Escrito por el Arqueologo Jesus Martin
Dicen que siempre funciona lo de contar historias que te hayan ocurrido a ti. Y, como no podía ser menos, hoy te voy a contar una aventura en la que nos embarcamos hace bien poco: El camino del Inca ¿sabés lo que es?
Cómo empezó todo
Cuando uno es autónomo o tiene una pequeña empresa como nosotros, lo de las vacaciones es un tópico. Se puede decir que como tal no existen. Por eso cuando mi hermana pequeña, inmigrante en Colombia desde hace un par de años, nos propuso hacer junto con mi padre, con ella, su pareja y la hermana de su pareja (si una barbaridad de gente ;)) el “camino del inca”, del que, por otro lado, yo ni había oído hablar, le dijimos, quizá sin pensar en las consecuencias, que si, que nos apuntábamos. Y pudimos embarcar en el avión que nos llevaba directo a Lima, no sin costarnos alguna noche en vela para dejar todos los trabajos en los que estábamos implicados bien encaminados.
Mi primera vez en Sudamérica
No lo he dicho antes, pero era nuestra primera vez en Sudamérica, si, soy un malísimo hermano y aun no he ido a visitar a mi hermana en Colombia…es lo que tiene esto de la arqueología. Como el avión no salió a la hora prevista, de hecho se retrasó casi un día entero (una desgraciada locura de un copiloto alemán), llegamos bastante tarde de la hora limeña, concretamente a las 11 p.m. Desde el taxi que cogimos en el aeropuerto hasta el hotel, aun dormidos y afectados por el viaje de 12 horas en avión, por primera vez se asomó ante mis ojos esa otra realidad que es sudamérica y concretamente Lima en su desorden. Y lo que más me impactó, además de la velocidad del taxi y aunque parezca increible, fue el olor a mar, que no veíamos pero que oíamos.
Llegada a Cuzco
Habiendo dormido apenas unas horas, volvimos a coger otro taxi (lo de los taxis es toda una aventura en Perú que hay que vivir), esta vez en dirección contraria y en la mañana: caos no es la palabra para describir el tráfico en Lima. Si te digo la verdad, después de ver lo que vi, yo jamás me atrevería a conducir un coche en Lima. Volamos a Cuzco al que llegamos antes de comer. Localizado el Hotel pequeño y perfecto, algo alejado pero impecable, por fin podíamos andar por calles extrañas, con gente extraña.
Todo era nuevo para nosotros: eramos como niños pequeños, absorviendo con todos los sentidos esas nuevas sensaciones de un nuevo país y un nuevo continente.
Primera reflexión: si un peruano no encuentra nada para venderte, no es peruano. Es increíble el ingenio y la capacidad de mercadeo que tienen. A veces pienso que deberíamos aprender de ellos. Ofrecen lo que necesitas en el momento exacto. Son pequeños mini-emprendedores.
Tablón con menú de un restaurante en Cuzco
Cuzco no merece un paseo, ni un día, merece que nos empepemos de todas y cada una de sus calles, quedarse al menos 3 días o más… Lo mejor para mi que fue los paseos por las calles de su centro histórico y el espectacular Coricancha. Lo peor….aun lo sigo buscando aunque si tengo que decir algo… quizá está muy “turistizado”…Por supuesto su gastronomía fue un punto a favor, aunque yo personalmente no me atreví a comer “Cuy”. Para muestra un botón…si algún no-peruano entiende algo que me lo cuente…eso si, barato y riquísimo
De camino al camino
Pero la parte “más importante” y central de nuestro viaje era el “camino del Inca” y, después de otro madrugón, llegamos salvos y sanos, increíble dato si tenemos en cuenta la forma de conducir que tenía el paisano que nos llevó en el microbus (no pude pegar ni una cabezada después de habernos levantado a las 5 a.m. y de una hora y pico de camino) llegamos a Ollantaytambo, precioso pueblo (donde por cierto se localizan las importantes ruinas homónimas) del que apenas tuvimos tiempo para conocer.
Teníamos más hambre que curiosidad turística sinceramente. De ahí nos llevaron hasta al Km 82, que es donde empieza el “Camino Inca de 4 días” Otro aspecto extraño es la forma en la que está montado el “Camino Inca”. No puedes acceder a él sin guías y sin porteadores, lo que reduce sensiblemente su atractivo si lo que buscamos es una caminata de alta montaña.
Empezamos la marcha, primeras sorpresas
Antes de empezar a contarte nuestro camino e de aclarar tres puntos: a) No habíamos tenido tiempo de leer nada de nada sobre el camino ni de Perú ni de nada. En serio somos personas muy ocupadas. b) No soy ningún experto en la cultura Inca ni en arqueología peruana, que me perdonen por tanto si digo alguna burrada. c) Somos personas bastante deportistas pero no acostumbradas a caminar por alta montaña.
Dicho todo lo cual llegamos al Km 82 y, cargados por primera vez con nuestras pertenencias y una esterilla que nos ponía la agencia a la espalda, fuimos al punto de entrada al Camino donde, tras mirar que nuestra documentación estaba en regla nos dejaron pasar. Tras la rigurosa foto de comienzo, cruzamos el Río Vilcanota por un puente de madera y empezamos la ascensión.
Foto de grupo justo en el comienzo del Camino del Inca de 4 días
El primer día resulta suave, de contacto. Los guías, tres peruanos (según ellos verdaderos quechuas), nos iban dando alguna explicación sobre diferentes cosas que íbamos encontrando en el camino: plantas, coca (si, masticamos, se nos durmió la boca y no repetimos), aves, etc. Nosotros fuimos con un grupo de 22 personas, de diferentes nacionalidades, procedencias e intereses: 6 argentinos, 4 estadounidenses, 3 francesas, 2 australianos, 1 alemán y nosotros que eramos 6. Pero no estábamos sólos. Además de los guías que eran tres, también había más de 20 porteadores.
¿Qué son porteadores? Pues las personas que llevan las tiendas de campaña y demás pertrechos. El primer día ya nos dimos cuenta que el resto del grupo estaba en bastante mala forma física ya que ante cualquier cuesta se quedaban sin resuello. Suerte que no llevaban mucha carga y que cada poco tiempo iban parando bajo una sombra. Pero lo más impactante para un arqueólogo no fue esto, sino dos cosas una buena y otra no tanto: los poblados aún habitados que íbamos pasando, compuestos en su mayor parte por 5 a 10 casas a lo sumo y construidas con adobes.
Era como ver en directo una población medieval. Impresionante. Y por otro lado el yacimiento arqueológico de Patallacta, espectacular con esas terrazas serpenteantes al que no nos dejaron bajar…Sólo pudimos verlo desde arriba. La explicación del guía fue mejorable pero no estuvo mal del todo.
La primera gran sorpresa fue la comida. Esperábamos un simple bocadillo o algo semejante y de repente vimos cómo los porteadores, que habían llegado mucho antes que nosotros al punto de descanso, habían montado tres tiendas, habían cocinado tres platos para cada uno de nosotros y encima te aplaudían a ti, por llegar….algo no iba según lo previsto.
Tiendas de campaña
Tras la comilona fue difícil continuar con nuestro camino pero al fin llegamos, con una ligera llovizna, hasta el primer campamento Wayllabamba, algo cansados y molestos tras el primer día de caminata de unos 12 km. Allí nos esperaban de nuevo los porteadores que habían montado no sólo las tres tiendas de antes si no todas las demás, donde íbamos a dormir de a dos. Establecidos en nuestra nueva vivienda móvil, tras una ligera limpieza corporal con agua fría, sabiendo que lo duro llegaba al día siguiente, nos llamaron para tomar el Te..¿Te? Si te o café (eso sí, soluble y malo malo) o cacao con un sinfin de cosas para acompañar: hojaldres, palomitas, etc.
Esos momentos de comer, metidos en una gran tienda, con mesas y sillas desmontables, cansados sin ganas de hablar, fueron toda una experiencia. Era el momento de compartir nuestra aventura vital, hasta el momento del camino y durante el mismo.
Así supimos que había una familia de dos padres con cuatro hijas todos de argentina, muy católicos; tres francesas algo…especiales, un australiano jugador de rugby y que venía a pasar tres meses en Sudamérica y un largo etc. Descansamos un poco en la tienda y…otra vez a comer. Esta vez la cena, otra vez tres platos.
Momento presentaciones: comenzamos el segundo día
Ya era habitual esto de madrugar y no fue una excepción el día siguiente. Mientras desayunábamos como reyes, los porteadores desmontaron todas nuestras tiendas. Cuando salimos de la gran tienda donde habíamos desayunado parecía como si nunca hubiéramos estado allí. No había ni rastro del campamento. Era como un espejismo.
En ese momento, los tres guías nos hicieron colocarnos frente a todos los porteadores, estos si qechuas de verdad, para que se fueran presentando uno a uno. Muchos casi ni sabían hablar en español. A la mayoría se les veía avergonzados por tener que presentarse, decir su nombre, procedencia y si tenían hijos o no. Después nos tocó a nosotros.
Por supuesto no dije que fuera arqueólogos…no me fueran a tomar por loco
Y empezó la caminata esta vez si, muy dura hasta llegar al punto más alto de todo el camino: Warmiwanusqa a 4200 msnm. Duro porque es una ascensión fuerte y continuada y porque es una altura a la que yo nunca había estado anteriormente y menos caminando. Después tocó bajar, también a lo bestia (pensando que era mejor haber subido por donde habíamos subido y no al revés) hasta alcanzar el campamento donde íbamos a comer: El Campamento de Runkurakay.
Detalle de un vano en Sayaqmarca
La tarde tampoco fue suave. Tocó seguir subiendo y esta vez con la tripa bien llena…Primero hasta alcanzar las ruinas de “Runkurakay” desde donde se pueden disfrutar de unas espectaculares vistas del valle. Después hasta el impresionante yacimiento de “Sayaqmarca”. Era un poco tarde, estábamos cansados y hay que desviarse un poco del camino principal pero, si vas no dejes de visitar este yacimiento. Nosotros tuvimos la mala suerte de que hubiera algo de niebla lo que impidió disfrutar del entorno, pero ya sólo el yacimiento y su complejo sistema hidráulico merece mucho la pena.
Ya estaba casi anocheciendo y por ello pasamos al lado, sin pararnos esta vez, de otro yacimiento arqueológico del que me he olvidado el nombre y finalmente llegamos al segundo campamento donde nos íbamos a quedar a dormir, para mi, el mejor de los tres: La temperatura no era tan baja y el edificio con los baños y duchas era bastante grande. Eso si, la ducha, para los valientes, tenía que ser con agua fría y a las horas que llegamos, no apetecía ni lo más mínimo.
Tercer día: lo duro ya había pasado
Este día amaneció soleado, como el resto de días. Lo más destacable del camino es que ya estaba empedrado y que encontrábamos escalones de subida o bajada continuamente, pero no se hacía extremadamente duro. Después de un tiempo caminando y tras discusiones sobre si deberíamos subir a “Wayna Pichu” o no, a media mañana, con un sol resplandeciente llegamos al espectacular yacimiento de “Intipata”.
El paisaje había cambiado enormemente en pocos kilómetros y ahora estábamos en una zona casi selvática. Se veía desde este yacimiento con numerosas y escarpadas terrazas, todo el valle del Urubamba. Desde ahí se divisaba perfectamente el campamento donde íbamos a comer, cenar y dormir.
Terrazas de Intipata, al fondo la selva
Llegamos prácticamente a la hora de la comida dándonos tiempo a pegarnos una ducha rápida por lo frio del agua, pero que apetecía debido al calor que habíamos pasado. El campamento de Winay Waina es el peor con diferencia. Había sufrido derrumbes durante la época de lluvias y, sinceramente, daba un poco de miedo.
Llegamos a comer y se nos antojó imposible descansar en la tienda considerando el calor que hacía, así que, junto con mi padre y mi hermana nos fuimos a echar una siesta al cercanísimo yacimiento homónimo.
¿Qué fue lo mejor del viaje? Lo mejor, lo que nunca olvidaré sin duda fue el momento en el que llegamos a Winay Waina (aunque su nombre probablemente se me olvide). Un espectacular yacimiento de terrazas con viviendas y almacenes tanto en la parte más baja como en la alta. Impresiona por su tamaño y por su soledad en esos momentos. Así que cada uno escogimos una terraza (algo inclinadas) donde apenas cabíamos estirados, para echarnos una breve siesta.
Terrazas de Winay Waina
Luego bajamos por unas escaleras que discurrían paralelas a unas fuentes, hasta el principal núcleo de población compuesto por sucesivas casas y almacenes. Curioso son los tejados a dos aguas y que algunas viviendas contaban con dos alturas.
Cuando ya caía el sol, el resto del grupo vino al yacimiento a que nos lo explicara el guía, explicación de la que no me acuerdo ni guardo especial memoria.
Llegamos de vuelta al campamento, merendamos, cenamos y nos fuimos a dormir con cierto estrés considerando que al día siguiente había que levantarse a las 3 a.m. con el fin de que a los porteadores les diera tiempo a recogerlo todo y coger el primer tren desde Aguas Calientes hasta Cuzco que era el único que les salía gratis.
Cuarto día: y por fin Machu Picchu
El día no empezó como habíamos previsto: llovía a mares. Era de noche, estábamos dormidos y los porteadores tenían prisa por desmontarnos la tienda e irse. Fue un momento de gran confusión (las linternas son imprescindibles en situaciones como esta) pero por fin llegamos al nuevo puesto de control antes de continuar camino. Eso si, tuvimos que esperar más de una hora para poder entrar, dormidos y sin desayunar, ya que el puesto abría a las 5 a.m.
El camino en este punto se hace muy sinuoso y a veces estrecho y peligroso por los barrancos que atraviesa y lo dormido y desorientado que se encuentra uno, sin contar que los guías nos habían traumatizado para que no nos separáramos ya que justo en ese tramo había muerto una turista.
Tras unas espectaculares escaleras casi verticales, llegamos a Inti Punku o Puerta del Sol desde donde en días sin niebla (no fue nuestro caso) se puede disfrutar de unas espectaculares vistas de Machu Picchu. Allí nos pudimos comer la comida que nos habían dado para el desayuno.
Ya se notaba que había más gente. Era la primera vez en todo el camino donde se concentraban más de 100 personas. Empezó nuestro descenso, con ligera llovizna y niebla hasta alcanzar las puertas de Machu Picchu, sin ser aun conscientes de que habíamos llegado.
Por fin las nubes nos dieron una pequeña tregua y nos permitieron ver (mejor reconocer) Machu Picchu con esa famosa montaña detrás que es el Wayna Picchu. Rápidamente todos hicimos lo mismo: coger nuestras cámaras para no perder detalle…ya no la volví a sacar, era mejor guardarlo en la retina.
A medida que pasaba los minutos se iba llenando de gente, sin ser muy molesto, a no ser que sólo vayas a sacarte la foto donde todo el mundo quiere sacarse la foto…
Un yacimiento que merece la pena ser recorrido con tranquilidad, disfrutando de todos sus rincones, desde el Templo del Sol hasta la roca sagrada…Desde el Cerro Sagrado al Templo del Condor…Una arquitectura realizada en granito más que espectacular, una gran guinda para esta caminata.