El bombero 148, el héroe olvidado

Por Dapalo

Julián Sánchez, miembro del Parque de Bomberos de Madrid, fue la única víctima mortal del incendio de Santander de 1941

El accidente que le costó la vida ocurrió en la zona de Atarazanas, al desplomarse sobre él parte de una fachada de un edificio en ruinas

JAVIER RODRÍGUEZ / El Diario Montañés

Para muchos su nombre no significa nada. Se llamaba Julián Sánchez García y tenía 38 años. Era el bombero número 148 que se trasladó con urgencia desde Madrid hasta Cantabria para enfrentrarse al peor escenario, un infierno: el incendio que asoló Santander en 1941. Y Julián fue la única víctima mortal del siniestro. Hoy, setenta y cinco años después, para muchos el bombero 148 es "el héroe olvidado".Llegó a la capital cántabra con un grupo de compañeros procedentes del Parque de Bomberos de Madrid, del que era arquitecto-director Santiago Soler y Garay. Una vez más Julián se mostraba dispuesto a ayudar al prójimo pero el destino decidió que acabara su vida entre escombros humeantes. Observando las fotografías de los vehículos en los que se desplazaron aquellos hombres impresiona imaginar cómo tuvo que ser su viaje a velocidad media de cuarenta o cincuenta kilómetros/hora por un simulacro de carretera y en pleno invierno (con uno de los camiones, la "Bomba nº 3 Benz", descubierto). Un viaje horrible al horror.Aunque llegaron destrozados, se pusieron manos a la obra de inmediato: las circunstancias obligaban a pasar a la acción y no había tiempo para lamentos, cansancios o contemplaciones. La realidad que contemplaban sus ojos superaba, de forma notable, lo que suponían de camino.Ejecutando tareas de derribo en las Atarazanas (durísimas y con los escasos medios de la época) Julián no pudo evitar que le cayera encima parte de la pared de uno de los edificios en ruinas. Sus compañeros asistieron horrorizados a la escena. Rápidamente se le llevó al hospital y no murió en el acto: fallecería el 28 de febrero tras permanecer ingresado en Valdecilla, donde el personal sanitario hizo todos los esfuerzos posibles para salvarle. Se escribía así, con tinta de sangre, el dramático final de un hombre de 38 años, casado con Gregoria Escribano Plaza y padre de dos hijos, Julián y Gregoria. Otro futuro destrozado por la mala suerte.

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