Me da igual si es un gesto aislado o el inicio de una nueva política, pero la postura del nuevo Gobierno ante la crisis del barco "Aquarius", resolviendo la situación del más de medio millar de personas migrantes abandonadas a su suerte, es una buena noticia.
En lugar de convertirnos en una sociedad acogedora, nos hemos limitado a cerrar y endurecer las fronteras, convirtiendo al mar Mediterráneo en un auténtico cementerio, mientras "defendemos" con uñas y dientes el pedazo de bienestar en el que hemos tenido la suerte de nacer y que no estamos dispuestos a compartir.
Por todo ello, decisiones como las de acoger en nuestras ciudades a los migrantes de ese barco al que, en contra de cualquier instinto humanitario, se le negaba el atraque en los paises cercanos, es algo esperanzador. Ojalá sea el inicio de un replanteamiento de la política europea sobre las migraciones y sobre la cooperación con los paises desfavorecidos, aunque no lo creo.
De todos modos, no es de la decisión de lo que quería hablaros. Más bien quiero hacerlo de las reacciones que esa decisión ha causado entre algunos sectores de la sociedad.
Con una mezcla entre asombro y preocupación, asisto a la gran cantidad de mensajes en contra de la acogida de estas personas, tanto en las redes sociales como en muchas conversaciones analógicas. La guinda ha sido el lanzamiento en las redes de diversas encuestas para que la gente se pronuncie a raíz o en contra. Consecuencia de esos mensajes trufados de desconocimiento, de miedo a lo diferente, de prejuicios infundados y en muchas ocasiones de actitudes clasistas y marcadamente xenófobas.
No reiteraré aquí esos mensajes para no darles más pábulo, pero son el indicador para mí de un grave problema como sociedad. Un virus que nos enferma , que nos deteriora como comunidad y que atenta nuestra cultura.
Me preocupa especialmente cómo esos mensajes han calado entre mucha gente. Gente buena, incapaz de hacer daño a nadie, defendiendo con fruición que el barco debía haberse hundido en el mar y sus pasajeros morir ahogados en el mismo... hasta que pueden reflexionar un poco y se dan cuenta de la barbaridad que defienden.
Porque creo que esa es una de las principales claves. Muchos de los argumentos que se utilizan en contra de estas medidas son irracionales. Cuando se consigue información, cuando se favorece la reflexión, cuando somos capaces de ponernos en el lugar "del otro", la perspectiva cambia y esos argumentos no se sostienen.
Por ello, paralelamente a las decisiones sobre política migratoria y cooperación al desarrollo, hay que hacer una labor importante de pedagogía sobre la ciudadanía. Y creo que los Servicios Sociales deberíamos asumir el papel protagonista en la construcción de esa pedagogía. Al fin y al cabo, estamos hablando de convivencia. Acoger para convivir con el otro, con el extranjero, con el que tiene otra cultura, con el que viene huyendo de la guerra o del hambre...
Y ese es nuestro objeto, la convivencia en sus más variados niveles. Además, nuestra mirada compleja y relacional nos sitúa de manera privilegiada ante este fenómeno y ello nos hace especialmente responsables para liderar esa pedagogía.
Pero lamentablemente, andamos demasiados ocupados en otras cuestiones que no debieran ser de nuestra competencia...