Hay cosas que se descubren a los cuarenta y siete que ya sabías a los quince. Una es que hay que tener buenos amigos. Incluso la certeza brutal, que irrumpe como una revelación epifánica, de que alguno de ellos te conoce mejor que ti mismo o a la altura de una madre o de una esposa. Yo no tengo la suerte de conocerme o lo hago a trozos, fascinado en ocasiones, hastiado en otras. Todo el esfuerzo que hago por entender a los demás hace que flaquee en el esfuerzo de entenderme a mí mismo. Todo a lo que me entrego se hace más rico y me deja a mí más pobre, dejó memorablemente escrito Rilke, el poeta, pero esa pobreza es admirable, en todo caso. Otra es que estás solo, como cantaba Hilario Camacho, el poeta, enmedio de tanta gente, qué solo estás. Todos los grandes poetas no han hecho otra cosa que escribir sobre lo pobres que somos y lo solos que estamos. Todos los boleros cuentan esto mismo que hoy escribo, pero endulzándolo insoportablemente. Como no los canto, les rebajo la glucosa y los dejo aquí, camuflados, deconstruidos, que dicen ahora los que saben. Hay personas extraordinariamente favorecidas por la naturaleza. Los dotó con la salud o con la inteligencia o con la belleza. Yo soy una de las que no está especialmente dotada para casi nada, pero mi pobreza me curte, me adiestra, me permite apreciar el asombro con el que a diario discurren los días, y me embeleso con la inteligencia o la belleza ajena. Lo de la salud es un asunto difícil. Se deja uno tanto, se abandona tan alegremente. Ahora voy a abrirme una cerveza para celebrar todo esto que me acabo de marcar. A falta de que anoche no ganase Madrid, a ver si hoyen Monza gana Alonso. Es que en el fondo nos conformamos con tan poco.