El cajón de notas de un escritor es un pequeño tesoro que se ha ido sedimentando años
No faltarán las que fueron tomadas hace tanto que sus papeles ya amarillean, no faltarán las que hace tanto más que ya amarilleen de por sí, dispuestas ya a pasar a mejor vida, a ser pasto de la papelera, de una llama o de un olvido, o tal vez a quedar expuestas por siempre tras una vitrina imaginaria como metas volantes de la historia de una afición, de la historia de un sueño que, cumplido o no, se anduvo, se persiguió y se soñó.Al abrir el cajón de notas con la curiosidad en la punta de los dedos y la memoria
sedienta, saltan sobre nosotros recuerdos deseosos de ser recordados, sedientos de memorias; y lo hacen en tropel, desordenadamente; y lo hacen desde distintas épocas, desde distintos formatos, con distinta letra, casi desde distintas las personas que fuimos en las distintos circunstancias que nos dieron forma.Es un pequeño tesoro que se ha ido sedimentando durante años y años de observaciones, resumidos, extractados, esenciados en pedazos de papel informes e informales, con los caracteres a veces secretos del críptico y exclusivo lenguaje del pensamiento, notas en fin, que sobreviven a su manual de traducción, entendimiento y uso. En ocasiones, cuando abrimos ese cajón, podemos sentirnos espías de otros cajones de notas de otros escritores. Nos parezcan propias o ajenas las notas que contiene, ¿quién sabe si en ese cajón de notas hiberna la semilla de un éxito?