Acabo de releer la semblanza que Javier Marías hace de Djuna Barnes en Vidas escritas, un conjunto de retratos de escritores. Aquí Marías en una frase ambigua, porque no queda claro si está parafraseando a Barnes, a Malcolm Lowry o simplemente opina, escribe (esto sí es innegable) que El bosque de la noche es “una obra maestra técnica, pero algo monstruoso”.
En la semblanza de Marías se presenta a Barnes como una más de las intelectuales norteamericanas que recorrían el concurrido París de entreguerras, y que pudo conversar con Hemingway o con S. Fitzgerald.
El bosque de la noche temporalmente se sitúa en torno a 1927, y la acción transcurre entre Viena y París. El comienzo del libro, donde se narra el nacimiento de uno de los protagonistas, Felix, es notable; en él, Barnes nos transmite información acerca de sus padres: el padre (judío) muere, a los 59 años, antes del nacimiento de Felix, y la madre, a los 45, lo hará en el parto. Felix sólo sabe de sus padres lo que ha podido contarle una tía. Así, Felix, de quien sabemos que ha hecho fortuna pero no se nos informa en qué, adopta el título de Barón del padre, sin saber (el lector sí lo sabe) que es un título falso. La acción comienza cuando Felix tiene 30 años, en ese citado 1927. A Felix le gusta relacionarse con gente del circo y admira cualquier rasgo de nobleza.
Aparece en escena el doctor Matthew O´Connor, que al igual que Felix es un falso barón, también se nos informa de que él es un falso médico. La simulación parece ser uno de los grandes temas de este libro, la simulación y el deseo.
De forma accidental, a través de su contacto con el sableante doctor, Felix conoce a la joven norteamericana Robin Vote, a la que propone matrimonio, con la idea de tener un hijo que recoja sus fantasías nobiliarias.
Después de dar a luz a un hijo varón, Robin deja a Felix por Flora, otra joven norteamericana. Y a su vez, a Nora la abandonará Robin por la ya cincuentona Jenny Petherbridge.
En algún capítulo vuelve a aparecer Felix, gracias a un encuentro con el doctor O´Connor, y también Nora en otra escena con el doctor, quien vertebra la acción y la continuidad narrativa de la novela.
Djuna Barnes mantuvo en su vida relaciones sentimentales con hombres y mujeres. El bosque de la noche habla de lesbianismo y también de homosexualidad (el doctor o´Connor lo es), pero siempre desde una perspectiva poco clara, insinuante, como, imagino, sería necesario en los años 30 del siglo XX, una época aún no propicia al “escándalo” descubierto.
En la contraportada del libro se recogen los elogios de otros artistas contemporáneos de Barnes. Destacan las frases de T. S. Eliot: “El genio más grande de nuestros días” y de Dylan Thomas: “Uno de los tres grandes libros en prosa que jamás haya escrito una mujer”. Como podemos observar los grandes entusiastas de El bosque de la noche eran poetas.
Si escritores como Hemingway, contemporáneos de Barnes, abogaban por el minimalismo narrativo y la precisión, Barnes elige un camino opuesto, que en algún lugar de Internet llaman prosa poética.
Barnes trabaja mucho el párrafo, sus descripciones son sugerentes. Por ejemplo, cuando entra en escena Robin se narra así: “El perfume que exhalaba su cuerpo era de la calidad de esa carne de la tierra que es el hongo, que huele a humedad capturada y, no obstante, es seco, ahogado, por el aroma del aceite de ámbar que es una enfermedad interna del mar, sugestivo de un sueño imprudente y total.” Y así se continúa, haciendo metáforas durante una página.
Quizás el capítulo más interesante del libro sea el titulado Vigilante, ¿qué me cuentas de la noche, donde en un largo monólogo el doctor reflexiona sobre la noche y sus atractivos. Los diálogos del doctor son siempre excesivos, poéticos, irreales. En un momento de este capítulo él y Nora, con quien conversa, se quedan callados, entonces se nos dice de él: “Y pensó: Él se viste para yacer junto a sí mismo, porque está constituido de tal manera que el amor, para él, sólo puede ser algo especial; en una habitación que al evidenciar que es ocupada por él se encuentra tan lacerada como la postrera agonía.”
“Al fin y al cabo, la calamidad es lo que todos perseguimos”, aún dice el doctor en la página 137, como un resumen de las intenciones narrativas de Djuna Barnes en esta novela.
La verdad es que he disfrutado de algunas de las páginas de este libro denso y algo oscuro. He disfrutado de él por párrafos, a veces densos como la poesía y con un trasfondo irracional o evasivo en su discurso. Pero la construcción novelística global no me ha satisfecho. Los personajes desaparecían de escena, confusos, diluidos, y sólo la presencia del doctor O´Connor daba unidad a lo narrado. Me ha costado penetrar en las claves del libro y no creo que, como dice la solapa de Seix Barral, esta sea una novela de intensidad dostoievskiana, puesto que Dostoyesvski sí que apuesta por la continuidad narrativa y la construcción globalizada del material narrativo.