Creo firmemente en el frío, en la niebla y en la literatura gótica. Me fascina todo lo victoriano, ese aire discretamente decadedente a lo Dickens con el que entretengo en cuanto puedo mi inevitable personalidad meridional, de escaso afecto por los tópicos del sur, que huye del calor y de los cielos limpios de nubes y de tormenta. En invierno mi paisaje se britaniza, por decirlo de alguna forma. No ya tanto la topografía como lo que se levanta por encima de ella. Imagino que si me hubiesen nacido en Londres, de haber sentido desde pequeñajo el english way of life, hoy querría ser sureño, andaluz tal vez, cordobés como soy. Descreo de la fortaleza anínima del lugar en donde uno nace. Por eso no soy amigo de nacionalismos y me aferro fieramente a la idea de que todos somos de todos sitios. Yo soy un poco inglés leyendo a Chesterton y otro poco tropical cuando tengo entre manos a Cabrera Infante. Para que nos entendamos, soy una especie de Ian Gibson inverso que no busca ningún enterramiento mitológico.
La fotografía que ilustra este post me la creo del todo. Parece que he sido yo el que la hecho (más quisiera) o que yo soy uno de esos viandantes eventuales a los que el fotógrafo ha pillado en uno de esos momentos mecánicos en los que vamos o venimos sin meditar mucho el sentido de la travesía. De hecho hasta se me da un aire, es un decir lo del aire, el caballero del bombín, con gafas de pasta o similar, que lleva el gesto contrariado y la flema británica a la vista. Soy ese señor a medio ir o a medio venir, que circula a contramano, arriesgándose a que los demás lo miren. Por raro. Soy de una britanidad cuestionable en casi todo lo demás, aunque adore su idioma, su literatura (de Shakespeare a McEwan, de Eliot a Hornsby), la Ealing (ya saben, Pimlico y compañía) y su imparable maquinaria pop o rock (de los Beatles al infinito y posiblemente más alla). Soy un inglés de mentira, un español a medias, una de esas volubles criaturas que son felices donde le acojen bien y le hacen sentir como en la propia casa. La mía, ahora misma, huele a cena recién preparada y no hay ni rastro de frío por ninguna de sus habitaciones. Ya ven, eso de que amo el frío, la niebla y la literatura gótica es una frase que viene bien para empezar un artículo. O no.
addenda: solo falta que alguien venga y diga que la foto (cuya autoría desconozco) fue tomada en Berlín o en Madrid. Antigua, no obstante, es.