El Buen Pastor

Por Cantillana

Qué fácil nos resulta la crítica. Cuando uno se siente en el buen camino, que todo lo hace bien, individualmente o en grupo, con demasiada facilidad ve los fallos de los demás, que seguro que los hay, e incluso nos atrevemos a juzgar las intenciones. Nada más lejos de la caridad cristiana.
Nos arriesgamos a convertir la palabra caridad en algo vacío, que suena bien e incluso da prestigio, pero al fin y al cabo sin contenido o con un contenido basado en el sentimentalismo.
A los amigos, a los nuestros, estamos dispuestos a disculparlos. Y es ahí donde vaciamos el contenido de la caridad cristiana, cuando hacemos acepción de personas, cuando las etiquetamos entre buenos y malos. No me imagino a una madre haciendo algo así con sus hijos.
Repasemos el Evangelio de Lucas en que Jesucristo propone la siguiente parábola: “Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y sale en busca de la que se le perdió hasta encontrarla?. Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso, y, al llegar a casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: Alegraos conmigo, porque he encontrado la oveja que se me perdió. Os digo que del mismo modo, habrá en el cielo mayor alegría por un pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de conversión” (Lc. 15, 4-7).
Por tanto, el Señor quiere que si uno se pierde se le busque e incluso se le lleve sobre los hombros y se le devuelva al redil. Y no que le abandonemos como diciendo allá él. Qué fácil es olvidarse del hermano que sufre o que está un poco perdido. Es más cómodo no hacer nada. Siempre estamos demasiado ocupados, pero, ¿ocupados en qué? Ocupados en tantas cosas que simplemente nos multiplican las ocupaciones. En una especie de correr sin meta.
Fijémonos en la actitud de Jesucristo; su única intención, su mayor ocupación y preocupación es que todos y cada uno de los hombres se salve, y esto se veía tan claro que los fariseos y letrados aprovechan para acusarle de comer y tratar con los pecadores.
“Yo soy el Buen Pastor; conozco las mías y las mías me conocen. Como el Padre me conoce a mí, así yo conozco al Padre, y doy mi vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no son de este redil, a ésas también es necesario que las traiga, y oirán mi voz y formarán un solo rebaño, con un solo pastor” (Jn 10, 14-16).Qué seguridad nos proporciona saber que el Señor es ese Buen Pastor, que se hace el encontradizo y que nos arrastra hacia Él para que entremos por la puerta de la fidelidad a la Iglesia.
La Virgen María colabora con su Hijo en ese pastoreo divino. Ella es la Divina Pastora de las almas; Ella es también la puerta del redil de las ovejas; Ella también va delante señalando el camino, señalando a su Hijo a quien las ovejas “siguen porque conocen su voz. Pero a un extraño no le seguirán, sino que huirán de él porque no conocen la voz de los extraños” (Jn 10, 4-5).
Para no ser nosotros de esos extraños aprendamos a tener los mismos sentimientos que Jesús, el Buen Pastor, y de su Madre, Pastora Divina.
Fernando I. García Álvarez-Rementería, párroco de Cantillana y director espiritual de la hermandad. (Cantillana y su Pastora, nº 12)