Qué indescifrable modo de cruzarse el de ciertas lecturas. No hace mucho estaba leyendo la novela Como polvo en el viento (Barcelona, Tusquets Editores, 2020), de Leonardo Padura, de la que me resultó muy sugerente el personaje de la madre que aparece —por teléfono— en las primeras líneas y que ocupa el capítulo 7 «La mujer que les hablaba a los caballos». Es una veterinaria con una relación especial con Ringo, un hermoso caballo de la exclusiva raza Cleveland Bay. Todavía no había llegado a ese capítulo cuando recibí este libro de Alfredo Gómez Martínez (Zafra, 1958-Mérida, 2015): El Siglo de Oro del caballo español y los albéitares. Edición a cargo de Miguel Ángel Vives Vallés, José Antonio Mendizabal Aizpuru y María Cinta Mañé Seró. Zaragoza-Pamplona, Editorial Imanguxara (Serie Historia de la Veterinaria, nº 6), 2023. Supe por mi amiga Carmen Pro, viuda de Alfredo, que había salido y lo pedí a la editorial. Es un estudio histórico sobre el caballo español —en el libro, PRE (pura raza española)—, y sobre el papel de los albéitares en su proceso de selección que, aparte de las razones sentimentales de estar ante la obra póstuma de un amigo añorado, me interesó desde el principio por darme unos rudimentos básicos sobre tipos de caballos de la antigüedad destinados al laboreo, a la guerra y a las caballerizas de los reyes. Lo curioso fue que, en estas de ir conociendo como un desinformado las últimas investigaciones de Alfredo, llegué al capítulo séptimo de la novela de Padura y me vi en sintonía con lo allí escrito: «En realidad, muy pocos criadores y doctores habían atendido a un animal de aquella raza [la Cleveland Bay], con más de mil años de historia, y en el siglo XX abocada a la extinción. Empleados durante mucho tiempo como corceles de tiro en la guerra y en la paz, los había salvado de la desaparición la coyuntura de que, gracias a su porte aristocrático, hubieran sido por dos siglos los animales de enganche de las carrozas de la casa real inglesa, que los había preservado para aquella faena y revitalizado su reproducción» (pág. 425). Me pareció fascinante la conexión y continué leyendo el estudio promovido por la asociación Amigos de la Historia Veterinaria, que entiendo radicada en Zaragoza y Pamplona, y editado por la empresa editorial Imanguxara, que está en Cáceres. Había pedido la obra a los amigos del Norte y me había llegado desde la cacereña calle Osa Mayor del R-66. Me gustaría tener más competencia en la materia para apreciar justamente las aportaciones de un trabajo así, en buena medida explicadas en la introducción de los editores, que vuelven a aparecer en las «Conclusiones», y se dejan ver en diferentes momentos de la obra, como en algunas notas, aunque no en todas de manera explícita. Por eso, a pesar de las explicaciones, a alguien tan profano como yo no le queda claro en qué grado la estructura general estaba ya en el documento de partida y cuánto de reescritura ha habido en algunos momentos del libro: «Los editores, con nuestro criterio, mejor o peor, hemos intentando con el mayor interés y dedicación, tratar de traducir y trasladar lo que hemos interpretado como los deseos del autor, guiándonos por las referencias y pistas que hemos encontrado, en orden a dejar por escrito el testimonio del trabajo, el esfuerzo, el conocimiento y la dedicación del autor, así como el producto de su trabajo, un texto que actualmente se puede considerar, sin empacho alguno, como texto de referencia, y que sin duda creemos que se revelará fundamental en la historia de la veterinaria del siglo XVI». Sin duda, un interés y un entusiasmo que son el mejor homenaje que se le podía rendir póstumamente —sobre todo, de dos amigos que fueron profesores en la Universidad de Extremadura, María Cinta y Miguel Ángel— a quien dedicó tantas horas al margen de su trabajo a su pasión como historiador. El Siglo de Oro del caballo español y los albéitares es un tributo en forma de libro que patentiza la capacidad indiscutible de Alfredo Gómez para defender su investigación como una tesis doctoral que no pudo ser. Me ha gustado mucho saber que los albéitares tuvieron un destacado papel en el proceso de selección de la raza española; pero que no quedó reflejado en la documentación conservada; en ocasiones muy mal conservada (pág. 232) y consultada con grandes dificultades, pero con sustanciosos resultados por el investigador. Me ha gustado el recorrido propuesto por tratados de veterinaria y las características de los «tipos caballares», y también por su representación en la pintura de los siglos XVI y XVII. En cierto modo marcado por el sentimiento, he recordado cómo Alfredo hablaba con pasión —siempre embridada por una modestia tan verdad como excesiva— de sus progresos en su campo de estudio; y estar ahora ante su libro resulta una instructiva manera de recobrar una amistad entrañable.