El canto del cisne de Edmund Crispin

Publicado el 26 noviembre 2012 por Kovua

Gervase Fen tiene otra investigación entre manos, en este caso el misterioso asesinato de Edwin Shorthouse, un tenor odiado por su trato al elenco completo de la compañía de ópera la cual están preparando Los maestros cantores de Núremberg, de Wagner. Unos días después el tenor aparecerá ahorcado y apuñalado en su propio camerino en el New Theatre un céntrico edificio en Oxford. Toda la compañía será sospechosa del asesinato del tenor debido a sus sospechosas declaraciones que harán que el detective dude de la veracidad de sus coartadas respecto a la misteriosa noche. 
Con la ayuda del meticuloso inspector Mugde o con la de la escritora Elisabeth, se encaminaran en una investigación que atravesará Oxford. Vuelve Lily Christine III, el descapotable rojo cada vez más ruidoso y más peligroso para los acompañantes de Fen y aquellos que se cruzan con el automóvil y por su puesto, su entrañable frase «¡Por mis patas de conejo…!»
Crispin vuelve en esta secuela a poner en situaciones raras o ridículas a su alocado detective Gervase Fen. En esta ocasión nos vemos inmersos en un enorme misterio el cual parece imposible de solucionar, muy confuso y laberintico. Los personajes de esta novela no esta claro cuando dicen la verdad, es debido a ello por lo que no sabremos en quien confiar, ni siquiera los que aparentan inocencia. Su autor logró una humorística crítica al sistema judicial, pero también a la sociedad burguesa, además de a los artistas de la época los cuales son extravagantes y difíciles de tratar en la mayoría de los casos, además del sarcasmo de su protagonista siempre atento a las incoherencias de aquellos que sospecha. Edmund Crispin nos adentra en un crimen muy complejo, como reconoce el protagonista, además de imprevisible debido a los constantes giros y a sus increíbles extrañezas con los que cuenta.
Recomendado para aquellos que les guste el misterio con toques de un humor. También para los que quieren leer una historia que en apariencia es simple pero que se vuelve complicada conforme avanza. Y por último, recomendado para los que les gustan las novelas policiacas, esta además, como telón de fondo se trata el mundo de la música y la ópera.
Extractos:
«Enamorarse», en este caso concreto, es fundamentalmente un eufemismo para evitar la expresión «excitación sexual». En opinión de la mayoría de la gente, las aventuras de Edwin Shorthouse con las mujeres nunca habían superado ese nivel. Aquellos métodos representaban, en realidad, un intento anacrónico de recuperar el antiguo derecho de pernada, y su semejanza con el grosero y vulgar libertino de la ópera de Strauss era tan evidente que en los círculos operísticos casi resultaba sorprendente que su interpretación de ese papel fuera tan mala. Probablemente él mismo era consciente del incómodo parecido con Ochs, y se daba cuenta de que la elemental estupidez de la creación de Hofmannsthal no era más que una reflexión sobre su propia manera de vivir. De todos modos, la susceptibilidad no era la característica principal de Edwin Shorthouse, y es más probable que su aversión al papel fuera instintiva.Puede que hubiera existido algo más que mera lujuria en su actitud hacia Elizabeth. De lo contrario, desde luego, sería difícil explicar la feroz malevolencia que despertó en Edwin Shorthouse el matrimonio de Elizabeth y Adam. Joan Davis era de la opinión de que lo que había resultado herido principalmente era su vanidad. Por una parte, estaba Edwin —decía Joan—: grosero, viejo, inútil, engreído, y casi siempre borracho; y por otro lado, estaba Adam. La elección, salvo para el propio Shorthouse, debería considerarse una obviedad; para él, sin ninguna duda, la elección había sido una dolorosa bofetada.
—¡Qué gracia que todavía siga haciendo eso…! —dijo Fen, con un gesto de curiosidad—. Nunca he conseguido averiguar cuál es la razón de semejante petardeo. Bueno, echémosle un vistazo a los daños…Pero no tuvieron ocasión de detenerse en la inspección del vehículo. Una mujer pequeña, de aspecto asilvestrado, con una nariz muy larga y una voz agriada, salió corriendo por la puerta principal y se acercó a ellos.—¡Ese ruido! —chistó con vehemente furibunda—. ¡Ese ruido…! ¿Es que no tienen ustedes consideración ninguna con el MAESTRO? —Se detuvo entonces, con sus diminutos ojillos casi saliéndose de las órbitas de ira—. Señor Langley: al menos usted debería saberlo. ¡Todos los coches tienen que quedarse fuera del portalón de la finca! ¿Quién sabe qué daños y perjuicios puede haber ocasionado su estruendo en la obra del MAESTRO?—¿Estruendo? —repitió Fen, enormemente ofendido—. Pero si Lily Christinees un coche muy silencioso… Admito… —añadió educadamente—, admito que el lateral del coche pudo hacer un poco de ruido, pero, por otra parte, todo el mundo chillaría si se raspara con la jamba de piedra de un portalón de entrada.—La causa concreta de la molestia es de todo punto irrelevante —le espetó la mujercilla—. Es la consecuencia lo que importa. El cerebro del Maestro es un instrumento de extremada delicadeza; la menor conmoción puede trastornarlo… no, a ver, no quiero decir, claro está que…—Bueno, nos da igual lo que quiera decir —le espetó Fen, cansado de repente con aquella conversación—. Queremos ver al señor Shorthouse.—Im-po-si-ble —dijo la mujercilla con furioso énfasis. Completamente imposible. El Maestro está trabajando y no se le puede molestar.
Editorial: ImpedimentaAutor: Edmund Crispin Páginas: 280Precio:19,95 euros