"...Ya no siente el calor de sus manos en la piel. Gerardo abre los ojos, perezoso, remolón. El espacio vacío del lecho muestra un océano de pliegues retorcido, como si el cuerpo femenino que allí permaneció caliente, sin reservas ni hostilidades hacía poco más de tres o cuatro horas, se hubiese transformado en maremoto durante los prolegómenos del sueño. La alcoba se ha quedado atrapada en el vientre de las sombras, pero sobre una mesilla junto a la cama es posible discernir la fosforescencia anaranjada de unos números digitales que indican que ya son las 09:33. Con paso ebrio se dirige a la ventana y corre las cortinas, sube las persianas, deja que la luz matinal vomite todo su potencial, exiguo, mermado, sobre la fachada blanca del Mare Hotel de Savona. Algunos turistas madrugadores se dirigen a la playa, caminan o corren por las tranquilas calles semidesnudas de la vía Nizza. El cielo es esta mañana como una gran plancha de acero porosa por la cual, el claror pretende efectuar un abordaje de emergencia. Septiembre se lo está poniendo difícil a los veraneantes postreros del estío. Nubes con forma de hipopótamo llegan cargadas de lluvia fría que dejará la arena de la playa convertida en un espeso lodazal. Frunce el ceño Gerardo como si hubiese sido objeto de un dolo. Regresa a la alcoba. Abre los ojos aterrado. El corazón se convierte en gaviota, pero está atrapada, y por mucho que trata de escapar y volar, se queda allí dentro, encerrada, golpeando la caja torácica. A punto está Gerardo de desplomarse, pero en el último instante se apoya contra la pared y queda prendido como un muñeco al que le hubiesen untado la espalda con algún tipo de ungüento de pegado y secado instantáneo. Con el impacto a punto ha estado de hacer añicos un cuadro muy torcido, donde se ve una fotografía en blanco y negro de la Torre de León Pancaldo. Sus ojos negros no pueden dejar de mirar a la voluptuosa mujer desnuda que yace en el suelo, apenas unos centímetros la separan de la puerta. Parece que intentó escapar. Así lo indica la posición de su cuerpo, contorsionado de una manera muy peculiar, como si pretendiera arrastrarse hacia una salida inalcanzable. La habitación, ahora que la luz se ha prestado a mostrar lo que la noche oculta, presenta síntomas evidentes de intrusión: el cadáver de Alessia, las puertas correderas de los armarios, abiertas, un cuadro con una foto del monumento a Garibaldi en la Piazza Eroi, ha quedado hecho añicos, junto a la tetera y el televisor, cuya pantalla ha reventado a causa de un golpe contundente...
Gerardo no se atreve a tocarla y duda unos instantes, antes de despegarse de la pared y comprobar si la deslumbrante meretriz que conoció la noche pasada en las inmediaciones de la fortaleza del Priamar sigue con vida. Finalmente los pies toman la decisión de moverse en dirección al cuerpo desnudo, que exhibe con total impudicia unas nalgas carnosas y esféricas enhiestas, donde alguien ha "encajado", no se le ocurre una palabra que lo describa mejor, una especie de cuartilla plegada que sobresale como un delgado cartucho o un canuto. Ahora puede verla de cerca.
Alessia ha sido apuñalada repetidas veces en el abdomen y la espalda. Hay una almohada bajo su vientre que ha quedado tan encarnada como los labios turgentes de ella. Gerardo no puede dejar de observarla, aterrado y fascinado de una manera espectral, y piensa que la posición del cuerpo tiene algo de grotesca belleza artística. Una de las manos trata pudorosa de tapar los pechos grandes y acampanados. Unos mechones de cabello negro y largo le cubren medio rostro, los ojos abiertos, de color verde, circuidos de colorete gris y purpurina en las mejillas. Una de las piernas está flexionada de tal modo que parece que Alessia fuese una corredora de fondo sobre la pista de un pabellón olímpico, preparada para "volar" al escuchar una señal acústica. Algunos de los músculos principales de sus muslos, torneados y generosos en carnalidad, están marcados, descollantes, cubiertos de una pátina lubricante que los hace relucir como islotes en medio de un mar en calma. Parece Alessia una de aquellas musas renacentistas que sedujesen la creatividad de los egregios pintores de la época de Botticelli. Los labios están escindidos para besar y pronunciar poesías. Es una representación romántico-lírico-poética de la muerte, ahora lo ve claro. Las manos trémulas osan por fin "desencajar" la cuartilla obscena. La despliega y lee lo que allí quedó escrito con carmín. No tiene sentido: Penal de Santo Stefano, Lacio. Obnubilado, queda Gerardo postrado en el suelo, aturdido. Se aparta del cuerpo inerte de Alessia como si lo viese por primera vez, con las manos forzando a un grito libertino a que se quede dentro del pecho, mudo y obediente. Escucha entonces el sonido de unas sirenas. Se asoma a la ventana. El gentío comienza a formar legiones embarulladas entreveradas en torno a las patrullas de policía que comienzan a formar escuadrones frente al hotel..."