Cuentan que la leyenda que a continuación compartimos, es un relato bastante desconocido y que la versión que comparte pertenece a Rafael Alarcón (Revista Año Cero, 47), que asegura la escuchó en la década de los ochenta a una anciana que custodiaba la torre de campanas de la Catedral, Doña Sagrario, a quien su bisabuela se la había contado de niña:
Esta leyenda también es conocida como “La cruz del arzobispo Tenorio”, aunque dicho prelado no adquirió la cruz hasta setenta años después de suprimido el Temple.
En 1375 nada más acceder al cargo, el Arzobispo de Toledo, Pedro Tenorio, ordenó registrar los subterráneos bajo la Iglesia de San Miguel el Alto y en las cercanas casas del Temple, buscando dar respuesta a la tradición del fabuloso tesoro Templario en teoría oculto bajo Toledo…
Parece que tan sólo encontró la “Cruz del Milagro” y un buen número de cuerpos momificados como los habituales en las criptas de las iglesias toledanas, que pertenecían a los caballero templarios de la casa, pues era frecuente enterrarlos en estas catacumbas debido a la escasez de suelo y porque la sequedad del suelo conservaba los cadáveres de forma natural.
Cuenta la leyenda que tras la derrota cristiana en la batalla de Alarcos, en 1195, las tropas almohades se presentaron amenazantes ante los muros de Toledo. Los Templarios, al igual que el resto de tropas que quedaban en la ciudad se aprestaron a defender su sector de muralla, próximo al barrio de San Miguel y a su encomienda.
La noche previa al intento de asalto de las tropas almohades el comendador reunió en la iglesia a los caballeros Templarios para poner sus vidas en manos de Dios. Al mirar sus caras su corazón se entristeció pensando cuántos morirían al día siguiente defendiendo la ciudad y pidió a Dios una señal para saber quiénes caerían en combate.
En ese instante, sobre la cruz roja que los monjes-guerreros portaban en sus capas, apareció la imagen del Cristo que el comendador tenía en su cruz de mano. Entendió que, por ese medio, Dios le señalaba quiénes iban a morir al día siguiente en batalla.
Creyendo el comendador que hacía bien con ello, pues más falta le hacía guerreros vivos que santos muertos, al amanecer tan sólo destinó a las murallas a los caballeros que no habían recibido en sus cruces al aviso divino. Marchó con ellos al combate y dejó al resto rezando en la Iglesia de San Miguel.
Rechazado el ataque musulmán, regresaron los Templarios sin haber sufrido una sola baja para comunicar a sus compañeros la feliz noticia.
Cuando abrieron la puerta de la iglesia, quedaron aterrorizados por lo que allí encontraron:
A mayor milagro, el agua que llenaba la copa de la pila bautismal se había convertido en sangre, la de aquellos Templarios escogidos para recibir el martirio por su fe y alcanzar el cielo de los justos.
El agua sólo recuperó su naturaleza verdadera cuando el comendador bañó su Cruz en ella, bautizando en la sangre de los mártires la imagen de Cristo.
Así comprendieron que el Señor había querido castigar así la soberbia del Comendador, que creyó poder burlar los designios de Dios.
Los cuerpos momificados recibieron sepultura en una de las criptas del templo y el crucificado de la cruz de mando fue conocido desde ese momento como “Cristo del Milagro”.
Expuesto en la capilla del Bautismo, junto a la griálica pila de la foto que titula este artículo y que aún se conserva en San Miguel el Alto, recibió el fervor de los Templarios y del pueblo toledano. Las gentes tomaron costumbre de santiguarse con el agua de aquella pila, y aún de llevarla en recipientes porque decían que curaba las heridas de arma blanca.
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