Este carácter imprevisible del resultado hace que el deporte rey sea capaz de desafiar el status quo del poder. No respeta las jerarquías tradicionales y pasa por alto cualquier consideración política o económica. Minúsculos países que apenas cuentan en las escena internacional son capaces de plantarle cara a las grandes potencias mundiales sin ningún tipo de timidez. Lo dijo en una ocasión el camerunés Roger Milla: «Gracias al fútbol un país pequeño puede ser grande».
En lo que llevamos de Mundial hemos visto cómo Inglaterra, la madre del fútbol, fue incapaz de ganar a Argelia y a Estados Unidos; Italia sufrió contra Paraguay y Nueva Zelanda, y en ambos casos no fue capaz de pasar de un empate; Serbia le sacó los colores a Alemania después de ganar por un gol a cero; a Francia, campeona del mundo en 1998, la dejó en evidencia México; igual que Corea del Sur con Grecia, triunfadora de la Eurocopa 2004; y lo más llamativo, Suiza calmó a la marea roja tras imponerse por la victoria mínima.
Y es que el fútbol, a pesar de ser un mundo dominado por la oferta y la demanda del dinero, sigue siendo tan primitivo como siempre: once jugadores contra once intentando meter el balón en la portería contraria. El sociólogo brasileño Roberto Matta, escribía: «La inmensa popularidad del fútbol es porque en la cancha se vive algo así como la sociedad perfecta: absoluta igualdad, equidad, libertad dentro de ciertas reglas, no hay favoritismos, cada cual vale por su talento, méritos, y eso da una idea de una sociedad perfectamente organizada». Planteamiento en el que coincidía Roy Atkinson quien antes de un encuentro afirmaba: «Voy a dar un pronóstico: puede pasar cualquier cosa»; igual que Vujadin Boskov: «El fútbol es imprevisible porque todos los partidos empiezan con cero a cero».
En el fútbol no todo es controlable, lo que deja margen suficiente para que el azar cobre protagonismo de diferentes maneras. Por ejemplo, a través los errores arbitrales. En este deporte, caracterizado por marcadores ajustados, los equivocaciones del señor colegiado son casi siempre determinantes en del resultado final del partido. Por eso, en alguna ocasión se ha dicho que «hablar de fútbol y no hablar del árbitro es tan difícil como contar el cuento de caperucita roja y no hacer alusión al lobo feroz». Durante el presente Mundial ya hemos visto algunas decisiones comprometidas, entre ellas, la del español Undiano Mallenco en el Alemania-Serbia que expulsó a Klose en el minuto 36 cuando todavía quedaba una hora de partido. La decisión del árbitro navarro ha dado lugar en el país germano a la creación un grupo en Facebook con el título: «Cómprate unas gafas, a lo mejor así ves lo que es una falta».
Tampoco es fácil de prever los errores humanos que pueden dejar fuera de la competición a cualquier selección. Le ocurrió a Robert Green con Inglaterra; su desafortunada actuación le valió el puesto al siguiente partido y una lluvia de críticas en su país; le pasó a Casillas que tampoco estuvo muy fino en el gol del suizo Fernandes; o al guardameta japonés Kawashima cuyo despiste en el encuentro contra Holanda dio la victoria a la selección de los tulipanes por la mínima.
Igualmente podríamos hablar de eso que algunos han denominado la «lotería» de los penalties. Muchas veces esa «suerte» (buena o mala, según se mire) ha dejado en el camino a selecciones con pedigrí en el panorama futbolístico. El pasado viernes, el teutón Podolski falló una pena máxima contra la selección de Antic, gracias a lo cual los yugoslavos se llevaron los tres puntos.
En definitiva, el fútbol, con su magia y capacidad de sorpresa, sigue siendo el terreno perfecto para aquellas naciones que quieren hacer historia con los goles. El diario Wal Fadjri de Dakar, tras la victoria de Senegal a Francia en el Mundial de 2002, recogía en sus páginas: «El fútbol, patria de todos los desheredados del planeta, continua siendo una vitrina esencial para aquellos que no quieren morir en la insignificancia».