La plaza de toros de Piedrabuena es objeto de fiestas populares, actividades culturales y de cientos de visitas anuales, ¿pero conoces todo lo que aguarda?
La mayoría de vecinos y vecinas de la localidad suelen tener conciencia sobre la historia de la plaza de toros piedrabuenera, pero su historia a veces escapa a la memoria de nuestro presente.
En 1901 se decide que las ruinas del castillo se tornaran en una plaza de toros para la localidad, lo que a su vez supuso la destrucción de gran parte de esta fortaleza. Actualmente pocas partes sobreviven, como las llamadas popularmente “cuevas” que en realidad son partes de la bóveda. Ciento trece años han pasado desde que se acabara con la fortaleza de los comendadores de Calatrava, pero la historia siempre dejará su rastro.
El Castillo de Mortara no siempre recibió tal nombre, pues este se le acuña en el siglo XVIII cuando el propietario era el Marqués de Mortara, señor de la localidad. Otros de sus nombres fueron Castillo-fortaleza del comendador, Castillo del Comendador, Palacio del Conde o Castillo de señorío. El recinto existía antes de la llegada de los Mortara, pero su fecha de origen escapa a nuestras manos, llegando algunos historiadores a teorizar un posible inicio romano derivado del topónimo Petrabona. Las primeras noticias sobre una fortaleza conocida como Castillo de Piedrabuena proceden del siglo XII, pero estas más bien pertenecerían al Castillo de Miraflores, pues en aquel momento la situación militar exigía posiciones defensivas, mientras que el de Mortara no cumplía con unas características defensivas. Claro es que la cercanía de las huertas y tierras sernas, sumado esto al fin de las hostilidades con los musulmanes en la zona, hicieron que la Orden de Calatrava abandonara la idea de reforzar el de Miraflores (el cual pasó a conocerse como Castillo viejo de Piedrabuena) y recibe la orden en 1423 de poblar y reparar la Casa donde mora el comendador (el de Mortara). Se calcula que desde mediados del siglo XIII ya la Orden inició las mejoras, ampliaciones y levantamiento de esta nueva fortaleza, que durante 200 años fueron realizadas. Hacia el siglo XV existía una torre cuadrada en el centro, de dos plantas, rodeada por una muralla. En su interior contaba con unas caballerizas y un horno de uso obligatorio a todos los vecinos. En el siglo XVI, los comendadores Pedro Carrillo y Perseval Méndez añadieron cámaras y espacios habilitados para su residencia o con carácter de servicio (propio o administrativo). Así el tamaño de la fortaleza fue creciendo, pero siempre alejada de lujos debido a que se buscó economizar, usando maderas comunes para los muebles, y piedra, tierra y arena cercana (debido principalmente a que el dinero salía de las rentas de los comendadores, y solo ampliaban por presión de los visitadores calatravos). A partir de este momento es cuando comienza a llamarse Castillo de Mortara y su forma principal:
La puerta principal estaba en la torre, tras ella un pasillo abovedado que conducía hacia el patio, un patio cercado y de gran amplitud donde se encontraban los establos, pajares y un horno algo dejado de cuidados. Al lado izquierdo del pasillo principal había un total de tres bóvedas para bodega, dos de ellas de pequeño tamaño que podrían ser las que se conservan a día de hoy. Al final del pasillo se situaba también una escalera para ascender a un patio superior, donde se encontraba la cocina y despensa, con acceso hacia la cámara principal con chimenea, recámara y la habitación del comendador en el primer piso de la misma torre. La mala calidad de los materiales de construcción usados obligaban a realizar constantes reparaciones, y tras su dejadez esto supondría el estado de ruina. En el año 1500 se construyó una bodega mayor, quedando la anterior como caballeriza principal, y además se añadía un pozo con pila en un lateral de la entrada. En la parte superior de la torre había un piso superior donde se situaba un corredor-mirador con vistas hacia el río.
El siguiente comendador, Don Juan de Lanuza, era un noble aragonés que posiblemente no llegara a poner pie en Piedrabuena, y en 1540 la fortaleza presentaba un aspecto deplorable, cada vez menos habitado y con menores cuidados en su estructura. Para el año 1557 se tasaba su reparación sobre los 200.000 maravedíes, pero en el año 1563, el Consejo de Órdenes Militares consiguió que Felipe II ordenase su reparación completa bajo el mando de Don Pedro de Castro (caballero calatravo de Almagro). La reparación se llevó a cabo con peones locales y de Almagro, costando 650.000 maravedíes y dejando el castillo en espléndidas condiciones. El último comendador sería Don Enrique de Guzmán, añadiéndose en esta última etapa un nuevo horno y se reforzó la muralla. El castillo sería tasado en la cifra de 4.014.607 maravedíes, vendiéndolo el Rey a Don Alonso de Mesa en 1574 (junto a la villa de Piedrabuena por un total de 75 millones de maravedíes) y administrado por su hermano, pues Don Alonso residía en Perú.
En 1692 los Mesa perdieron la villa en favor de los Condes de Lences, que unieron título por matrimonio con el Marqués de Mortara. Se describe ya el castillo arruinado en el siglo XVIII e invadido por los vecinos para sus actividades lo cual generó una actuación del Marqués para reedificar solo una parte.
Durante la Guerra de la Independencia y la Guerra Carlista, las ya casi ruinosas dependencias del castillo fueron usadas como refugio para jinetes y caballos. Mientras tanto los últimos dueños, los Marqueses de Montehermoso, apenas se preocuparon por la fortaleza, que quedó en estado de ruina. En 1850 volvió a ser tasado, en unos 1800 reales, pero nadie ofreció nada ante su situación e inutilidad, llegando así su final y abandono hasta que se decidió convertir en un coso taurino.
Esperemos que su verdadera identidad no sea jamás olvidada.