Conocida por muchos como “la obra maestra de la serie B”, El beso mortal es un film noir urbano y callejero por momentos naturalista, que en buena medida deja atrás los arabescos entre luces y sombras y los juegos estéticos del cine de género de la década anterior. Así lo precisaba la novela de Mickey Spillane que traduce en imágenes Robert Aldrich. Este escritor ejecutaba novelas rápidas, de puro consumo, sin mayor coartada literaria o cultural, y su principal valor fue presentar un personaje viril y rudo inmerso en ambientes de brutalidad y codicia. Mike Hammer fue interpretado para la ocasión con gran acierto por el fornido Ralph Meeker. Poca simpatía, ningún guiño al espectador y unos puños dispuestos para golpear. El beso mortal es, por tanto, un canto violento a la acción sin interrupciones, animado por personajes que no se detienen, cuya dinámica viva hace que pasemos por alto puntuales deficiencias técnicas.
todos los caminos llevan a Mike Hammer
Con una estética directa y mucho más frontal que los clásicos de los años 40, esta película nos muestra a un buen puñado de personajes ricos en matices y de fisonomias y aspectos muy contrastados. Destaca Velda Wickman, la secretaria, amante, admiradora y chica para todo de Hammer, interpretada por Maxine Cooper.
Todo comienza cuando una chica fugada de un psiquiátrico detiene a la fuerza, en plena noche, el vehículo del detective protagonista, quien no tendrá otra alternativa que socorrerla. Esta primera secuencia impacta por su detallismo y excesiva duración. Sobre el fondo de la carretera de noche, la chica vestida solo con una gabardina —escena onírica que un Lynch no dudaría en firmar como propia—, desfilarán los créditos iniciales en sentido inverso: de abajo arriba, tal y como vimos al final de Seven (Se7en, 1995). No tardarán en localizar a los dos, matándola a ella y dejándole a él convaleciente de una paliza. Sabiéndose en peligro, Hammer decidirá tirar del hilo. Como le dirá Velda: «Primero encuentras un hilo. Ese hilo te lleva a un cordón, ese cordón te lleva a una soga… Y con esa soga te cuelgan del cuello». Tras ese inicio rupturista se impone una estética más cotidiana, mirando la cámara a la altura de los ojos de los protagonistas. No faltarán momentos puntuales de mayor barroquismo, como el despertar de Hammer en el hospital tras la paliza, mostrado a través de llamativos contrapicados. Y conforme avance la película, ese ambiente natural se irá volviendo más expresionista, abundando secuencias nocturnas cargadas de dramatismo.
La seguridad nuclear era una verdadera preocupación para los norteamericanos de mediados del siglo pasado, y este es el verdadero fondo de la película: la búsqueda de una “Caja de Pandora” que podría desencadenar el desastre. Pero Aldrich opta por el desconcierto: todos buscan la caja, incluidos —y sobre todo— los servicios de inteligencia, pero casi nadie sabe a ciencia cierta qué contiene. El misterio que la rodea es impenetrable, y nunca llegaremos a ver su interior. Solo la luz cegadora que emana de ella. Tal atrevimiento en la falta de explicaciones, y el uso tan acertado e intrigante de este Macguffin debió sorprender a los espectadores de la época. De hecho, fue la fuente de inspiración directa para el enigmático maletín de Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994). Es más, seguramente muchos nuevos cinéfilos habrán descubierto esta película de Aldrich explorando las mil y una citas y referencias del autor de Reservoir Dogs. Todos los caminos llevan a Mike Hammer.
David G. Panadero
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Tit. Orig: Kiss Me Deadly. Estados Unidos, 1955. Director: Robert Aldrich. Guión: A.I. Bezzerides. Música: Frank DeVol. Fotografía: Ernest Laszlo. Intérpretes: Ralph Meeker, Albert Dekker, Paul Stewart, Juano Hernández
Este monográfico sobre Detectives Raros en el cine se ha publicado originalmente papel, en la revista Prótesis, nº9 (Reino de Cordelia, ed.), en la primavera de 2017. Pide tu ejemplar en la librería madrileña Estudio en Escarlata.
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