Mientras me adentro en las páginas de Maneras de vivir, su más reciente novela (que ha merecido el premio Edebé por segunda vez), recupero una vieja historia que Luis Leante publicó en el año 2000 en la Diputación de Albacete (Punto de Lectura lo volvió a editar nueve años después) y que se adscribía al género negro (tomado, eso sí, con muchas libertades creativas, como no podía ser menos). Me refiero a El canto del zaigú, que se desarrolla en un pequeño pueblecito llamado Valderas y que gira alrededor de la muerte misteriosa del maestro y del canto no menos misterioso de un zaigú.El lector se encuentra en estas páginas con grandes dosis de humor; las sabrosas anécdotas ocurridas en el bar de Canuto; las vidas peculiares de Lino Malgesto o Paulino Pimentel; las iracundias de Margarito, violento personaje que a su mujer “le pegaba cuando iba bebido y también cuando estaba sereno”; el estupor del cura don Ciriaco (que observa cómo sus feligreses adoran un rostro femenino, creyéndolo el de la Virgen María y perteneciendo, en realidad, a Estrellita Castro; o las andanzas de un extraño sacristán llamado Jesucristo.Narración de fluidez encomiable, en la que Luis Leante demostraba una vez más su infinita sabiduría narradora, capaz de mantener a los lectores pegados al libro desde el primer párrafo. Qué pocos pueden presumir de lo mismo.
Mientras me adentro en las páginas de Maneras de vivir, su más reciente novela (que ha merecido el premio Edebé por segunda vez), recupero una vieja historia que Luis Leante publicó en el año 2000 en la Diputación de Albacete (Punto de Lectura lo volvió a editar nueve años después) y que se adscribía al género negro (tomado, eso sí, con muchas libertades creativas, como no podía ser menos). Me refiero a El canto del zaigú, que se desarrolla en un pequeño pueblecito llamado Valderas y que gira alrededor de la muerte misteriosa del maestro y del canto no menos misterioso de un zaigú.El lector se encuentra en estas páginas con grandes dosis de humor; las sabrosas anécdotas ocurridas en el bar de Canuto; las vidas peculiares de Lino Malgesto o Paulino Pimentel; las iracundias de Margarito, violento personaje que a su mujer “le pegaba cuando iba bebido y también cuando estaba sereno”; el estupor del cura don Ciriaco (que observa cómo sus feligreses adoran un rostro femenino, creyéndolo el de la Virgen María y perteneciendo, en realidad, a Estrellita Castro; o las andanzas de un extraño sacristán llamado Jesucristo.Narración de fluidez encomiable, en la que Luis Leante demostraba una vez más su infinita sabiduría narradora, capaz de mantener a los lectores pegados al libro desde el primer párrafo. Qué pocos pueden presumir de lo mismo.