Los títulos de crédito ya dan una buena pista, con los planos fijos de los esqueletos de los barcos devorados a dentelladas por el mar, pero es cuando escuchamos la cansada voz en off de Pierre (Claude Rich), el médico de a bordo, cuando empezamos a comprender. Con expresión inane mientras dan las noticias en la televisión, se recuerda a sí mismo, como tantas veces, el gris destino de su vida. En esa pequeña pantalla aparece un adalid indochino y el carnaval de Río, muy lejos ambos del nórdico ambiente que le rodea, pero más extraños si cabe son tanto un propósito (la gloria) como una recompensa menor (conocer el mundo) para él que piensa en cúanto se ha dejado ir tras haber elegido la profesión que podía conducir hacia esos caminos; tanto que ya no se reconoce.
A veces es mejor no saber y cuanto más insiste Pierre en remover el pasado, más anticipará su propio ocaso.
Muy coherentemente con ello, resulta arduo, incluso después de varios visionados, recomponer siquiera grosso modo "Le Crabe-Tambour", recordar con precisión tantos quietos momentos expresados con lacerante intensidad.
Siempre se habla de películas anti-bélicas como si se contrapusiesen a otras de las que yo al menos nunca he podido encontrar ninguna, pero acercarse a este raro ejemplar fotografiado por Coutard, provoca una desazón tan funesta respecto al oficio de las armas, un descreimiento tal, que ningún pacifismo podría combatirlo mejor.
O tal vez sí tenga todo el sentido del mundo mirar a ambos films y ojalá así se borrase para siempre uno de las más injustas consideraciones sobre las distancias afectivas en el cine del primero. Primero también de los cineastas independientes a los que se ha llamado de todo.
Incluso la más abstracta de las aflicciones puede convocar "Le Crabe-Tambour", como en la prodigiosa escena del bar, que culmina - cuando deja de sonar "Kashmir"; buenos tiempos para los jukebox - en unas mudas imágenes del daño infinito e injustificable de cualquier conflicto.
Y estoy convencido de que lo hace porque Schoendoerffer conocía muy bien lo que contaba ya que había sido corresponsal de guerra y como tal testigo privilegiado de la escrupulosidad de la política.