El bestiario medieval, un mundo de criaturas mágicas y terroríficas

Publicado el 13 octubre 2022 por Viriato @ZProvincia

HADAS, UNICORNIOS, DRAGONES Y MUCHO MÁS

En la Europa de la Edad Media, el imaginario cristiano convivía sin problemas con creencias heredadas del paganismo. Muchos creían que, en paralelo a la realidad que podían ver y tocar, existía un mundo poblado por criaturas mágicas y en ocasiones terroríficas.
No es casualidad que muchas obras de ficción con tintes fantásticos evoquen mundos de estética medieval, como la Tierra Media o Narnia. Al pensar en unicornios, dragones, hadas o elfos, los situamos de forma natural en un contexto que, al menos visualmente, recuerda a la Edad Media. Y no es extraño, porque fue precisamente en el Medievo cuando se difundieron muchas leyendas y mitos que han llegado hasta nuestros días.

En la Europa medieval, la existencia de seres sobrenaturales que eran en la mayoría de casos reductos de paganismo era algo perfectamente aceptado. Algunos eran una herencia del mundo grecorromano, mientras que otros provenían de los pueblos que poco a poco fueron introducidos en el mundo cristiano. El resultado fue la compilación de leyendas y de bestiarios especializados que describían estas criaturas como si de verdaderas enciclopedias se tratase.

CRIATURAS DE LA NATURALEZA

Muchas de estas criaturas entraron en el imaginario colectivo a partir de los mitos y el folklore del norte de Europa, como los gnomos, los enanos o los elfos, y eran descritos como razas bendecidas con algún talento o cualidad especial: por ejemplo, los gnomos eran seres muy sabios y los enanos eran grandes herreros. A menudo se fundían creencias de distinta procedencia, como es el caso de las hadas, que en el imaginario medieval reúnen características de las fatae romanas, las nýmphē griegas y las fays celtas.
Algunas de estas criaturas eran benévolas con las personas, otras malvadas, pero en la mayoría de casos podían ser ambas cosas dependiendo de cómo se les tratase. Así, por ejemplo, se creía que los recién nacidos recibían la visita de las hadas; si estas encontraban un hogar amoroso bendecían al bebé con dones, mientras que si se sentían ofendidas lo maldecían con alguna tara como la cojera o la tartamudez y castigaban a sus familiares con desgracias. Este pensamiento perduró durante mucho tiempo y se refleja en cuentos de hadas tradicionales como La bella durmiente.
No todas estas criaturas pertenecían al mundo invisible: se creía que algunas podían ser vistas, al menos en teoría. Es el caso del animal mítico por antonomasia del bestiario medieval, el unicornio, representado como un caballo con un cuerno en la frente al que se atribuían poderes curativos. De hecho, los cuernos de unicornio eran vendidos como producto de lujo y quienes podían permitírselo los compraban a precio de oro, los hacían machacar y los mezclaban en su bebida como un supuesto elixir de longevidad o antídoto contra cualquier veneno que alguien hubiera podido mezclar en su copa. Algunos de estos supuestos cuernos se conservan en colecciones de la realeza de la época: se trata en realidad de colmillos de morsa y de narval, animales muy poco conocidos en Europa por aquel entonces y que eran vendidos por los pueblos escandinavos.

DRAGONES Y OTROS MONSTRUOS
Junto a estas criaturas mágicas, existían otras que podían calificarse claramente como monstruos. Ese apelativo no tiene necesariamente connotaciones de maldad, sino que más bien denota a seres peligrosos pero sin más mala intención que cualquier animal salvaje como osos o leones. En el bestiario medieval abundan especialmente herencias de la mitología griega como las sirenas, los basiliscos o los grifos, híbridos de diversas criaturas.
Entre estos, el monstruo medieval más icónico es sin duda el dragón. Este término designa a dos tipos de seres muy diferentes. En el Lejano Oriente, eran venerados como criaturas primigenias del universo y eran considerados símbolos de buena fortuna; los dragones europeos y del Medio Oriente, por el contrario, eran criaturas malignas. La referencia más antigua que se conoce data de alrededor del año 2000 a.C.: se trata de Tiamat, una diosa de la mitología babilónica de naturaleza dual que representa tanto la destrucción como la creación, dos procesos inevitablemente unidos.
Se cree que el dragón entró en el imaginario europeo gracias a los griegos y los fenicios, quienes a su vez lo conocieron a través de los persas. Para ellos era un ser maligno y el cristianismo le dio una nueva dimensión asociándolo a una encarnación del Diablo creada para provocar caos y sufrimiento: en el Libro del Apocalipsis se describe a Satanás como “el gran dragón” y “la serpiente antigua”; y leyendas como la de San Jorge se difunden por toda Europa, representando el triunfo de la fe cristiana contra el Maligno. A pesar de ello el dragón es también un símbolo de poder y, al igual que otras criaturas míticas como el unicornio o el grifo, aparece a menudo en la heráldica medieval.
La idea popular de que la inspiración para estos monstruos surgiera a partir de fósiles de dinosaurios es discutible. En primer lugar, los seres híbridos son habituales en mitologías de todo el mundo; y en segundo lugar, lo que se puede apreciar en un fósil sin técnicas modernas de extracción y limpieza difícilmente bastaría para atribuirlo a una criatura imaginaria en vez de a un animal real: no fue hasta 1824 cuando se catalogó el primer fósil de dinosaurio, en concreto de un Iguanodon. Más probablemente, el mito del dragón nació a partir de una criatura real muy temida en la Antigüedad, el cocodrilo, del que se cree que hace milenios tenía una distribución más amplia que en la actualidad.

El primer bestiario conocido en el mundo occidental es el Phisiologos, escrito entre los siglos II y IV d.C. por un autor griego anónimo y que se tradujo al latín y otras lenguas. Pero fue a partir del siglo XII cuando más se difundió la creencia en estos monstruos gracias al Bestiario de Aberdeen, que recopilaba a modo de enciclopedia natural tanto seres reales como imaginarios. Esta pátina de verosimilitud bastó para colocar a criaturas como los dragones y unicornios en el mismo plano que las cabras o los caballos; con la pequeña salvedad de que no se sabe de nadie que criara unicornios: si así fuese, habría sido el negocio del siglo.

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