Acudir a Valdemorillo es como sumergirse en el día de la marmota. Da igual el año en el que vayas, quién toree o qué ganadería se lidie. Allí siempre están los mismos. Y siempre te dicen las mismas cosas. Cuánto tiempo. Qué tal va todo. A ver si este año nos vemos más.
El reto no es verse más. Es que haya más gente que se vea. Y que vea. Toros, se entiende. Y eso no se va a conseguir sin cambiar algunas cosas. Muchas, más bien.
Taurodelta –a la sazón, para los lectores no taurinos, empresa gestora de Las Ventas y de Vistalegre– lo ha intentado con un autobús en el que ha sacado a pasear a las figuras que harán el paseíllo en el palacio de Carabanchel a finales de este mes.
El publibús también estaba en Valdemorillo el otro día. Y digo yo que para qué hace falta contarle a los taurinos quién torea en Vistalegre, si ya lo tienen apuntado en la agenda desde que salieron los carteles.
El problema está en atraer a gente a la que los toros no les han llamado nunca la atención. Los hay. Y no quiere decir que sean antis. Quiere decir que nadie les ha llevado a un buen festejo, que nadie les ha dejado ver el lado más bello de la Fiesta, que nadie les ha intentado contagiar de la magia que se esconde tras el brillo de los alamares.
Mientras tanto, las plazas se vacían, los festejos se reducen y miles de toros se mueren de asco en el campo. Una alternativa para rentabilizar las fincas ganaderas es el taurismo, una nueva forma de turismo rural que ya practican desde hace tiempo casas como la del Conde de la Maza. Almudena de la Maza lo dice muy clarito en el reportaje que emitimos el domingo en laSexta Noticias: abrir las puertas de las dehesas es una forma de hacer relaciones públicas.
Ésa es la clave. Relaciones públicas. Comunicación. Conceptos que a los taurinos más recalcitrantes les dan grimilla. Ellos siguen con su puro en la boca sin darse cuenta de que el peor de los cánceres que les acecha no es precisamente el de pulmón.