El joven arquero, aún con el brazo izquierdo dolorido y vendado por él mismo, vio irse al búho mensajero hacia el continente, sin estar muy seguro de si llegaría bien o si nunca llegaría su mensaje. Miró hacia abajo: no acertaba a entender realmente qué estaba pasando. Era cierto que la luz del atardecer hacía que las sombras aumentasen y, por tanto, que su vista, tan precisa por el día, no lo fuera tanto por la noche, pero, tal y como había sido ejecutado aquel ataque, no se podía decir que el estratega fuera un genio. También podía ser que no tuviesen información precisa sobre las defensas del castillo, pero aún así era muy raro todo. La caballería pesada había atacado por un trozo de muralla que era prácticamente inexpugnable, mientras que se habían concentrado los arqueros en una de las puertas, cuando desde donde estaban tirando no podían alcanzar a los defensores. Sin embargo, se oían gritos aquí y allí de retirada, cuando ni siquiera habían penetrado el circulo exterior de las defensas construidas primero por los primeros señores del lugar, los Duques de Tandras o, al menos, eran los primeros de los que se tenía noticias. Después, una vez incorporado el Ducado al Imperio, y tras varios ataques de los Señores del Viento -unos piratas con un nombre increíblemente rimbombante-, habían decidido que las murallas ya existentes no eran suficientes y había que construir otro anillo defensivo interior. Entre ambos había unos doscientos cincuenta metros, por lo que a un ejército atacante le iba a resultar muy difícil sortear ambos. Se embozó aún más en la gruesa capa que portaba. Aquellos días de primavera, aunque estuvieran en el sur, eran muy engañosos: al atardecer refrescaba mucho y allí, en las almenas en lo alto del torreón noroeste, el viento se hacía notar. Aunque no llegaba a ulular, la humedad del ambiente se mezclaba con el fresco del mar, haciendo difícil poder estar sin capa. Además, las sombras le gustaban: lo ayudaban a pasar desapercibido. En una situación en la que todas las alarmas de su cerebro le decían que algo raro pasaba, lo mejor es que nadie lo localizara mirando desde un torreón, no fuera a ser que alguien pensara que él sabía que había gato encerrado. Aún no había podido considerar qué clase de gato era el que había, pero algo muy raro estaba pasando en el castillo.
Se dijo que era mejor volver a su barracón, porque alguien podía darse cuenta de su ausencia. Sí, era cierto: era solitario, desde pequeño no le había gustado mucho el trato social, pero siempre había mantenido una cierta armonía con sus compañeros, de modo que había una especie de tregua tácita entre ellos: "no te metas conmigo y yo no lo haré contigo". Sin embargo, dudaba que, en las presentes circunstancias, esa regla, que tan buenos resultados le había dado, siguiera activa. En especial, sabía de alguno que otro que iría enseguida a chivarse al supervisor.
Ahora bien, podía excluir de ese grupo de indeseables al capitán de la Guardia. El hombre, rubicundo y forzudo, aunque un poco bajo de estatura, era conocido por sus bromas soeces en las cantinas del lugar pero también por su lealtad a los hombres sobre los que mandaba. No era mal tipo aunque sí que había tenido algún problema por ir detrás de alguna mujer ya comprometida, pero, sin duda, sí que iba a escucharle y podría confiar en él.
Así que, bajo del torreón noroeste y se encaminó por la intrincada escalera mientras la vista del mar, infinita, rosada y sublime se iba cubriendo por la piedra del torreón y volviéndose a mostrar cada vez que pasaba por una aspillera una y otra vez según se acercaba a la base de la construcción. Al llegar se quedó escuchando: era raro que no hubiera nadie en todo el torreón y aún más que no se escuchara a nadie por los alrededores. Ahora ya estaba seguro de que pasaba algo.
Salió al pasillo que llevaba al Despacho General de la Guardia, donde estaría seguro el Capitán en ese momento, y se pegó a la pared. Entre las sombras de la noche, que dentro hacían prácticamente imposible la visión, salvo donde había alguna tea o alguna vela o velón, y la gruesa capa que le tapaba toda la cabeza y parte de la cara, era prácticamente imposible que alguien le reconociera. Se encontró con alguna sirvienta, con palanganas llenas de agua hirviendo que llevaba a la enfermería, pero no le reconocieron. Vio también a algún soldado pero ninguno tenía heridas graves, aunque alguno renqueaba con alguna herida un poco más severa. Vamos, como la suya propia.
Torció hacia la izquierda y se encaminó directamente a las habitaciones de la Guardia, en medio de las cuales estaba el Despacho General. Al acercarse vio todo demasiado tranquilo. No era normal: ¿y el asedio? ¿Y la rendición? ¿O no había pasado lo que él creía?
Se acercó aumentando el sigilo y se metió en un pequeño cuarto interior en el que se ponían a veces útiles de limpieza o armas que ya estaban demasiado usadas para ser útiles, pero que podían servir para otras cosas. Por suerte, no había nada que sonase y, por tanto, nadie podía oír que estaba allí. Pegó el oído derecho al muro y sólo entonces se dio cuenta de que a la misma altura de sus ojos había un pequeño agujero. El Capitán no estaba solo: lamentablemente esa sanguijuela del Gobernador, un tipo repulsivo, con el cabello grasiento y con una cara muy desagradable (una sirvienta lo había descrito como "ese señor que parece que está chupando limones de forma continuada"), estaba con él.
- Sí, Capitán, lo lamento pero ha sido un ataque muy intenso y no podemos resistir más. Debemos rendirnos y necesito su colaboración.
Andrasio hizo un gesto de asco: lo sabía, aquello no había tenido desde el principio nada de normal. Pero el Capitán miró fijamente al Gobernador y le contestó pausada pero firmemente:
- Señor Gobernador, no sé cuáles son sus intenciones pero mi deber es defender esta ciudad y no estoy de acuerdo con eso que afirmáis de que el ataque ha sido muy intenso... Hay suficientes medios en el anillo exterior, ya no digamos en el interior, como para defender esta ciudad de sus atacantes. Salvo que vos me digáis alguna otra razón de peso para que yo me rinda, no puedo hacerlo: es contrario a mi juramento como soldado y como Capitán de la Guardia.
Andrasio sonrió: ese era el Capitán, valiente como un oso... e imprudente y poco diplomático. No se debía fiar de aquella sabandija...
Entonces, vio algo que le heló la sangre. El Capitán se había dado la vuelta para coger un paliondrado muy grande que tenía en una mesa adjunta (seguramente un mapa) y había dado la espalda al Gobernador. Andrasio vio que el Gobernador sacaba una daga de entre sus ropas y se la clavaba en un costado al Capitán: vio la cara de dolor del Capitán, los ojos desorbitados mientras daba su último aliento y rezó todo lo que sabía, porque claramente el Gobernador había asesinado a alguien leal, a alguien que hubiera muerto por todos los ciudadanos... como así había pasado. Se encogió en aquel pequeño cubículo: claramente tenía que salir, pero antes tenía que coger su arco y su carcaj con cuantas flechas pudiera y desde luego su espada y su daga y cualquier cosa que le pudiera ser útil, porque tenía que escapar lo antes posible de aquel sitio.
Oyó que arrastraban algo en la habitación contigua y luego un ruido de algo que impactaba con el agua: pensó que a lo mejor el Gobernador se había tirado por el ventanuco de la habitación, pero lo desechó enseguida. Oyó entonces salir al Gobernador del Despacho General (obviamente, era demasiado cobarde para saltar por aquel ventanuco y un traidor además) y que andaba a tientas por el pasillo hasta que dejó de oírlo y aprovechó para salir y coger todo lo necesario para salir corriendo. Y sus armas.
Salió al pasillo y oyó ruido a lo lejos: bastantes personas armadas venían hacia donde él estaba. Aligeró el paso y se metió enseguida por una puerta secreta que daba al exterior del recinto amurallado y al puerto: no le habían pillado por poco y hubiera sido un buen chivo expiatorio.
Al amparo de la noche cerrada -volvió a dar gracias porque las nubes hubieran tapados las tres lunas-, fue sigilosamente hasta el puerto. Allí siempre había demanda de hombres armados que acompañasen a los barcos hasta el continente. Nunca se acordaba del nombre de la maldita ciudad aquella: ¿Mindómir? ¿Marándor? Seguro que en el puerto había algún reclutador.
Dos horas más tarde, Andrasio estaba a borde del barco mercante La Perla Dorada del Sur que iniciaba su viaje hacia Mirándomir. Cuando miró al castillo que había sido su morada durante los últimos 15 años, vio una espiral de fuego consumiendo todo lo que había sido su vida. Se prometió que no lloraría, pero no pudo evitar que dos lágrimas le surcaran la cara: se había librado por los pelos, pero cuántos no lo habrían hecho. A lo lejos, los ecos de los gritos de los que aún quedaba allí llegaban hasta el barco, aumentando la sensación de desolación.
- Eh, muchacho -le dijo el capitán, un hombre de estatura media que llevaba un parche en un ojo, con la piel curtida de toda una vida en el mar-, no te preocupes por ellos, ese castillo lleva maldito mil años.
Andrasio lo miró sin comprender. El hombre supo que el chico no había oído nada acerca de las leyendas sobre el castillo.
- Nada, chico, cosas de un viejo de mar. Baja abajo a cenar. La travesía es corta pero no me parece que vaya a ser fácil.
No, pensó Andrasio, ni la travesía ni el resto de su vida, pensó triste y muy, muy desazonado, mientras seguía mirando la espiral de fuego que subía al cielo sin descanso consumiendo todo sin que nadie pudiera hacer nada por evitarlo.
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The castle on fire:
The young archer, still with his left arm sore and bandaged by himself, watched the messenger owl leave for the continent, not being very sure if it would arrive safely or if his message would never arrive. He looked down: he couldn't really understand what was happening. It was true that the evening light made the shadows increase and, therefore, his vision, so precise during the day, was not so good at night, but, as that attack had been carried out, it could not be said that the strategist was a genius. Maybe it was that they did not have precise information about the castle's defenses, but it was still very strange. The heavy cavalry had attacked through a piece of wall that was practically impregnable, while the archers had concentrated on one of the gates, when from where they were shooting they could not reach the defenders.
However, cries of retreat could be heard here and there, when they had not even penetrated the outer circle of the defenses first built by the ancient lords of the place, the Dukes of Tandras or, at least, they were the first of whom something was known about. Later, once the Duchy was incorporated into the Empire, and after several attacks by the Lords of the Wind - pirates with an incredibly bombastic name - they had decided that the existing walls were not enough and another inner defensive ring was built. Between them there were about two hundred and fifty meters, so it was going to be very difficult for an attacking army to get around both. Much more difficult with this idiots.
He covered himself even more in the thick cloak he was wearing. Those spring days, even though they were in the south, were very deceptive: in the evening it was very cool and there, on the battlements at the top of the northwest tower, the wind was noticeable. Although it did not ululate, the humidity of the environment mixed with the coolness of the sea, made it difficult to be without a cape. Besides, he liked the shadows: they helped him go unnoticed. In a situation in which all the alarms in his brain were telling him that something strange was happening, it was best that no one spotted him looking from a tower, lest someone think that he knew something was wrong. He still hadn't been able to consider what kind of wrong it was, but something very strange was happening in the castle.
He told himself that it was better to return to the barracks, because someone might notice his absence. Yes, it was true: he was a loner, and since he was little he had not really liked social interaction, but he had always maintained a certain harmony with his companions, so there was a kind of tacit truce between them: "don't mess with me and I won't mess with you". However, he doubted that, under the present circumstances, that rule, which had given him such good results, was still active. In particular, he knew of someone who would immediately go and tell the supervisor about his whereabouts if he knew.
Now, he could exclude the captain of the Guard from that group of undesirables. The man, ruddy and strong, although a little short in stature, was known for his crude jokes in the local cantinas but also for his loyalty to the men over whom he commanded. He wasn't a bad guy, although he had had some problems for going after some woman who was already engaged, but, without a doubt, he was going to listen to him and he could trust him.
So, he went down from the northwest tower and headed down the intricate staircase while the view of the sea, infinite, pink-ish and sublime, was covered by the stone of the tower and shown again every time he passed through a loophole again and again as he saw. approached the base of the construction. When he arrived he stayed listening: it was strange that there was no one in the entire tower and even more so that no one could be heard in the surrounding area. He was now sure that something wrong was happening.
He went out into the hallway that led to the General Guard Office, where the Captain would be safe at that moment, and pressed himself against the wall. Between the shadows of the night, which made vision practically impossible inside, except where there was a torch or a candle, and the thick cloak that covered his entire head and part of his face, it was practically impossible for anyone to recognize him. He met some maid, with basins full of boiling water that she took to the infirmary, but they did not recognize him. He also saw some soldiers but none had serious injuries, although some were limping with a slightly more severe wound but he doubted they even noticed him. In fact, he was also wounded.
He turned to the left and headed directly to the Guard's quarters, in the middle of which was the General Office. As he approached he saw everything too calm. It was not normal: what about the siege? And the surrender? Or those things hadn't actually happened even if he had seen them?
He approached, increasing his stealth, and entered a small interior room where cleaning supplies or weapons that were already too used to be useful, but that could be used for other things, were sometimes placed. Luckily, there was nothing that could sound shrill and therefore no one could hear that he was there. He placed his right ear against the wall and only then realized that at the same level as his eyes there was a small hole. The Captain was not alone: unfortunately that leech of the Governor, a repulsive guy, with greasy hair and a very unpleasant face (a servant had described him as "that man who looks like he is constantly sucking lemons"), was there too. - Yes, Captain, I'm sorry but it has been a very intense attack and we cannot resist any longer. We must surrender and I need your collaboration.
Andrasio made a gesture of disgust: he knew it, there had been nothing normal about this from the beginning. But the Captain looks at that disgusting man intently and said:
- Mr. Governor, I do not know what your intentions are but my duty is to defend this city and I do not agree with what you say that the attack has been very intense... There are enough means in the outer ring, let alone in the interior, to defend soundly this city from its attackers. Unless you tell me some other compelling reason for me to surrender, I cannot do it: it is contrary to my oath as a soldier and as Captain of the Guard.
Andrasio smiled: that was the Captain, brave as a bear... and reckless and undiplomatic as he had shown. He shouldn't trust that vermin...
Then, he saw something that made his blood run cold. The Captain had turned around to pick up a very large paliodrado that he had on an adjacent table and had turned his back on the Governor. Andrasio saw that the Governor took out a dagger from among his clothes and stuck it in the Captain's side: he saw the Captain's face contorted by pain, his eyes bulging as he took his last breath and Andrasio begged everything he knew in the skies (or wherever those entities that the priests said protect every being, were) to protect him because clearly The Governor had murdered someone loyal, someone who had died for all the citizens... as it had happened. He cowered in that small cubicle: clearly he had to get out, but only after he had grabbed his bow and his quiver with as many arrows as he could and of course his sword and his dagger and whatever he could take with him because he had to escape from that place as soon as possible.
He went out into the hallway and heard a noise in the distance: quite a few armed people were coming towards where he was. He quickened his pace and immediately entered through a secret door that led to the outside of the walled enclosure and the port: he had not been caught narrowly and he would have been a good scapegoat.
Under the cover of the pitch black night - he was thankful again that the clouds had covered the three moons - he went stealthily to the port. There was always a demand for armed men to accompany the ships to the continent. He never remembered the name of that damned city: Mindómir? Marandor? Surely there was a recruiter at the port.
Two hours later, Andrasio was on board the merchant ship The Golden Pearl of the South that began its journey towards Mirandomir. When he looked at the castle that had been his abode for the past 15 years, he saw a spiral of fire consuming everything that had been his life. He promised himself that he wouldn't cry, but he couldn't stop two tears from streaming down his face: he had narrowly escaped, but how many wouldn't have.
"Hey boy," said the captain, a man of average height who wore a patch over one eye, with skin tanned from a lifetime at sea, "don't worry about them, that castle has been cursed for a thousand years."
Andrasio looked at him without understanding. The man knew that the boy had not heard anything about the legends about the castle.
- Nothing, boy, things from an old man of the sea. Go downstairs for dinner. The journey is short but I don't think it will be easy.
No, Andrasio thought, neither the journey nor the rest of his life, he thought sadly and very, very disheartened, as he continued looking at the spiral of fire that rose to the sky without rest, consuming everything without anyone being able to do anything to prevent it. ________________
NOTA: Podéis ir a los enlaces de los que se han cogido las imágenes, pinchando en cada una de ellas.