La industria minera del carbón genera en España 10.000 empleos directos y 30.000 indirectos, y su producción se destina casi exclusivamente a la generación de electricidad en centrales térmicas. No es un problema nuevo, sino que siempre ha sido una actividad que ha necesitado aranceles para ser rentable y competitiva. Su consideración como servicio público por el problema social que afectaría a regiones sin otra alternativa productiva, ha motivado que los distintos Gobiernos hayan extendido las ayudas al sector hasta el último plazo en 2018 autorizado por Europa, cuya Directiva que regula el funcionamiento del mercado de la electricidad permitía a los Estados miembros instaurar este tipo de obligaciones de servicio público por razones de seguridad en el abastecimiento.
Ese compromiso de reducción progresiva de las subvenciones al carbón, por motivos medioambientales dada la contaminación por gases de efecto invernadero que genera, es lo que ahora ha incumplido el Gobierno del Partido Popular, acortando los plazos y aplicando recortes de mayor cuantía a causa de la crisis económica y la necesidad de reducir el déficit en las cuentas nacionales.
A ello se añade que las vetas de carbón están prácticamente agotadas y el precio de producción es más caro que el de otros países. Además, la sobreexplotación de los recursos, la contaminación atmosférica, de aguas y suelos, y las alteraciones paisajísticas, todo en su conjunto determina que el futuro del carbón autóctono es más negro que el propio mineral.