Nada hay más importante en la España del presente que vacunar a la población. El gobierno, en lugar de escurrir el bulto dejando el problema en manos de las Comunidades Autónomas, debería haber puesto en marcha un programa nacional de vacunación, con apoyo militar y mando único.
En el pasado, durante el Franquismo, las experiencias de vacunación masiva fueron un éxito, con un ritmo decenas de veces superior al actual, a pesar de que había menos tecnologías de apoyo.
Pero Pedro Sánchez es un cobarde y la experiencia le ha enseñado a tener miedo del fracaso. Sabe que su gobierno no sabe gestionar y ha decidido dejar la responsabilidad en manos de las autonomías, que no cuentan con el poder y los recursos suficientes.
Pero, como buen cobarde, se queda con algunos resortes de poder decisivos, como el reparto de los dineros y las vacunas, que utiliza para castigar al adversario, ganar votos y obtener contrapartidas.
En tan frívolo e ineficaz el planteamiento, sobre todo cuando se trata de un asunto de vida o muerte como la vacunación, que esa bajeza debería costarle el poder, como ocurriría, sin duda, en cualquier democracia de nuestro entorno europeo.
Francisco Rubiales