Él era un buen hombre. Una de esas personas movidas por la bondad y el buen hacer. Todos en el pueblo le recordamos por su generosidad para con todos, y es que ya había acostumbrado a su mujer a llegar con las manos vacías cuando volvía del pequeño huerto que cultivaba, pues en el camino repartía entre sus vecinos todo cuanto llevaba a casa. Nos ofrecía con una gran sonrisa. Incluso aunque no lo quisiéramos, él siempre acababa convenciéndonos para que nos quedásemos con algo de lo que llevaba o lo dejaba tras la puerta sin decir nada.Él era un hombre bueno. De esos a los que nunca oyes quejarse ni hablar mal del nadie. De esos que a pesar de haber sufrido, siempre han sabido encontrar el lado bueno de las cosas. Y es que contagiaba a la par que atraía a todo aquel que le conocía.
Ya en sus últimos años era fácil encontrarle en la calle. Le gustaba la luz, la vida. Se sentaba en la calle para ver pasar los días; para saludar, siempre animoso, a todos aquellos que pasaban ante él. Él siempre tenía tiempo, unas palabras, para todos nosotros. Un apretón de manos junto a algún chascarrillo que te sacaba una sonrisa. Él quería a pesar de no poder. Y pese a todo, ya se fue.
Y es así, que aunque se haya marchado, en cada uno de aquellos que tocó con su bondad quede algo de él. De aquel buen hombre que siempre sonreía. Y pese a que su bastón ya no toque el suelo, pese a que su figura ya no se dibujará contra la luz. El hombre bueno siempre quedará entre nosotros, y le seguiré saludando como siempre hacía.
En memoria de un buen hombre, Gabriel. Descanse en paz.