El cartón que se reinventó a sí mismo

Por Papacangrejo @Papicangrejo

Erase una vez, un cartón que al acabar su misión como caja se negó a desaparecer en un contenedor. El sabía que su vida no tenía porque terminar, al menos, no todavía. 
Mientras esperaba que el contenido de su interior se agotara ideó varios planes para evitar su más que probable destino.
Casi a diario se acercaba a olisquearlo una perrita muy linda, y el cartón, imaginaba que podrían usarlo para colocarlo debajo de la cama de esa perrita para que no pasara frío por las noches.
También pasaba junto a el, cada día, un niño que lo recorría con su delicada mano al llegar a casa. El cartón sabía que no podía comunicarse con aquellos seres, en cuyas manos estaba su destino, y lo único que podía hacer era desear con todas sus fuerzas, imaginar con todo su corazón que aquellas personas oirían, de algún modo, sus deseos.
Una tarde, la madre, vació todo el contenido de la caja y la hizo en varios pedazos. Cartoncito empezó a pensar que todo había terminado para el y se vio triturado y convertido en pasta en alguna industria papelera.
Pero para su sorpresa, le llevaron a otra habitación, donde estaban la perrita y el niño que siempre lo acariciaba al pasar. Al principio estaba un poco asustado, pero pronto empezó a sentir una sensación muy agradable, como si le estuvieran haciendo cosquillas en su áspera piel. Mientras dibujaban y pintaban sobre el, aquel niño no dejaba de reír, estaba disfrutando dibujando, con su madre, sobre el mientras la perrita observaba atentamente aquella algarabía. De otro de los trozos de la caja, recortaron unas piezas redondas que también decoró el niño con la misma alegría y efusividad.
Cuando terminaron con el, lo habían transformado en un tablero, había pasado de ser una caja transportadora a un juego para toda la familia, que ahora se congregaba a su alrededor, riendo y disfrutando de el, un sencillo cartón que ahora tenía una nueva misión en la vida. Que aquellos padres pasaran largos ratos con su pequeño jugando a aquel juego tan divertido en el que lo habían convertido.
El niño lo quería tanto, que ni siquiera el tablet o los dibujos animados, conseguían separarlo de él. De hecho, si sus papas no podían jugar, lo hacía solo, manejando el las tres fichas que se deslazaban y brincaban sobre él, el sencillo cartón que tuvo un sueño y lo alcanzó.