En el bosque de la vida hay muchos personajes que recuerdo desde que era niña. Puedo visualizar mi vida como un cuento medieval donde mis ropajes esconden la larga trenza de los 9 años. A esa edad ya miraba la vida de frente desde la roca más alta y lograba alcanzar con los brazos los frutos que quería comer. Respiraba cada mañana la frescura del rocío y empapaba mis ojos del color de la ilusión. La vida transcurría entre risas y bailes acompañada de personajes que saltaban a mi alrededor. Cuando la noche caía me arropaba la casa cuya lámpara lucía tenue en la ventana mientras sentía el calor de los besos de mis queridos.
Pero en los bosques hay peligros que no temes porque no conoces, hasta que te los encuentras y te desgarran la larga capa que cubre tu cuerpo. Ya no puedes volver al refugio porque abandonaste su camino hace tiempo y los queridos tuvieron que marchar al otro bosque abandonado. Eliges a quien te acompaña mientras engendras el fruto de vuestro amor que pares tiempo después en la tierra húmeda.
Hace más frío porque prestas el calor a los pequeños, no eres la niña de 9 años ni tienes largas trenzas. Te sientes sola y la noche te da miedo aunque escondes tu mirada para que no refleje sombras. Crees que no puedes, caes y levantas mientras las piedras te golpean. Te salvas mientras arrastras tu desaliento. Abandonas el bosque para buscar ríos más fértiles. El camino es cuesta arriba pero el paisaje cada vez es menos oscuro. Los días se hacen largos y las noches cortas, los miedos desaparecen según vas encontrando una nueva luz en un bosque ya cercano.