En el idioma japonés hay una palabra muy extraña. “Karoshi”Significa “morir por exceso de trabajo”. Es un vocablo inaudito para un español, se lo aseguro. Por fortuna.Por causas de índole cultural y religiosa, que tienen por fundamento la demografía en un país con escasos recursos, los japoneses supeditan los intereses privados al bien de la comunidad. Tiene arraigada desde la infancia el “Shudan Ishiki”, la conciencia de pertenecer a un grupo, ya sea familiar o empresarial. Y el honor es la manifestación de una vida virtuosa de servicio a los demás, sin mácula que pueda abochornar a los más allegados.Es así que la crisis económica, la posibilidad de quedarse sin trabajo o no poder pagar los enormes préstamos que son norma en la economía japonesa, supone una carga de estrés a menudo insoportable. Y ello conlleva una tasa de suicidio inusualmente elevada.
Hay algo más: la ley japonesa establece que los inconvenientes que pueda causar un suicida con su acción deben sufragarlos su familia directa. Es decir, si alguien se tira a las vías de un tren y causa desperfectos, o simplemente genera molestias o retrasos a los usuarios del transporte público, los allegados deben compensar a los afectados.Es así que los japoneses se suicidan en lugares aislados; y hay un lugar por encima de todos, el segundo lugar en el mundo, tras el Golden Gate de San Francisco, por número de personas suicidadas.
El bosque Aokigahara.
Antonio Carrillo