EN UNA ROSA CABEN TODAS LAS PRIMAVERAS de A. Gala
Ya sabemos que “la primavera la sangre altera”, pero también cansa. Si no, que se lo pregunten a quienes tienen hijos o personas mayores en casa. Puede parecer un contrasentido que tras el letargo invernal, los cielos más limpios y el renacer del campo surja la fatiga primaveral. Es curioso que, siendo ésta una estación presidida por la belleza, el aumento del dinamismo vital o en la que las emociones se tornan más intensas, numerosas personas se sientan cansadas o en crisis.
Es frecuente que se manifiesten con todo esplendor las enfermedades crónicas o que a muchos nos invada una extraña fatiga que nos haga desear un cierto reposo físico y mental. Hay quien señala que aumenta el número de transtornos nerviosos como consecuencia del cambio de ritmo vital en personas con problemas síquicos. Con la mejora del tiempo se producen unos cambios metabólicos que tienen su incidencia en las personas. Así, por ejemplo, aumenta la tasa sanguínea de urea, colesterol y los glóbulos blancos inician su guerra particular contra microorganismos patógenos -que se lo pregunten a los alérgicos-.
Y es que la llegada del buen tiempo trae consigo que se duerma peor, la sangre se haga más viscosa produciendo hinchazón de piernas y el cansancio general se manifieste en dolores de espalda, cabeza y hombros. Durante el invierno el cuerpo estuvo economizando recursos y librando una lucha contra los rigores del mismo. Por eso cuando llega la primavarera se encuentra con las defensas bajas y hace, por ejemplo, que cualquier mal aire nos provoque un resfriado.
Con el renacer de la vida se producen decisiones inconscientes que pueden llamar las atención: los vegetarianos o naturistas hacen sus ayunos y curas vitamínicas; otros sienten la necesidad de acudir a gimnasios para cuidar su cuerpo, y muchos cuidan su alimentación, no sólo para estar más bellos, sino porque el cuerpo necesita una recarga vitamínica presente en las frutas y verduras. Si a todo lo anterior le añadimos los desajustes hormonales por todos conocidos, no es de extrañar que los cuerpos se fatiguen y las mentes se trastoquen ante tanto cambio. ¿O no?