un viaje, también pensé en por qué sigo llamándolo vuelta al mundo cuando no tengo intención de recorrerlo por completo, sino más allá: paseármelo muy muy despacito. Y todo ello viene acompañado de esa idea: cómo quiero invertir el tiempo que me resta, y por qué no tengo que escuchar las sibilinas lenguas culturales que me dice: busca un trabajo y hazte mayor.
Hay otras opciones. ¿Alguna idea?