“Es evidente la influencia de escritores como Cesare Pavese, Juan Luis Panero (“como una terca imagen del fracaso”, podemos leer en el poema que da título al segundo poemario), Charles Bukowski o Roberto Bolaño. Tal vez por esto, los poemas de David Pérez son auto-referenciales y narrativos, generalmente largos, como pequeños relatos a los que se obligara a encajar en estructuras poéticas, aunque convendría no olvidar, en este punto, que Pérez Vega creció y forjó su mitología literaria leyendo, sobre todo, novelas. En este sentido, las diferentes citas que pueblan ambos poemarios son especialmente reveladoras. Tal vez en Móstoles era una fiesta se intenta un mayor vuelo lírico, pero es en El calvo del Sonora, a mi modo de ver, donde David Pérez Vega encuentra su voz más personal, la que maneja con mayor soltura. En este poemario se encuentran los mejores poemas del conjunto. Estos poemas, si cabe, son más narrativos, más prosaicos, y esta característica les sienta muy bien. También percibo mayor madurez en ellos, una mirada más incisiva, un mejor manejo de las herramientas idiomáticas. Contraponiendo ambos poemarios, creo que el primero es más irregular que el segundo: alterna grandes poemas con otros menos logrados. Esta fluctuación, pienso, no se da en El calvo del Sonora, de un nivel más sostenido.”
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Al final de la entrada reproduce dos poemas de El bar de Lee. El primero es Nieve, que abre el primero poemario, Móstoles era una fiesta, escrito en 1997, y el segundo es uno de los poemas de El calvo del Sonora, escrito en 2008. Reproduzco aquí los dos poemas:
NIEVE Montevideo era verde en mi infancia absolutamente verde y con tranvías (...) era tan diferente, era verde. MARIO BENEDETTI
Blanca, limpia sobre las capotas de los coches, entre los dedos deshojados de los árboles, leves puntadas amarillas en las copas oscuras como un oro enlutado de tiempo caído en el fango del invierno, así ha caído esta noche la nieve de la infancia sobre las capotas de los coches.
Parece ya una fotografía tan lejana, coches antiguos, rojos desvaídos, camuflados por el esplendor del blanco, resignados sobre el asfalto roto, enmohecido sobre el que jugábamos al fútbol, cuando no había tantos coches rojos cubiertos por la nieve.
Jugábamos en la calle. Veo la farola escuálida que era un poste y el árbol deshojado, descarnado, que era el otro, con nieve en sus horquillas y la puerta verde que no estaba en mi infancia.
Yo era un Arconada de gomaespuma con mis guantes de gomaespuma bajo los palos del mismísimo cielo; a veces amanecía nevado, igual que hoy, 14 años atrás, y nos lanzábamos bolas fulgurantes de risa, de latón y de agua con la nieve recogida del capó de los coches que hoy ha vuelto a caer entre los dedos huesudos de los árboles, con pinceladas impresionistas de hojas amarillas gastadas por el ladrido de los perros, sobre el aparcamiento incesante de árboles marrones. Cuando podaban esos árboles saltábamos sobre las ramas apiladas, cavábamos túneles en ellas, eran una cama elástica y un refugio de guerra.
Y ahora, estudiando Análisis Contable, esas ramas vuelven a crecer igual que vuelve a caer la nieve. Entre las nubes frías de la mañana lo observo desde la terraza, esperanzado de que así vuelva a crecer la infancia.
5-12-97.
CHARLES BUKOWSKI
Que tiempos tan frustrantes fueron aquellos años: tener el deseo y la necesidad de vivir pero no la habilidad. C. B.
No en la biblioteca, fue en un bar. El Vudu-Mama –otro local ya sólo persistente en el itinerario de nuestros recuerdos, en el vagar de las palabras por la ciudad invisible- allí escuché por primera vez a The Doors, The Who o The Clash… Es decir, su dueño (con un anillo en forma de ojo) moldeó gran parte de la banda sonora de mi vida… y los cuidados cartelitos tras la barra:
Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones Charles Bukowski La máquina de follar Charles Bukowski
Un cantante pensé, hasta que leí la noticia sobre la publicación de su biografía. Mataba el tiempo en la biblioteca de la calle Quintana antes de ir a la academia de Físicas. Allí, en 1994, una semana antes de su muerte, nos encontramos.
Yo era un lector entonces de ciencia-ficción o terror. Me evadía, pero eso ya no era suficiente, estaba perdido, bloqueado, necesitaba respuestas, claves para entender a los otros o a mí mismo, y apareció aquel tipo de la generación de mis abuelos y del otro lado del mundo. Llegué a conocer su vida mejor que a la de mis padres. No podía creer que su colegio de Los Angeles en la década de los 30 fuese igual que el mío en el Móstoles de los 80. Y si la literatura posee alguna magia ha de ser ésta.
Un consejo para principiantes: si quieres escribir como Bukowski antes de beber como Bukowski intenta leer como Bukowski. Estuve meses en la biblioteca de Móstoles buscando los mismos libros que él sacaba de la biblioteca de La Ciénaga en Los Angeles, cincuenta años antes, porque a mí tampoco me gustaba estar donde me había tocado y no tenía muchas cosas a las que aferrarme y el sarcasmo feroz y tierno de Bukowski representó para mí, en cierto modo, la estaca que pude clavarle al corazón podrido de la realidad de entonces.
Y después leería a muchos más escritores, repletos de recursos, pero hay ciertas filiaciones que perduran más en relación con la necesidad que con el intelecto. Con él aprendí dos cosas que aún me acompañan:
que si no la traicionaba siempre tendría a la literatura a mi lado para salir adelante.
que cuando estalla un mundo, aunque sea el tuyo, si aguantas con el coraje suficiente, estarás allí para ver resurgir otro de sus cenizas.