Año: 2005
Duración: 59 minutos
Dirección: Tobe Hooper
Guión: Richard Christian Matheson (basado en el relato homónimo de su padre, Richard Matheson)
Intérpretes: Robert Englund, Jonathan Tucker, Jessica Lowndes, Ryan Mcdonald, Marilyn Norry
Después de la Tercera Guerra Mundial muchas ciudades han desaparecido y la población ha sido diezmada . Peggy regenta un bar con su madre en una de la zonas habitables de la ciudad mientras tratan de reponerse a la muerte del padre y la hija mayor. Un día aparecen en el local unos jóvenes y Jak, uno de ellos, consigue una cita con Peggy esa misma noche para enseñarle la parte más siniestra de la ciudad y un macabro espectáculo llamado "danza de la muerte"...
A estas alturas me difícil de creer que cualquier aficionado al cine que se precie no conozca a Tobe Hooper y, por extensión, La Matanza de Texas (1974), su ópera prima y película de culto, clave para llegar a entender el cine de terror contemporáneo y piedra angular para todo un subgénero dentro del cine fantástico. Después de tan tremendo pistoletazo de salida para su carrera cinematográfica, llegaron buenas historias como Salem's Lot (1979), Poltergeist (1982) o Lifeforce (Fuerza Vital, 1985), entre otras. Pues bien, si en lugar de haber empezado su carrera con la mítica película sobre Leatherface y compañia lo hubiera hecho con este episodio de Masters of Horror, hoy Tobe Hooper sería, probablemente, un tremendo desconocido y nadie le hubiera dado tantas oportunidades como se le han concedido a lo largo de su trayectoria al director de Austin.
Poco podemos salvar de este episodio, exceptuando el punto de partida (no me cansaré de decir que es una idea totalmente desaprovechada) y la puesta en escena. Personalmente, también metería en el saco de lo positivo a Robert Englund y su personaje, The M.C, el dueño del club Doom Room y maestro de ceremonias del baile de los muertos, tan histriónico y sobreactuado como de costumbre y con su verborrea habitual, pero entiendo que esto ya entra dentro de lo estrictamente subjetivo y personal. La apuesta por el tipo de final de la historia también es de agradecer, pero supone un canto de cisne, un espejismo en mitad del desierto. Tobe Hooper parece empeñado en tirar por tierra su leyenda encadenando truño tras truño.