El barranco
La madrugada en la calle es soledad. No amanece aún. El viandante camina perdido y desorientado en solitario hacia algún destino desconocido moviéndose entre el asfalto, la tierra y el monte que hay a los lados. Pese a toda la confusión que vive internamente se desplaza con sumo cuidado. Pocas luces están encendidas. Titilan casi apagándose. Siempre hay algún peligro que puede sorprender. La lluvia se enfurece cayendo con fuerza. Las gotas golpean el cuerpo con dureza, parecen piedras. En su andar ve en medio de las tinieblas la difusa figura de una mujer debajo de un árbol. Ella se encuentra parada frente a un barranco viendo fijamente hacia la profundidad del despeñadero.
La sombra es la compañía del transeúnte. La observa a cada rato para no sentirse tan solo. Tiene miedo, mucho. La incertidumbre es una angustia. El camino tiene bifurcaciones, encrucijadas. ¿Cuál tomar para llegar a algún lugar seguro sin pasar por tanto terror de muerte? Todos los días han sido un azar. Un moverse entre la vida y la muerte.
La mujer sigue en el borde del precipicio. ¿Qué piensa? La energía que emana del barranco revuelve todo arriba también. Nada deja de impactarse. No termina de aclarar el día. Sigue lloviendo a cántaros. Ya hay inundaciones, deslaves. El devenir es de tormenta. Vientos huracanados aparecen enrareciendo todavía más el ambiente. Los árboles se mueven intensamente, algunos se le parten las ramas o caen completos desde su raíz. Ya no se puede caminar. El viandante se tira al suelo e intenta abrazar la tierra toda. Se pega a la misma pretendiendo compañía, afecto terrenal en medio del viento revoltoso. Sufre, llora, tiembla, piensa, sueña.
El caminante atormentando como puede se pone de pie, tambaleándose se dirige hasta el borde del barranco. Mira ese gran vacío. En el fondo hay una aspiradora absolutista. Ella se traga los mundos personales, los convierte en seres subyugados al despotismo. Las sociedades se transforman en una guerra. Los que la producen no dan tregua, son crueles. Se afincan hasta el final. Se vive en una cárcel, una prisión física, mental, social. Las lesiones producidas no se curan con facilidad, tardan en cicatrizar. Cada huella es una marca alojada por siglos en el territorio corporal de las familias y comunidades. Qué difícil es todo esto.
En los ojos de la mujer hay lágrimas que cuentan historias trágicas de expoliación y deshumanización. Ella, logró escalar la cumbre, salir del centro del abismo. Él viene también de allí, vivió en sus entrañas. Mujer y viandante se acercar y se dan un humano abrazo. Se sienten salvados de la devastación totalitaria. De repente, son empujados por la velocidad del viento. Vuelan alto por encima de las nubes circundando un universo color celeste. Por un momento se sienten agraciados, vitales, contentos. Pese a ello, se dicen al unísono: ¡aún faltan por salir todos nuestros hermanos. Solo así seremos realmente libres!
Lorenzo Figallo Calzadilla @hmcaminante
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