Desde la primitiva separación entre socialistas y comunistas, que dio lugar a la Segunda y Tercera Internacional, la vieja Asociación Internacional de Trabajadores ya albergaba en su seno interpretaciones y tendencias diversas para lograr aquellos objetivos que perseguían unos germinales movimientos obreros para fundar, partiendo de las teorías de Karl Marx y Friedrich Engels, un nuevo modelo social, económico y político, de base humanista (Moro, Bacon y demás utopistas), que erradique las desigualdades y la falta de libertades que ocasionan la explotación por una élite dominante de la población y un modo de producción capitalista cuyo único fin es el lucro. La izquierda, desde entonces, siempre ha ensayado vías diferentes y hasta opuestas para alcanzar esas metas de igualdad, justicia y libertad que la han llevado a crear corrientes tan dispares como el anarquismo, el socialismo, el comunismo, el eurocomunismo, el trotskismo, la socialdemocracia, etc., e inspirar fenómenos como el ecologismo, el feminismo, el laicismo o el pacifismo, entre otros.
Y es que la izquierda ya no configura proyectos que atraigan a las clases trabajadoras y clases medias, sin las cuales no se consiguen esas mayorías que posibilitaron a la socialdemocracia sus victorias en Europa tras la II Guerra Mundial. Desorientada y cada vez más fragmentada, busca ubicarse y redefinirse con poco éxito porque muchos de sus valores e iniciativas, como el Estado de Bienestar, la honradez, la cultura, las libertades, la igualdad y el progreso, les han sido arrebatados por otras ideologías y movimientos, que los asumen como propios e irrenunciables. Hasta la derecha menos dogmática y más pragmática defiende valores, con todos los matices que se quiera, que germinaron en el ideario de una izquierda que no ceja en ampliar derechos y libertades, como el aborto, el matrimonio homosexual, el ecologismo, la igualdad de la mujer o las leyes de dependencia, entre otros.
Para colmo, con la crisis económica y las políticas de austeridad impuestas por el neoliberalismo, el sólido bipartidismo español se agrietó y nuevas fuerzas emergentes han ido ocupando su lugar en el espectro ideológico con intención de representar cualquier opción política. Pero si en la derecha sólo Ciudadanos y Vox, en el extremo, disputan al Partido Popular su hegemonía del conservadurismo, en la izquierda, como suele, surgen fuerzas que fragmentan una ideología en mil propuestas (PSOE, IU, Podemos, Equo, Compromís, Partido Comunista, Los Verdes, Actúa y demás marcas locales y regionales) que acaban debilitando las esperanzas depositadas en una socialdemocracia reformista que, por sus propios errores y rencillas, ha contribuido en gran medida a hacerse el haraquiri. Y que, incluso, como quedó patente en las elecciones en Andalucía, prefiere gobernar con la derecha que hacerlo entre ellas en coalición.
* La deriva reaccionaria de la izquierda, Félix Ovejero, Editorial Página indómita, Barcelona, 2018.