Parece ser que sin el buche lleno es difícil mantener alta la moral de las tropas. Las buenas comidas, esas que terminan con un buen postre con el estómago lleno, son depositarias del orgullo del grupo. Pero cuando la escasez de ambiciones, de medios y de tropa se convierte en una realidad, el apetito se convierte en una razón de supervivencia.
En Fe de etarras, un comando primerizo de ETA se aloja en un piso franco de Madrid durante el famoso mundial de la Roja. Las ordenes no llegan y la espera empieza a hacerse insufrible. Todo gira en torno a la comida, el fútbol y la historia de los vascos, primeros pobladores de la tierra. El líder es un riojano al que vamos descubriendo las costuras: sus defectos y su habilidad para sobrevivir.
La historia funciona como un viaje a ninguna parte y como si de una falsa cuenta atrás se tratara que nunca tiene fin. Una película donde la espera es el principal gancho y la desmoralización del grupo el único aliciente para conocer los recovecos de los cuatro etarras.
Sin ver una película es difícil juzgarla. Solo cabe la expectación y el resto son habladurías, malas lenguas. La película puede que sea una de las comedias sobre ETA que más haya dado que hablar. Se estrenó el día de la Fiesta Nacional y tiene lugar durante el mes del mundial en la que la Selección de fútbol española ganó. Toda una estrategia de márketing de Netflix acertada. Además de tender un gigantesco mural en San Sebastián en pleno debate independentista catalán.
Pero hemos venido a ver la película. Y Cobeaga y San José, director y guionista, creadores de Vaya semannita y Ocho apellidos vascos y los que vinieron después, siguen la estela de una pequeña película que hicieron llamada El negociador en la que se trataba con mucho mayor humor negro y seriedad una posible entrega de armas por parte de ETA. Aquí se explota más la comezón de cabeza de unos parias que necesitan ansiosamente pertenercer a un grupo y sentirse importantes. A un nacionalista le basta para su orgullo sentirse el centro de la discusión, decida o no tomar las armas.