En el baúl de los recuerdos desechados Eladio ha depositado los detritos de una relación fallida, cuyos flecos deshilachados pendían hacia el abismo como ramajes secos. Dos papeleras amarillas, decoradas con aves fénix verdes, contienen en su inmunda bocaza abierta dos zurrones repletos de fotos despedazadas y cartas amarilleadas. La Gran Muralla China parece hoy más descomunal e implacable, casi tanto como el muro de granito que se ha interpuesto entre él y Palmira. Todo es culpa del abyecto galán italiano, Giovanni, que viajó desde Palermo para convertir su vida en un infierno. Dice Palmira que todo comenzó como una tormenta tropical que te encharca y sofoca a la vez. Dice su bella Palmira que todo comenzó en su Brasil natal el verano pasado, cuando acudió a visitar a su madre enferma. La distancia entre los dos germinó en un engaño ponzoñoso.
China, con sus budas orondos, coloridos y formidables, sus templos de colores, arrozales,ríos infinitos y ciudades anubladas y griseadas por un manto ceniciento de toxinas voladoras, no ha logrado su objetivo de desalojar a Palmira de sus pensamientos. La adorable mulata de piel de ébano y figura escultórica ya no suspira por sus besos y
caricias. Sus fotos, destrozadas en la factoría de deposiciones de las dos papeleras amarillas, son un fiel reflejo de las esquirlas y astillas que han dejado un poso de cadáveres arenosos en las marismas baldías de su corazón.