El camino de Alemania hacia la Segunda Guerra Mundial

Por Liber

Alemania, 1933. Una agitación enorme, ciega, recorre las calles. Los nacionalsocialistas han llegado al poder en un país torturado por el desempleo, amargado por las pérdidas territoriales y desmoralizado por la debilidad política. Quizá esto sea un nuevo comienzo. La mayoría de la gente cree que los nazis son un poco absurdos en algunas cosas, demasiado obsesivos en otras, pero quizá el tiempo de la reflexión ha pasado.

Hitler no tomó el poder: se le ofreció, precisamente en el momento en que su fuerza electoral estaba decayendo. Los políticos que hicieron a Hitler canciller se decían a sí mismos lo siguiente: estamos comprándole.

A continuación, podrás ver con subtítulos en español el discurso de Adolf Hitler del 30 de enero de 1933, tras su proclamación como Canciller de Alemania.

Al frente de la política estaba el antiguo presidente von Hindenburg. Los comunistas y los socialistas intentaron analizar a Hitler fríamente. Esto no durará decían. A los conservadores antinazis les tranquilizaba el hecho de que se supiera que su viejo caudillo en la guerra, von Hindenburg, todavía jefe de Estado, despreciaba al vulgar y menudo cabo austriaco.

Con cómica y cínica solemnidad, Hitler y sus lugartenientes acuden a la ceremonia de apertura del Reichstag. La fuerza del partido se había cimentado en la violencia revolucionaria. Nunca se habían imaginado que podrían hacerse con el poder legalmente. Cuando el viejo edificio del Reichstag fue misteriosamente destruido por el fuego, Hitler aprovechó la oportunidad para suspender todas las libertades civiles. Sus seguidores apenas podían creerse su suerte.

El viejo von Hindenburg, el símbolo de la aparente continuidad, presidía cuando ellos se aprovecharon del gobierno para tomar el poder por medio de actos de falsa legalidad. En marzo, cuando con sus votos el Reichstag permitió a Hitler que gobernara sin parlamento, Hindenburg no hizo comentario alguno. El canciller legal se encaminaba irremediablemente hacia el papel de dictador legal.

Hitler proclamó la nueva Alemania y estaba dispuesto a que durara mil años.

La nueva Alemania comenzó a acosar a sus enemigos: comunistas, socialistas, periodistas atrevidos y hasta diputados del Reichstag. En el campo de concentración de Oranienburg, al norte de Berlín, las condiciones fueron al principio más duras que brutales. En aquel momento, los campos estaban bajo el control de las SA. Fanfarroneaban, más que asesinaban.

Desde el primer momento, Hitler desató su prometida campaña contra los judíos. Las SA organizaron boicots contra las tiendas de los judíos. El verdadero objetivo era animar al pueblo alemán a pensar y actuar antisemíticamente como algo natural. El resto del mundo estaba horrorizado, pero había muchos, incluyendo muchos judíos alemanes, que creían que la campaña antijudía era la obra de los extremistas nazis. Algo a lo que Adolf Hitler pondría fin cuando se sintiese más seguro, pensaban.

En la Alemania nazi iba a llevarse a cabo también una revolución cultural. La cultura alemana sería purificada de la corrupción judía y bolchevique. Los libros serían arrojados al fuego. Muchos de los que los arrojarían serían estudiantes y profesores. Al tiempo que se alzaban las llamas, los intelectuales huían. Escritores y científicos ofrecían su talento a la Europa occidental y a los Estados Unidos de América.

Cien años antes el poeta judío alemán Heinrich Heine, cuyos libros serían pasto de las llamas, había advertido: donde se queman los libros, más tarde se quemará a la gente.

Los nazis gozaban de apoyo popular entre los desempleados, pero menos entre los trabajadores organizados. El ala izquierda del partido deseaba iniciar un movimiento de trabajadores dentro de las fábricas. Pero Hitler tomó un camino más corto: concedió a los sindicatos la fiesta del 1 de mayo, que siempre habían solicitado. Al día siguiente, abolió los sindicatos.

Los que apoyaban al nazismo eran principalmente gente de la clase media, tenderos arruinados por la depresión, empleados que habían perdido sus ahorros, artesanos ahogados por la producción en serie. Estos eran los principales adoradores de Hitler.

A este ejército de desposeídos pertenecían los pequeños agricultores, los campesinos. Hitler se había ganado su apoyo durante la depresión. Ahora se les decía que su sangre y su tierra eran el tesoro de la nueva Alemania. Hitler aprobó leyes para asegurarles la posesión de sus campos y les dio pan.

El Tratado de Versalles de 1919 había recortado considerablemente las fronteras alemanas. Alsacia, Lorena y el territorio del Sarre se habían perdido. La Prusia oriental había quedado reducida por el nuevo estado polaco. Danzig era una ciudad bajo supervisión de la Sociedad de Naciones y bajo protectorado polaco. Cualquier patriota pensaba que Alemania no podría ser libre mientras que el Tratado de Versalles siguiera vigente. Solo Hitler parecía el salvador que podía restituirle la gloria a una Alemania ultrajada.

Fuera de Alemania había algunos que admiraban la manera en la que esta nueva Alemania se levantaba por sí misma. En realidad, la nueva Alemania era un manojo de intereses diferentes e injusticias, unidos por la correa del Partido Nacionalsocialista ( NSDAP). Y la hebilla de la correa era Adolf Hitler.

Sin embargo, Hitler se sentía todavía amenazado. Temía a sus antiguos rivales conservadores, temía a sectores de la Wehtmacht y temía a aquellas secciones de su propio partido que todavía eran revolucionarias, como a las SA, que bajo el mandato de Ernst Röhm habían consolidado un poder nada desdeñable, capaz de hacerle sombra al Führer.

El 30 de junio de 1934, Röhm es arrestado y fusilado. Igual suerte corrieron los antiguos enemigos de Hitler y la cúpula de las SA. Esta fecha pasaría a la posteridad como la Noche de los Cuchillos Largos. Los ejecutores eran la nueva fuerza de Alemania: las SS, que se convertirían en la nueva herramienta de terror al servicio del nacionalsocialismo.

El 30 de junio de 1934 fue un día muy importante, porque quedó patente que aquel Gobierno, como Gobierno, comenzaba a convertirse en un ente criminal. Se ejecutó a un gran número de personas sin dársele a ninguna la oportunidad de un juicio con garantías. Sencillamente fueron asesinadas.

Aquel verano, desapareció otro rival: el presidente Hinderbug murió en su cama el 2 de agosto. Cuando el anciano todavía respiraba, Hitler había suprimido el cargo de presidente, proclamándose Führer y Canciller, Jefe de Estado y de Gobierno. Y antes de que su cadáver fuera enterrado, Hitler le usurpó el mando del ejército. Las fuerzas armadas desfilaron para prestarle un nuevo juramento. Una vez habían jurado lealtad a la constitución. Ahora, se comprometían con Hitler personalmente. Para los oficiales alemanes, un juramento era casi físicamente real. Hitler los había atrapado. Ahora no podían desobedecerle, sin desobedecer a la patria.

Adolf Hitler continuaba su marcha. Ese mismo mes, los alemanes tuvieron que acudir de nuevo a las urnas para aprobar su toma de los poderes del Estado y el Gobierno. En aquel momento, la maquinaria que controlaba los votos por medio de la amenaza, la propaganda, la falsificación y el fraude, funcionaba a la perfección. Hitler obtuvo un 90 % de síes. No obstante cuatro millones votaron No.

Hitler proclamó que durante los próximos mil años, no habría otra revolución en Alemania. Los nazis predicaban la doctrina de la confraternización. Enseñarse unos a otros a ser alemanes. El Auxilio de Invierno, la principal demostración de solidaridad callejera, fue todo un símbolo.

Los dirigentes del partido, ante la presencia de las cámaras durante estas demostraciones de solidaridad patria, demostraban también su camaradería. Hermann Göring se exhibía, héroe de guerra, hombre que se reía y disfrutaba de la vida. Se le consideraba una fuerza moderada dentro del partido. Joseph Goebbels, el pequeño Ministro de Propaganda, a quien a escondidas se le llamaba enano venenoso, tenía una mordacidad temida a la par que respetada. El Ministro del Führer, Rudolf Hess era una figura inquietante para las masas. La manera nazi de gobernar era remota pero dando la impresión de no serlo. Había que ganarse ante todo a las masas.

Se alentó a todas las clases a que saboreasen las mismas comidas: al soldado, al patrón, a los trabajadores, al banquero, etc. El Partido creía en la comunidad o Volkgemeinschaft. Pero los industriales seguían siendo ricos. Habían financiado a los nazis cuando parecía probable que ganarían. Ahora se sometían a las directrices nazis sin demasiado disgusto.

La economía se reanimaba cuando los nazis llegaron al poder, pero acapararon los créditos, acelerando la recuperación con un gigantesco programa de obras públicas para los desempleados. Otras naciones en las que el desempleo persistía observaban a los nazis con envidia. Los parados construyeron las Autobahn, las primeras autopistas del mundo, que unieron una Alemania todavía provinciana y que se traducirían en un símbolo de la nueva Alemania.

Si Alemania iba a ser fuerte de nuevo, tenía que rearmarse. Un pueblo aterrorizado por la guerra tenía que familiarizarse una vez más con las armas, tocarlas, jugar a los soldados. Alemania tenía que adiestrar pilotos. El Tratado de Versalles le había prohibido a Alemania disponer de una fuerza aérea, de manera que la Sociedad de Deportes Aéreos utilizaba planeadores para entrenar hombres, todavía oficialmente civiles, para la futura Luftwaffe.

La Wehrmacht comenzó a crecer más allá de los límites fijados por el Tratado de Versalles, desde el momento en que Hitler se convirtió en canciller. En secreto, el Führer triplicó sus efectivos en dos años. Cualquier agregado militar podía ver lo que estaba ocurriendo, pero el mundo no hizo nada decisivo. En marzo de 1935, Alemania hizo público el reclutamiento. Un ejército en tiempos de paz de medio millón de hombres. Los nuevos tanques salieron a la luz. Volaban los primeros escuadrones de la Luftwaffe. La nueva marina ( la Kriegsmarine) alemana navegaba.

Hitler tenía a Europa perpleja. Después de proclamar que el Tratado de Versalles no tenía vigencia, propuso un límite en los armamentos. Gran Bretaña, la primera democracia que hizo un pacto con los nazis, firmó un acuerdo naval. Hitler se reafirmaba.

Lo menos arriesgado para Hitler en un principio era empezar a suavizar las odiosas fronteras. Una parte del Tratado de Versalles ya no se había cumplido. En enero de 1935, el territorio del Sarre, la pequeña región minera que había sido alemana antes de 1918, votó abrumadoramente y bajo supervisión internacional volver a Alemania.

Al lado, la región del Rhin, seguía siendo una zona desmilitarizada. Evidentemente, esta era una parte de Alemania, pero recuperarla supondría un desafío directo a los Aliados, y sobre todo a Francia. Las tropas cruzaron los puentes del Rhin en la madrugada del 7 de marzo de 1936. Los jefes militares llevaban la secreta consigna de retirarse por el río si Francia daba alguna señal de lucha. Pero no hubo ninguna. Colonia, la ciudad principal de la región del Rhin, y toda Alemania desbordaban de entusiasmo y de alegría. Una parte del honor alemán había sido recobrado. Hitler había corrido un riesgo y había ganado.

Dos años más tarde, Austria, el lugar de nacimiento de Hitler, estaba madura para ser tomada. Los nazis austriacos, deseosos del (unión con Alemania), estaban creando desórdenes. Tras un cuestionable referéndum, las tropas alemanas fueron recibidas histéricamente por las masas en Viena. Austria se convirtió en una provincia más del Tercer Reich.

Checoslovaquia, que no era una provincia perdida, sino una nación independiente, aliada de Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética, tenía en su límite septentrional la región de los Sudetes alemanes. Hitler incitó a la minoría germana, que nunca había pertenecido Alemania, a exigir la unión con el Reich. Europa se preparaba para la guerra.

Pero aunque Checoslovaquia estaba dispuesta a luchar, Gran Bretaña y Francia cedieron. En septiembre de 1938, en Múnich, Chamberlain por Gran Bretaña, Mussolini por Italia y Daladier por Francia firmaron con Hitler los Pactos de Múnich (en este artículo hablamos de ello), por los que Checoslovaquia se veía desposeída de la región de los Sudetes. La dejaron abandonada y rota.

Los alemanes cruzaron la frontera y fueron recibidos como libertadores por la población de los Sudetes. En Berlín, algunos generales alemanes que querían tumbar a Hitler y que esperaban que un revés en Checoslovaquia dañara fatalmente su prestigio, abandonaron desesperados sus intrigas.

Hitler se reunió con sus tropas en el campo e hizo planes. La región de los Sudetes fue digerida fácilmente. El siguiente plato podía tomarse rápidamente. Las atemorizadas tierras checas y eslovacas se extendían indefensas ante él. El 15 de marzo de 1939, inició la invasión. Las tropas alemanas llegaron a Praga el mismo día. No hubo resistencia. La última democracia de la Europa central fue borrada. Los checos nunca volverían a confiar en Occidente. Occidente no confiaba ya en Hitler y se dio cuenta por fin de que solo la fuerza podía detenerle.

En Berlín, se sucedían los festejos. Pero, ¿que pasaba por la mente de aquellos que celebraban festejos? Muy pocos deseaban guerras de conquista o esperaban como Hitler crear un imperio germano que se extendiese desde los Urales al Atlántico. La mayoría pensaba que se estaba recuperando lo que se les había arrebatado y restaurando, no destruyendo, el orden y la unidad de Europa. A estas multitudes les parecía que el estadista Hitler nunca podría fracasar.

En noviembre de 1938, un judío mataba en París a un diplomático alemán. Los dirigentes nazis organizaron una represalia. Se quemaron sinagogas y por toda Alemania se saquearon las tiendas de los judíos. Durante la infame Noche de los Cristales Rotos, miles de judíos fueron encerrados en campos de concentración. Se cruzaba una peligrosa línea roja de fatales consecuencias futuras.

Durante el verano de 1939, la palabra que aparecía con mayor frecuencia durante las conversaciones diplomáticas era Danzig. Danzig, de mayoría germana, dejó mediante el Tratado de Versalles de formar parte de Alemania y estaba bajo la tutela de la Sociedad de Naciones, concediendo a Polonia privilegios diplomáticos y económicos (Polonia ejercía un protectorado sobre la ciudad).

Hitler exigía la recuperación de la ciudad y el libre acceso a Prusia oriental a través del conocido como " corredor polaco ". Polonia, por su parte, se negaba.

En marzo de 1939, Gran Bretaña y Francia garantizaron las fronteras polacas. En agosto, Gran Bretaña prometió luchar si Polonia era atacada. Una vez más, el mito de la persecución de una minoría alemana se utilizaría para justificar una intervención armada alemana. Los refugiados alemanes contaron lastimosos cuentos de la brutalidad polaca. La propaganda nazi los filmó ávidamente para los noticiarios cinematográficos a lo largo de julio y agosto de 1939.

El plan de Hitler era borrar a Polonia del mapa, pero esto podría significar la guerra con Rusia y no estaba preparado para eso. Su ministro de Asuntos Exteriores, von Ribbentrop, voló a Moscú el 23 de agosto de 1939 para firmar el Pacto de no agresión Molotov-Ribbentrop. El destino de Polonia había quedado sellado. El 1 de septiembre de 1939 se iniciaba la invasión de Polonia por parte del Tercer Reich y arrancaba la Segunda Guerra Mundial.

Autor: Segunda Guerra Mundial