Recuerdo que una profesora así lo decía:
-En un relato, no se queden con la anécdota. Busquen el bicho. Siempre. Si quieren misterio, más que la trama, lo importante es el bicho.
No sé ustedes, pero esa palabra siempre me pareció intrigante. O la vieja docente se había vuelto loca, o mostraba un destello de genialidad. Porque, del mismo modo que se describe una especie exótica, es necesario identificar la particularidad en el cuento. De la variada fauna existente, una historia destaca del resto por sus características únicas. Podrás ver cientos de «bichos» pero reconocerias ese en particular de inmediato. Es aquel que te inspira sensaciones especiales. Ese que consigue erizarte el vello de la nuca. No puedo explicárselos con palabras; es necesario que lean y usen su buen juicio. El modo particular y único que el escritor usa las palabras, el resabio que estas dejan en la memoria, el detalle conmovedor que lo cambia todo…
Según creo (porque esta profesora nunca se molestó en explicarnos con definiciones a que se refería con el citado insecto) quizás este objeto del deseo no era algo concreto. Tal vez solo se trataba del misterio dentro del relato; ella nos estaba incentivando a buscar, algo que no siempre podemos definir, pero sabemos que allí está. Nos desafiaba a comportarnos como lectores exigentes, que no buscan nada en concreto, sino más bien a superarse con textos cada vez más personales, donde más que respuestas, buscamos preguntas que permanezcan abiertas.
Pienso que esa es la actitud correcta: la vida no es un desafío ni una amenaza. Es un misterio. Misterio es lo que todos necesitamos para vivir. Y seguramente, al fin y al cabo el «bicho» seamos nosotros.