Grimau inicia un contraataque ante Suárez y Prigioni - EFE.
“Estudia el pasado si quieres pronosticar el futuro”, defendía Confucio, aquel pensador que se le atragantó a una aspirante a Miss España. A Ettore Messina le habían preguntado por el pasado y horas del clásico había dicho que tenían que saber el cómo y el por qué el Barça acumulaba nueve victorias por tan sólo una derrota ante su equipo. “Primero hay que jugar y hablar después”, resolvió, cansado de tanta digresión. Corrió tanto el técnico italiano que se despidió de la periodista con el gesto antes que con la palabra. Poco más tardó el Madrid en ceder el liderato de la Liga ACB y en olvidarse de la idea de dar con la solución para poner fin a una racha histórica y psicológica que parece no tener fin. Sucumbió de nuevo a otro monólogo azulgrana, que pudo funcionar a sus anchas, con Ricky zampándose a un testimonial Prigioni, Perovic corroborando que se le da bien ser titular, Lorbek poniéndose las botas y Grimau haciéndose un lío en un jugada que resolvió con un reverso impresionante. Era un baloncesto de autor para un Palau entregado a su Barça que empezaba a calcular por cuánto iba a ser a paliza, pues cuando no habían pasado ni siete minutos el parcial era de 22-5 y a los 14 y medio los azulgrana ya contaban 43 puntos ante una defensa de confeti. El 95-75 final entrona a los locales y vuelve a sembrar de dudas a los visitantes, muy satisfechos de haber alcanzado el primer puesto en una cancha tan complicada como el Buesa Arena.Al Barça no se le pueden conceder facilidades, por mucho que tenga un gafe con las lesiones –Navarro chocó con Ricky y se fue a los vestuarios, con la nariz ensangrentada, un susto y pudo reaparecer después–. De un mal pase de Suárez llegó una galopada de Grimau, excelente en un partido tan simbólico y muy eficiente en las transiciones rápidas, la especialidad del capitán junto a la intensidad y la defensa. Sólo Reyes –desquiciado en el banquillo con dos personales a los tres minutos– respondía en el inicio titubeante del Madrid, tan calcado a la mayoría de precedentes que parecía que el partido fuese un homenaje a una serie juvenil de moda en la que una escena se repitió sin descanso varios minutos. El conjunto de Messina salía claramente perdedor en intangibles como el entusiasmo y las agallas, cuestiones que se desmarcan de la pizarra y que no se transmiten con flechas, y los jugadores se sucedían en la pista con escasa repercusión. Once de los doce convocados –Llull ni jugó– participaron ya en el primer cuarto. Pero no bastaba con modificar los nombres, sino que la situación requería modificar la actitud, copiar, por ejemplo, la de D’or Fischer, atento en el rebote, o el desparpajo (eso sí, ocasional) de Sergio Rodríguez (parcial de 0-8, 23-13 a los 8m 38s). El mismo que al final del tercer cuarto quiso marcarse un mate a una mano que no valía y acabó fallando ante el jolgorio del público, que le acusó de ser poco inteligente.
Lakovic, un jugador de club
La jugada no era acción continuada y sólo iban a quedar los dos tiros libres de la personal de Lakovic, que lo primero que hizo al salir a la pista fue anotar un triple y se fue al descanso con 10, los mismos que acumulaba Navarro, que cumplió con la tradición de disfrutar ante el Madrid. El esloveno es un jugador de club o al menos ha sabido comulgar con la filosofía de la entidad y su papel en el equipo. Lakovic, que ha anunciado que no jugará el Eurobásket que se jugará en su país en 2013, surge siempre en momentos comprometidos. Esta vez lo hizo para aumentar aún más las diferencias (+17, 43-26 a los 14m 28s) gracias a la contundencia de Vázquez y la elegancia de Navarro. Sólo Ingles y el debutante Anderson, los últimos en llegar y los únicos en no anotar del Barça (valoraron negativo, -6 y -7) y Ndong, melancólico últimamente, se desmarcaron de un equipo sobresaliente que ha cerrado un 2010 impagable con Copa del Rey, Euroliga, Supercopa ACB, Lliga Catalana y “el bache de la final”, como dijo Navarro, de haber perdido la Liga ACB en la última eliminatoria ante el Caja Laboral y con el factor cancha a favor (0-3).
Tras el paso de los vestuarios el guión continuó inalterable: Grimau corría que se las pelaba para anotar como quisiese y a Navarro sólo le frenó, temporalmente, su compañero Ricky en el mencionado incidente. El base levantando las manos de un lado a otro –no hay que dar las cosas por perdidas– cortó una contraataque facilón del Real Madrid, uno de los pocos que tuvo durante en un partido en el que actuó como un equipo acomplejado y lleno de individualidades. Tucker tenía sus momentos y llegó a encadenar dos triples seguidos, pero se encontró con otro tiro de tres de Ricky y otro de Sada, de nuevo soberbio en defensa y puntual en el tiro. Pero para racha la de Morris, que llegó al último cuarto con 0 puntos y metió tres triples en menos de tres minutos. El último significó la máxima ventaja del Barça (83-57 a 7m 10s).
Apenas hubo señales de vida de Suárez, más protagonista de imponer su autoridad con un empujón a Navarro que de demostrar que es un ejemplo de regularidad. Tampoco apareció Llull, el jugador más temperamental y líder de un equipo que se ha vuelto a reforzar mucho, que ha cambiado cromos, pero que como ya sucedió en las semifinales de la Supercopa ACB está bastante lejos del Barça de Pascual, que recibió el premio al Mejor Entrenador de 2010 por la Asociación Española de Entrenadores de Baloncesto. Una etapa imborrable para los azulgrana.
Barça (28+21+25+21) 95: Rubio (2), Navarro (14), Grimau (13), Lorbek (13), Perovic (8) –quinteto inicial–, Sada (6), Lakovic (17), Vázquez (8), Inglés (-), Anderson (-), Morris (12) y Ndong (2). Real Madrid (15+19+21+20) 75: Prigioni, Llull (10), Suárez (3), Reyes (11), Fischer (11) -equipo inicial-, Tomic (8), Velickovic (6), Garbajosa, Tucker (13), Rodríguez (13) y Mirotic (-). Árbitros: Hierrezuelo, Conde y Peruga. Eliminaron por cinco faltas personales a Anderson (min.38) y a Grimau (min.38).