El beso de la luna

Publicado el 23 mayo 2015 por Elarien
Amanece. La aurora matiza el brillo del sol que surge entre el silencio azul de la noche. Los rayos se filtran a través de la neblina del alba y, al deslizarse sobre las copas sonrojadas de los árboles, alfombran de oro el bosque dormido. El astro emerge despacio. Al rozar el mar, el agua se llena de destellos; son las sirenas que regresan a las profundidades. Las olas deshacen el silencio de la laguna nocturna e inician su viaje hacia la costa. Los sonidos se enardecen, las mareas se abren y chocan con las rocas al desperezarse.
Selene contempla la luz. El amanecer la debilita. Sabe que el sol ansía compartir el cielo con la luna, convertirla en su reina y señora. El poderoso astro estira sus rayos sigiloso, se asoma para atisbar durante un instante a su amada, antes de que ésta le descubra y se escabulla de su abrazo. Se eleva poco a poco, sin llegar perder por completo la esperanza. La luna palidece. Los colores brotan. La vida despierta. La luna de alabastro se desvanece y Selene con ella. 
Sin darse por vencido, el sol la persigue. A modo de vigía, viaja por el cielo, concentrado en su búsqueda. Recorre el firmamento y recubre con su fuego incandescente la bóveda celeste. Al llegar al horizonte, extenuado, envía un último rayo con su mensaje. La luz se oculta en las sombras. La luna, temerosa, se asoma con cautela bajo la penumbra del sol dormido. Ilumina con reflejos de nácar el cielo, las estrellas, los cometas y reparte sueños sobre la tierra, entre las pequeñas casas encaladas, los blancos palacios de mármol, los rostros de los niños y de los enamorados. Disfruta al deslizarse sobre los bosques cubiertos de nieve, sobre el rocío escarchado de la hierba. Con la llegada de la aurora su aparente calma se altera y busca un refugio para resguardarse.
Cada mañana, al levantarse, la estrella se enciende en llamas en pos de su amada. La luna desaparece y escapa de esa pasión abrasadora. Día tras día, el astro dorado persevera. Se resigna con apenas entrever la esquiva perla que, noche tras noche, brilla serena entre las estrellas. 
La luna huye, el sol la sigue, la tierra rota, se desplaza. La tímida luna se oculta de día y, a veces, también de noche. La secuencia se repite, cíclica, inalterable. La estrella se agota, apenas llega a alzarse hasta su cenit y, fatigada, se retira más temprano cada tarde. Su amada, confiada, sale cada día antes y, en ocasiones, aún cuelga transparente, casi invisible, en la claridad de la mañana. 
El cielo se empaña con el vaho del viento. Son nubes, frescas, suaves, casi como espuma de mar, pero dulces, sin su sal. Son formas vaporosas que se unen unas con otras, sólo alguna estrella escapa fugaz entre los huecos. Las sombras ascienden. Llueve. Envuelta entre nubes, la luna contempla el mundo cubierto por la pátina de humedad. Es una lluvia fina, constante. Los rayos de sol se filtran entre las gotas y un arcoiris se pinta sobre el cielo. Un segundo arco, más débil, corre paralelo al primero, ¡y aún surge un tercero! La luna permanece en suspenso, fascinada por la belleza del velo que recubre el gris del cielo. Los colores se transforman: rubí, ámbar, topacio, esmeralda, aguamarina, zafiro, amatista.
El sol, con sus rayos revestidos de infinitas gotas de agua, se acerca para abrazar a su amada. Nota su temblor bajo su roce. La estrella se eclipsa en un intento de vencer su miedo. Poco a poco, muy despacio, la rodea con la corona de su aura. La perla se esconde en la penumbra de su halo. El sol, clemente, la libera de su lazo y la deja escapar con pesar. Conmovida, la luna le acaricia con un beso de claridad. El sol arrebolado corresponde a su beso con un rayo de su luz más blanca y delicada. No obstante es tarde; su amada ha huido y es la tierra la que lo recibe, con los vestigios del arcoiris y el pálido reflejo del beso lunar.
El último resplandor de aquel abrazo se posa sobre un claro y engendra sobre el suelo una criatura mágica, un ser hecho de luz de plata. Una sacudida de sus finísimas crines convierte su figura en un haz de destellos de luna. Sobre su frente, la punta de una estrella brilla con el hechizo de un beso de cuento.