Podría ser un chiste del genial Roto. Un tipo orondo de sonrisa oscura se dirige a una multitud sin rostro. “¡Hay que apretarse el cinturón!”, grita mientras se acaricia los tirantes. Es la imagen que me viene a la cabeza cada vez que oigo está metáfora terriblemente visual a nuestros representantes políticos y empresariales.
Con esta imagen, he vuelto a releer “El billete de un millón de libras”, un cuento de Mark Twain que acaba de publicar la editorial Menoscuarto. Digo releer, porque después de la semana horrible de nuestra economía, después de escuchar una y otra vez que tenemos que apretarnos el cinturón he vuelto a este librito con otra mirada.
“…qué sería de un extranjero absolutamente honrado e inteligente al que pusieran en Londres sin un solo amigo y sin más dinero que aquel billete de un millón de libras, sin poder tampoco explicar cómo había llegado a poder suyo. El hermano A afirmaba que se moriría de hambre; el hermano B afirmaba que no”.
El protagonista de esta apuesta fraternal es un bróker estadounidense. Perdido en Londres, sin blanca y sin amigos, acepta la apuesta de los hermanos caprichosos y sale a la calle con ese billete inmenso en su bolsillo. Sus andanzas en este Londres casi dikensiano, divertidas y mordaces, demuestran que los ricos nunca se aprietan el cinturón. Un pequeño gran libro.
10/02/10
Pd.: Muchas gracias a Andrés Rábago por dejarme utilizar su “chiste” sobre las pensiones para ilustrar este artículo. Se publicó originalmente en El País, pero no he podido encontrar la fecha. Para nuestra desgracia, pudo publicarse ayer, aunque no fue el caso.