«El burlador de Sevilla», en el Teatro Español

Publicado el 11 octubre 2015 por Juliobravo
«Para los clásicos, respeto, pero no reverencia». Lo decía, hace un par de días, Álvaro Tato, autor de la versión de «El alcalde de Zalamea» con la que la Compañía Nacional de Teatro Clásico va a reabrir el teatro de La Comedia después de trece años cerrado. A tan solo unos metros de allí, en el Teatro Español, se presenta desde hace unos días otro emblemático título de nuestro Siglo de Oro: «El burlador de Sevilla», atribuido a Tirso de Molina, y dirigido por Darío Facal.

Seguro que Facal asume la frase de Álvaro Tato; al menos, su montaje participa de ese espíritu renovador, que significa que, afortunadamente, las gentes del teatro han arrebatado a las gentes de la Universidad (¡no hay que tomar esta frase de manera literal!) los textos de nuestros autores clásicos para convertirlos en materia escénica, para lo que fueron creados.

Darío Facal es un director de menos de cuarenta años; su visión de «Las amistades peligrosas» es la que le ha abierto las puertas de esta revisión de «El burlador de Sevilla» en el Español, anunciada como transgresora (¿qué significa ser transgresor en el teatro en nuestros días?: yo no lo sé, lo confieso. A veces es más transgresor algo puramente clásico). Yo, más bien, considero el montaje contemporáneo, en el más estricto sentido del término, porque Facal cuenta la historia desde un punto de vista absolutamente personal (y él es un hombre contemporáneo) y utiliza para hacerlo los medios tecnológicos que nuestra época pone a su alcance.

En este «Burlador», la falta de reverencia está en la ausencia de golas y miriñaques, y el respeto se comprueba en el texto y en el cuidado con el que se maneja el verso -gracias en parte sin duda al trabajo de los actores con el conocedor Ernesto Arias-. No hay, además, ninguna escena que se antoje gratuita. Tiene todo el montaje coherencia y responsabilidad, además, claro de la personalidad de su director.

Don Juan (éste es el original, el que dio origen a los de Molière o Zorrilla) es en el texto original, y también aquí, hombre más atemporal que contemporáneo me parece a mí, un desalmado, que actúa guiado únicamente por sus instintos, entre ellos el de hacer daño. Facal propone una puesta en escena enmarcada por los audiovisuales y un bosque de micrófonos con su pie y su cable, que a mí me parece demasiado «ruidosa» y sucia. Hay sin embargo escenas bellísimas, a menudo de una furiosa poética, como el acto sexual con el que se inicia la obra, y que los espectadores ven a través de las imágenes grabadas por el propio protagonista, Don Juan. También lo es la boda y posterior seducción de Aminta, y la imponente aparición de la estatua del Comendador. Hay en todo el montaje un inquietante magnetismo, una incómoda desazón en el relato.

Los actores se entregan al exigente juego que les plantea Facal con generosidad e impudor. Todos mantienen un excelente nivel, pero destaca el trabajo de Marta Nieto (Doña Isabela), Eduardo Velasco (Don Gonzalo de Ulloa), Alejandra Onieva (Doña Ana de Ulloa), David Ordinas (Marqués de la Mota) y Agus Ruiz (Catalinón).     

La foto es de Sergio Parra