Revista Política

El cancér que suponen los partidos políticos dentro del Estado

Publicado el 18 noviembre 2010 por Peterpank @castguer
El carácter no estatal de los partidos políticos es un asunto tan serio que la República Romana se transformó en Imperio cuando los primeros triunviros, representantes de tres corrientes políticas con tres siglos de antigüedad, se repartieron la potentia de la Res publica, haciéndose copropietarios del Estado. En ese momento desaparecen las fronteras ideológicas de los viejos partidos ( optimates, populares y nobilitas ) y todos se hacen imperiales: Craso se va a conquistar Persia, César la Galia y Pompeyo las últimas islas no romanas del Mare Internum. La ideología del Estado disuelve las ideologías de las asociaciones políticas.
La transformación de las sociedades europeas en el siglo XX, y la necesidad de dominar el conflicto de clases, produjo la aberración cultural de la conquista del Estado por los partidos de masas (fascismo y comunismo), para suprimir la libertad política.
Al final de la Guerra Mundial, el miedo al retorno del partido único y a la lucha partidista por la conquista del Estado, determinó que la libertad política se eliminara mediante un reparto del Estado entre los partidos, para evitar la lucha entre ellos por su conquista. Al Estado de un solo partido le sucedió el Estado de varios partidos. La cultura maniquea de la guerra fría falseó todas las palabras y conceptos de la política. Y hoy continúa aquella monstruosidad en el anacrónico Estado de Partidos. Sus fundamentos son totalitarios. Por eso fue fácil pasar de la dictadura de Franco a la oligarquía estatal de la Monarquía de Partidos de Juan Carlos. Por eso es fácil que pequeños partidos estatales de índole nacionalista pretendan dotarse de un Estado propio, ante la pasividad de una sociedad civil acomodada a vivir sin libertad política durante 70 años.
Uno de los postulados fundamentales de la ciencia política es la indefectiblemente naturaleza oligárquica de todos los partidos de masas. Si el art. 6 de la CE, les impone una obligación de cumplimiento imposible: “su estructura y funcionamiento deberán ser democráticos”, lo único que evidencia es su carácter absurdo y demagógico.
Los partidos políticos modernos no son oligárquicos por degeneración, sino por naturaleza. Por tanto, si los partidos, aunque quieran serlo, no pueden ser democráticos, habrá que dignificarlos con las siguientes tres medidas preventivas de la libertad política:
1. Sacarlos del Estado para evitar que éste se oligarquice políticamente.
2. No obligarlos a ser democráticos en la Constitución, para que ésta sea verídica.
3. Cambiar el sistema electoral de listas por el tradicional, para que el sistema de poder en el Estado sea representativo de la sociedad civil.
De forma que una  vez que desaparezca su situación estatal, no hay por qué entrar para nada en la naturaleza organizativa de los partidos políticos.  La naturaleza de los partidos deberá responder sólo a la naturaleza de sus afiliados. Al sacarlos fuera del Estado se les confiere una libertad de ser que antes no tenían. La misma que tenemos todos y cada uno de los ciudadanos.Alguien se preguntará cómo “sacamos” estas estructuras fuera del Estado. Bueno, no es difícil responder. Basta prohibirlo en la Constitución de la República por deseo de la sociedad civil. Los partidos son oportunistas, pero no podrán resistir el empuje de la opinión pública en favor de la República, y son tan cínicos que confesarán ser republicanos reprimidos durante la Monarquía.
El actual sistema configura a los partidos políticos como auténticos órganos administrativos, “flores de invernadero” que nacen del poder para llegar a los ciudadanos, cuando precisamente debe ser a la inversa, como los sindicatos (del vertical único, a los verticales diversos) subvencionados y funcionarizados mientras no discutan el status quo que les asienta en el poder.
Ello no significa que los partidos y sindicatos no tengan un importante rol, pero el que les corresponde, salidos del seno de la sociedad civil y alimentada únicamente con las cuotas de sus afiliados, sometidas éstas a estricto control contable en el que queden prohibidas las donaciones. Por eso, además, las propagandas electorales en los medios de comunicación, y los mítines en salones municipales o de otros organismos públicos, han de ser gratuitos, para garantizar la igualdad de oportunidades.
Bueno, demos un paso más. Ya hemos sacado a los partidos políticos del Estado, tenemos una República Constitucional. A las elecciones al cuerpo legislativo se presentan candidaturas uninominales asociadas a un partido político y candidaturas no asociadas a partidos políticos. ¿ Como asegurar que los aparatos de los partidos no controlan las candidaturas asociadas a ellos?.
La respuesta vuelve a ser fácil. Los partidos históricos continuarán presentando candidaturas uninominales. La superioridad de sus medios organizativos les dará ventaja sobre los candidatos independientes. Pero, la recuperación del mandato imperativo del elector de distrito, dará ventaja a los candidaturas locales. Pues la mayor atracción de la candidatura partidista, su capacidad para obtener mayores beneficios para el distrito como representante de la nación, habrá desaparecido al haberse recuperado lo que hoy está prohibido, el mandato imperativo de los electores.
La libertad de la democracia es más generosa que las libertades de la oligocracia. No tiene miedo de reconocer a todos los partidos, incluso fascistas o separatistas.
Liberar al Estado de los partidos, no quiere decir que éstos sean demonios, ni aquél un santo inocente. Dominado por los Partidos o libre de ellos, el Estado es una organización burocrática que desprecia a los individuos. La democracia es una forma de gobierno, no una forma de Estado. La República no puede cambiar la administración burocrática del Estado. Pero sí puede ponerla al servicio de los ciudadanos, mediante instituciones políticas de control de la Administración. No con Defensores del Pueblo, que la democracia no necesita porque, en ella, el pueblo está defendido de sus enemigos oligarcas, de los abusos burocráticos del Estado, y de su temible principio de autoridad.
Tampoco hay unos asuntos que sean de Estado y otros de simple Gobierno. No hay ningún asunto que sea de Estado. Eso supondría reconocerle autonomía respecto de la sociedad. Al contrario, todos los asuntos son de la sociedad civil y es ella, a través de la sociedad política salida de su seno, la que impone su dirección al Estado. El  Estado no es neutro. Por eso es tan monstruoso que los partidos se conviertan en órganos de esa dominación estatal. La organización de la sociedad, ya esta demasiado organizada por el mercado. La sociedad civil no es la sociedad ciudadana ni la comunidad nacional. La sociedad civil es la económica, la de producción y consumo. Y como unidad de consumo también se integra en ella la sociedad familiar. Hoy no es como antes, cuando la sociedad civil se distinguía de la religiosa y la militar. Lo que falta en la sociedad civil es un segmento cultural (enseñanza, investigación, medios de comunicación, intelectuales, artistas, escritores) que, en lugar de adular a los poderes establecidos y las ideas falsas que los legitiman, interprete sus tacitas ambiciones de mejor estar, mediante la elaboración de ideas universales (ideologías) que las expresen o expliciten. Lo que falta en España es una sociedad política, como intermediaria entre la sociedad civil y la sociedad estatal.
Los sindicatos y las patronales pertenecen a la sociedad civil.
Los partidos políticos, agrupaciones electorales, comentaristas políticos, fundaciones no científicas, empresas de encuestas sociológicas, etc., pertenecen a la sociedad política.
Al Estado solo pertenecen sus funcionarios. Los Gobiernos están en el Estado, pero no son del Estado. Si un gobierno alega la razón de Estado, traiciona a la sociedad, que es la única razón de su estancia en el Estado.  Ningún Gobierno debe sumar su autoridad política a la burocrática del Estado, sino contrarrestarla y dominarla con la fuerza social de la sociedad civil expresada por la opinión pública.
El objetivo del MCRC es devolver a la sociedad civil la confianza en sí misma y en la libertad política, mediante la organización de las fuerzas culturales y sociales que no dependen, ni viven, del Estado. Es urgente que este objetivo se difunda entre lo más sano e inteligente del cuerpo social.
No aspiramos a conquistar cuota alguna de poder en el Estado, y por eso no seremos nunca un partido, sino a devolver el poder político del Estado a la Sociedad. El MCRC, respetando y acogiendo todas las ideologías, solo se ocupa de dar al pueblo español, en su conjunto, la libertad política que no tiene bajo la Monarquía.MCRC

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