-¿Cómo ha ido?-Creo que muy bien.-¿Está seguro?-Mira, hoy en día uno no puede estar seguro de nada.(Aunque por dentro pensaba en que de lo que estaba seguro era de que esos cabrones no se conformarían con una sola tentativa para joderlo, y que hubiese dado la pierna derecha por saber qué coño ponían los papeles que asomaban en la carpeta del subdirector general).-Bien, bien, bien.-Espera un momento: déjame subir al despacho a por la bufanda. Hace viento y tengo tendencia a resfriarme si llevo el cuello destapado.-Le espero otra vez en el bar.-Qué pollas!. Sube conmigo, sube conmigo que estoy harto de esconderme y de hacer las cosas como si fueran irregulares. Sube con toda normalidad.
En el vestíbulo el comisario saludó al policía de la entrada con una familiaridad que me indujo a imaginar poderosamente.
-Subo a coger algo para abrigarme.-Vale-Joder. ¿Qué le pasa a esta tarjeta?.
Pasaba su tarjeta ante el sensor que permitía llamar al ascensor fuera de horas de atención al público. El policía de la entrada se quedó mirando a la pantalla de su ordenador y descolgó disimuladamente el teléfono que tenía frente a sí.
-Coño. ¿Qué le pasa a este mierda?
El policía de la entrada colgó sin hacer ruido y se desplazó hacia el sensor. Pasó su tarjeta y el ascensor se abrió.
-Pase con la mía. Ahora me han dicho que se lo arreglarán. Pase.
El comisario empujó a Jesús al interior del ascensor con su mano derecha, mientras su cara se giraba hacia la izquierda y miraba directamente a los ojos del policía de la entrada.
-Debe haberse estropeado. A estas horas aún las reprograman, ¿verdad?.-Eso creo.
El policía de la entrada desvió rápidamente la mirada hacia abajo y, algo nervioso, se giró.