Mientras Papá Noel se entretenía en revisar los últimos detalles en el taller, Nicole se dirigió hacia el recinto de los renos. En realidad no era una zona confinada sino una enorme pradera, escogida por los propios animales, que en primavera se alfombraba con una hierba alta, jugosa y muy sabrosa. El lugar incluía un bosquecillo de abetos, de esos que susurran serenos por las noches para que el mundo a su alrededor se duerma. Sus ramas más altas estaban cubiertas por una fina capa de nieve que el viento agitaba entre sus remolinos para descubrir las agujas de sus hojas brillantes de hielo. Tenían el mismo aspecto que unos gigantescos árboles navideños. En un rincón, oculto por los abetos, se levantaba el establo de troncos en el que los animales se recogían en los días más desapacibles y en el que disponían de agua y alimento en abundancia. Antes de acercarse, Nicole los observó jugar y recorrer la extensa pradera a velocidad de vértigo.
Star, la blanca y diminuta reno de profundos ojos azules se aproximó a la niña. De todos los renos, Star era su favorita. El animal no salía en el tiro junto con el resto de sus compañeros en Nochebuena sino que el único momento en el que Star impulsaba el Gran Trineo era el de sacarlo de su escondite. Los otros renos eran demasiado grandes, algunos incluso más que el propio Trineo, y ninguno de ellos podía maniobrar con facilidad en el interior de la cochera en la que se guardaba el vehículo, oculto desde el comienzo de Enero hasta los primeros días del frío mes de Diciembre.
No obstante, sacar el Trineo no era la tarea esencial de Star. Ella era la única reno capaz de volar a lo largo de todo el año, no sólo en Nochebuena como el resto, y cada noche recorría el firmamento, de norte a sur y de este a oeste, miles, millones de de veces. Su brillante rastro se deshacía entre la luz y se confundía con el de una estrella fugaz. Aquella singular centella se encargaba de recoger todos y cada uno de los deseos que los niños lanzaban al divisar su estela.
Nicole abrazó a la reno, que frotó su nariz rosada contra la mejilla de la chiquilla, y ambas se encaminaron hacia la cochera. Una vez allí, la niña le colocó los arreos y comprobó la resistencia y la tensión de los correajes. Ajustó las hebillas para ceñirlas al lomo. Pasó la mano entre el dúctil cuero y el cuerpo de la reno. Las cinchas debían quedar firmemente sujetas aunque con holgura suficiente para no dañar al animal.
- ¿Te aprieta demasiado?- le consultó mientras acariciaba a su sedoso pelaje, tan ligero que daba la impresión de estar tejido con copos de nieve.
- En absoluto - le aseguró Star.
Una vez se cercioró de que todo estaba en orden, comprobó minuciosamente la resistencia de todos y cada uno de los ensamblajes del Trineo. ¡Ya estaba todo preparado y el abuelo aún seguía en el taller! ¡Qué raro que se entretuviese tanto! Nicole decidió no esperarle. A fin de cuentas le había dado su permiso para conducir el vehículo ella sola, así que eso haría. Seguro que le daba una sorpresa. ¿Quién sabe? A lo mejor, al ver lo bien que lo manejaba, este año, al fin, la dejaría acompañarla en el Viaje. Esperanzada, dispuesta a esmerarse en aquel cometido para impresionarle, se subió al pescante y tomó las riendas. Antes de arrancar se abrigó con la gruesa capa roja de terciopelo con adornos de armiño con la que su abuelo se protegía del intenso frío invernal. Realmente no hacía tanto frío como para necesitarla pero Nicole consideró que formaba parte del ritual y, si pretendía ejecutarlo a la perfección, debía tener en cuenta hasta el más nimio de los detalles. Star giró levemente el cuello mientras la muchacha terminaba de colocarse en posición.
- ¿Lista?- le preguntó.
Nicole sonrió y asintió con la cabeza. Ambas iniciaron el avance. El Trineo vacío era ligero y fácil de arrastrar, incluso para una reno de tan reducido tamaño. Apenas había un par de cientos de pasos de distancia desde la cochera hasta el taller. Habitualmente, el trayecto no entrañaba mayores dificultades. Sin embargo, en esta ocasión enseguida notaron que las condiciones no eran la normales: el suelo estaba helado y la capa mullida de nieve que acostumbraba a cubrirlo, y que servía de sujeción a los cascos del animal al hundirse en ella, era casi inexistente. Desprevenida, Star patinó y los esquíes del aparato se deslizaron de un lado a otro, descontrolados. Nicole se movió con rapidez en el asiento hasta equilibrar de nuevo el vehículo. Con el corazón desbocado tras el susto, reanudaron su camino. Avanzaron centímetro a centímetro, extremando la precaución para evitar cualquier vaivén sobre el peligroso hielo.
Nicole miró a su alrededor y contuvo el aliento ante el magnífico panorama que se abría ante sus ojos. El océano azul ocupaba el horizonte. Le llamó la atención la proximidad de la orilla. La recordaba mucho más lejana, apenas una línea oscura más allá de la extensión blanca de hielo. La joven achacó la diferencia al rápido crecimiento experimentado a lo largo de aquel año. Ya no era una niña pequeña a la que todo le parecía enorme, durante esos meses habían cambiado sus referencias y había adquirido una perspectiva de adulta, concluyó con satisfacción.