El caso Tuláyev, de Victor Serge

Por Ninyovampiro @ninyovampiro

Ya no los hacen así. Probablemente Víctor Serge fue el último representante de una clase de hombre que, de hecho, nunca abundó y que desapareció tras los últimos estertores de la Segunda Guerra Mundial. Tremendo tipo. Apátrida, políglota, anarquista, comunista, luchador incansable, revolucionario radical denostado por aquellos que se decían más revolucionarios que él, Serge nació en Bélgica, hijo de un exiliado ruso que había sido oficial de la Guarda Imperial, y que era pariente lejano de uno de los conspiradores ejecutados por el asesinato de Alejandro II. Conoció a Trotsky, Gramsci, Lenin. Pasó más de diez años de su vida en dieferentes prisiones. Vivió siempre a salto de mata, se salvó de ser ejecutado por Stalin gracias a la intervención de André Gide, fue de nuevo perseguido, exiliado, encarcelado, hasta que finalmente recaló en México, donde en 1947 murió en un taxi en D.F. En su extraordinaria introducción, Susan Sontag nos cuenta todo esto, analiza la novela y profundiza sobre las razones por las que Serge es prácticamente un desconocido.
El espíritu de Lev Davidovich sobrevuela por todo el libro
Si a Serge apenas se le recuerda hoy en día se debe, sin duda, a algo que está muy mal visto por los hipócritas, los sectarios y otros mercenarios de la política: su integridad. Cuando un revolucionario es tan radical que se atreve a denunciar la traición a la revolución, la verdadera traición, la que olvida los principios que la inspiraron y asesina a los que se jugaron la vida por ella, sólo se puede hacer una cosa con él: eliminarlo. A él y a su memoria. Por eso, y aparte de que no hay una literatura nacional a la que pertenezca claramente, no existe un solo movimiento ni ideología política que lo reivindique; Serge era íntegro, sincero, consecuente: incómodo.
Estos no sabían en qué lío se estaban metiendo al hacer la revolución
El caso Tuláyev es uno de esos libros que marcan a quien lo lee, uno de esos libros que rebosan fuerza, pasión, furia y amargura, un libro donde el autor enfrenta lo más noble del idealismo revolucionario con lo más vil de la revolución traicionada, donde se combinan el lirismo y el retrato psicológico más profundo, donde nos encontramos párrafos como este:
Y la Muerte ya estaba ahí, casi visible, muy cerca de él, con una mano sobre la espalda, la otra con la pistola: la muerte no era aquella que vio y grabó Alberto Durero, esqueleto de cráneo sonriente, envuelta en un sayal, armada con la hoz de la Edad Media, no; era la muerte moderna, vestida con uniforme de oficial del servicio especial de operaciones secretas, la Orden de Lenin sobre el pecho, las mejillas llenas y bien rasuradas...
Al leerlo nos vienen inmediatamente a la mente una serie de inolvidables obras maestras. En primer lugar, El cero y el infinito, de Arthur Koestler, una de las novelas políticas más influyentes (por lo menos sobre mí) del siglo XX. No obstante, bien pronto se establece una clara diferencia. La novela de Koestler (quien, dijera lo que dijera su pasaporte, tenía más de apátrida -como Serge- que de húngaro-británico) se centra ante todo en el proceso mental que tenían que recorrer los arrestados en las purgas de los años terribles del estalinismo, a saber, cómo llegaban a convencerse de que sí, de que los falsos crímenes que pesan sobre ellos sí los habían cometido en realidad, y si no, los iban a cometer, y si no, deberían convencerse de que los iban a cometer, y dar las gracias a sus verdugos por salvar la revolución.

Interesantísimo vídeo para entender un poco mejor qué era eso del trotskismo
Otra forzosa comparación es Vida y Destino, de Vassili Grossman, reeditada hace unos años y considerada justamente una de las mayores obras del siglo pasado. Ambas comparten una ausencia de personaje central, y nos muestran una multiplicidad de personajes cuyas vidas se entrelazan, siempre bajo el yugo de la represión y la persecución  política. Sin embargo, aparte de que la novela de Grossman se centra en la guerra y, más concretamente, en la batalla de Stalingrado, resulta difícil comparar la colosal magnitud de Vida y Destino y sus casi incontables voces, con las cuatrocientas páginas del libro de Serge y sus apenas ocho o diez personajes principales.Por último, no podemos dejar de pensar en Rebelión en la Granja, que comparte con la que nos ocupa el tema de la revolución traicionada. Las diferencias son aquí más claras, no sólo debido al género (fábula versus novela), sino sobre todo a la postura del autor. Mientras Orwell considera que la semilla del totalitarismo está en el propio comunismo, Serge y sus personajes siguen fieles a la utopía original, llámese esta marxismo, anarquismo o loqueseísmo.
Pero bueno, vale ya de hablar de lo que El caso Tuláyev no es.
Crimen y castigo. No, no se trata de otra comparación, sino del papel del crimen en el sistema totalitario. Probablemente estaremos todos de acuerdo con el principio de que todo crimen merece un castigo. Sin embargo, cualquier sistema totalitario que se precie pervertirá dicho principio y lo ajustará a sus necesidades, con lo que quedará algo así: 
Todo crimen merece un culpable. 
El estalinismo iba un poco más lejos y defendía que:
Todo crimen merece la purga de una inmensa trama conspirativa al servicio del trotskismo, el fascismo y el imperialismo.
"Después de las jornadas de mayo del 37, el secuestro de Andreu Nin, la proscripción del POUM, la desaparición de Kurt Landau..."
La historia es así de simple. 1937. Kostia, un ciudadano anónimo que al mismo tiempo es lo más parecido a un personaje central en la novela, un buen día y prácticamente por casualidad, mata de un disparo a uno de los capitostes del Partido. Se desencadena entonces una implacable caza de sospechosos de la que no se librará nadie, hasta que por fin el caso queda resuelto. Es un decir.Aparte del primer capítulo, donde Kostia y el tristón Romashkin desencadenan los acontecimientos, y el último, donde nos reencontramos con ellos una vez pasada la tempestad, práticamente todos los capítulos están centrados en un personaje diferente. Y es aquí, en el retrato psicológico, donde brilla con luz propia y cegadora la escritura de Serge. El autor nos ofrece una galería de retratos de bolcheviques de pro, funcionarios, militares, secretarios generales, altos mandatarios, arribistas, bajos mandatarios, condenados en Siberia que nunca terminarán de expiar sus pecados, unos de espíritu noble, otros miserables, todos entregados en cuerpo y alma a la defensa de la revolución, y todos, en mayor o menor medida, conscientes de que tienen los días contados. ¿Su mayor pecado? Haber hecho la revolución, haber luchado en el ejército rojo en los años de la guerra civil, haber conocido a Lenin, haber tenido un amigo en común con Trotsky... "Que la pureza sea traición", se titula, significativamente, uno de los capítulos. Otros títulos: "Los hombres asediados", "Construir es perecer", "El viaje a la derrota" (interesantísimo episodio situado en la Barcelona de la guerra civil), o "Cada quien se ahoga a su manera"Estamos tan felices de trabajar en un koljoz.
Hay un capítulo absolutamente maravilloso titulado "A la orilla de la nada". Rishik está deportado en una miserable koljoz siberiano, donde convive con familias de pescadores y comparte habitación con un matrimonio que parece despreciarlo por no persignarse ante el icono. La única compañía que tiene es la de su vigilante, Pajómov, tan prisionero como él. A los deportados no hacía falta meterlos entre rejas, ningún ser humano sería capaz de escapar de aquella tierra. La sospechas de la trama conspirativa llegan hasta este traidor, y se reciben órdenes de que Rishik vuelva a Moscú. Las páginas que siguen, con sus descripciones del paisaje siberiano, del viaje en trineo, de las celdas y guardianes en estaciones de tren, y sobre todo, de la relación con Pajómov, son preciosas, evocadoras, tristísimas. Rishik se revela como el personaje más íntegro e inquebrantable de la novela, un hombre que lo ha perdido todo y al que no sólo no pueden doblegar, sino que, a diferencia de otros personajes, hasta el último momento es capaz de reírse de sus verdugos.Y acabada la lectura, nos quedamos con sed de más. Grandísima literatura de un personaje fascinante.