En mi familia más cercana tenemos tierras, campos de naranjos que mi tío Pascual se encarga de tener en plena producción. Hasta la generación de mis abuelos se dedicaron a cultivar la tierra. Por parte de padre, se dedicaban a la vendimia, eran jornaleros, y por parte de madre vivían en un huerto y llevaban las tierras del amo del huerto, que generalmente no vivía allí, sino en la ciudad.
Entre la familia de la parte de mi padre, ya nadie se dedica a la agricultura. En otros artículos os contaré más sobre ellos. Pero por parte de mi madre sí, y esto voy a contaros, de cómo he llegado a meterme entre naranjos.
Mi abuelo materno comenzó alquilando parcelas para cultivar berenjenas ralladas y poco a poco iba haciendo dinero y quedándose con tierras en las que puso naranjos. Así mis abuelos pudieron comprarse una casa y dejar de vivir en el huerto de otro. Contaban que aprovecharon su viaje de recién casados para ir a Barcelona y hacer negocios. Algo poco romántico, pero tengamos en cuenta que se casaron allá por el año 1951 y cuántos viajes se podía permitir la gente corriente por aquel entonces. Fue un viaje bien aprovechado.
Actualmente, tenemos un patrimonio que ya no da para vivir, pero que está ahí y nos da pena dejarlo yermo. Así que yo también colaboro un poquito. Me encargo de regar un campo de naranjos de 3 hanegadas de tamaño. Es el único que tenemos en la ladera de una montaña. Corre un viento que viene del mar y se está de bien...!!
Os cuento cómo va la cosa. El campo está organizado en escalones llamados bancales y el agua sube gracias a un motor. Usamos el método de riego a manta, así que yo me encargo de guiar el agua por los canales abriendo y cerrando tapones para ir regando las tablas de una en una. Me tiro así unas 3 horas, sentada en el canal remojándome las piernas en agua fresquita, tocando el barro y quitando naranjas que se deforman o se quedan pequeñas. Este agradable ritual se repite todos los veranos cada 15 días y da gusto ver que cada vez las naranjas están más grandes. Me embobo con las vistas y el agua arrastrando las hojas secas. Espero estar dándoos un poquito de envidia (pero de la sana). Si es así, estáis invitados a veniros.
Pero regar no es siempre tan bucólico. La próxima vez no estaré tan relajadita porque arreglaré los caballones, que en algunos puntos se sale el agua. Y de paso quitaré alguna mala hierba que se ha colado. Hay que revisar bien todos los tapones, porque el canal de agua es de más gente y de una vez para otra, el agua está encaminada de forma distinta. Una vez regué el campo del vecino y como habían regado el día anterior, el agua corría montaña abajo. Qué vergüenza y qué destrozo. Casi les entra a la casa. Otra vez con las prisas me resbalé, caí de culo y me llené de barro. Y es que el agua estaba llenando un hueco donde al fondo había un tapón que tendría que estar abierto. Y costó un montón abrirlo con tanta agua encima. Menos mal que nunca voy sola.
Muchos vecinos tienen casa allí. Son casitas con terraza debajo de varias moreras que hacen sombra. Y se está de bien!! Y yo quiero eso, aunque está difícil. De todas formas, me imagino dentro de 30 años pasando los domingos tumbada a la sombra de unas moreras después de zamparnos una paella a leña mmmm. Eso es vida. Además, me rondan por la cabeza algunas ideas para pluriemplearme y ganarme un dinerillo con este trozo de tierra que me tocará en herencia.
Vosotras cómo disfrutáis del campo? Tenéis época agrícola en vuestra historia?