Cuando surgió la oportunidad de leer El castillo no me lo pensé dos veces, a su favor que la anterior novela del autor, 33 escalones me gustó mucho, que se desarrolla en una época histórica que me apasiona literariamente; en su contra, la extensión casi 700 páginas, tapa dura y un peso considerable. Decidí encarar su lectura en el seno de una lectura simultánea en twitter y aunque intenté organizarme todos los participantes la terminaron antes que yo.
Aún así puedo deciros que Luis Zueco me ha convencido de nuevo, que esta historia que gira entorno a la construcción del castillo de Loarre se me ha hecho incluso corta, que hay personajes de los que hubiera querido saber más, mucho más, no me hubiera importado que tuviera un centenar o incluso un par de ellos más para satisfacer mi curiosidad.
Quizás aquellos que toman el género de la forma más purista, no queden satisfechos con la lectura de esta novela, porque el autor se toma algunas licencias para que le encaje la trama, sin embargo yo que busco más la vertiente social y emotiva de una historia, que sepa trasladarme a sus calles, a sus casas, a sus hábitos, me he encontrado pasando penurias con estas gentes rudas, que se enfrentaban sin desaliento a las inclemencias temporales, a los ataques de los sarracenos, al hambre...
Reconoce Luis Zueco que la novela histórica impone muchas restricciones a los autores, por ello, el toma un hecho histórico, y personajes que existieron realmente y los usa como secundarios, como motivo de arranque y a partir de ahí en esta novela le da la voz a los hombres y mujeres que hicieron posible la construcción, una novela coral en la que los personajes entran y salen sin previo aviso, y deja al lector esperando el momento en que volverá a irrumpir y como lo hará.
Por todo ello creo que es una novela que puede gustar a un amplio numero de lectores, aunque la novela histórica no este entre sus géneros favoritos. Pero voy por partes que me adelanto y el ansia me puede.
El autor:
Luis Zueco nació en Borja en 1979 y es novelista, historiador, investigador y fotógrafo. En la
Su novela El escalon 33 recibió la Mención de Honor en el Premio Internacional de Novela Histórica Ciudad de Zaragoza 2012, el Premio al mejor Thriller Histórico 2012 dela web Novelas Históricas y fue seleccionada en el I Certamen de Novela Histórica Ciudad de Úbeda. También ha publicado la novela histórica Tierra sin rey y la guía Castillos de Aragón: 133 rutas.
Sinopsis:
Entre la Tierra Llana y el Pirineo aragonés se encuentra el monumento militar románico más importante de Europa: el castillo-abadía de Loarre, construído cuando esa zona era una peligrosa tierra de frontera ¿Cómo se edificó? ¿Quién logró tal azaña?
Todo comenzó cuando el rey Sancho III el Mayor, decidió levantar una fortificación en una recóndita sierra, poco poblada, y desde la que se podía avistar al enemigo musulmán. Y con la promesa de un futuro mejor, atrajo a un grupo de hombres y mujeres para quienes la superviviencia era una heroicidad cotididiana.
Entre ellos, un maestro de obras lombardo; Juan el carpintero y su hijo Fortún; Ava la arquera; Javierre, un muchacho cuya ambición creció a la par que el castillo, y un sacerdote fiel al viejo rito hispánico, acompañado de la inteligente y misteriosa Eneca.
Y con sus medios y conocimientos lograron culminar el castillo desde el que se gestó uno de los más importantes reinos medievales, clave de la Reconquista.
Esta novela narra el sueño de aquellos que desafiaron su destino hace mil años, en un fabuloso enclave que ha quedado suspendido en el tiempo.
Es la épica historia de unas gentes que amaron, sufrieron, lloraron y rieron como nosotros.
Hombres y mujeres que lograron construir una de las fortalezas medievales más grandiosas del mundo: el castillo de Loarre.
Mis impresiones:
Se agradece en toda novela de estas dimensiones y sobre periodos históricos que no nos son demasiado conocidos que el autor sitúe al lector, llama la atención la calidad de la edición, muy cuidada y se puede que decir que incluso lujosa. En las contratapas interiores el mapa de los dominios del rey Sancho III, y la herencia de Sancho III a su muerte. Antes de comenzar la ficción histórica un dramatis personae, en el que se nos diferencian los personajes históricos de los de ficción, ello nos permite situarnos en cualquier momento de la lectura.
La trama discurre durante el s. XI, en que los distintos reinos de España intentaban buscar enclaves para vigilar al enemigo, los arabes, y desde donde iniciar la Reconquista. Que el autor siente autentica pasión por los castillos no es una novedad, no en balde parte de su vida gira en torno a ellos y también parte de su obra escrita. Muchos son los castillos que estuvieron en el punto de mira de Luis Zueco para convertirlos en ficción novelada, pero finalmente fue la Fortaleza-abadía de Loarre el elegido, quizás por ser un referente europeo románico, quizás por ser el único que se construyo de forma lineal, durante 70 este castillo fue tomando forma y sufriendo variaciones para adaptarlo a las necesidades del momento.
La historia arranca en el castillo de Javier, donde conocemos a Eneca una niña muy peculiar. En el asalto a la torre de Javier Eneca pierde a su padre, y a su abuela, su madre que la guía fuera del castillo a través de túneles también desaparece dejándola sola en el bosque, a merced de alimañas, y necesitando buscarse la vida. De esta forma Eneca deja una vida confortable y sobrevive en una cueva en compañía de una mujer arisca que le enseña el poder de la naturaleza y de las plantas que viven en ella.
Al mismo tiempo el Rey Sancho III, el Mayor, decide construir una fortaleza en la frontera con el enemigo, una gran máquina de guerra, a 10 km de los árabes desde donde poder vigilarlos e iniciar la reconquista y expansión de los reinos del Norte hacia el sur. El enclave elegido es Loarre, que por su orografia es poco accesible y poco propicio para una empresa de este tipo. Al tiempo que se encuentra desprovisto de mano de obra y de materias primas para emprenderla.
El camino de Eneca no es nada sencillo, al final consigue aprender en un medio hostil, pero de nuevo se ve abocada a la soledad siendo tan solo una adolescente, en ese camino un sacerdote se hace cargo de ella disfrazándola de novicio, ellos serán unos de los muchos que llegaran a Loarre en busca de una vida mejor.
Hasta allí también llegará Juan el carpintero, con su hijo Fortún, un joven soñador y algo despistado, que será uno de los personajes que más evolucionará a lo largo de la trama, porque la desgracia hace madurar y crecer.
La construcción se le encargará al maestro lombardo, un personaje sin nombre, el único de su gremio que todavía queda en la península, grandes conocedores de la arquitectura, la mayoría se habían marchado dejando iglesias y castillos inconclusos, nuestro maestro no será una excepción, aunque por motivos muy distintos. El libro que consulta el maestro lombardo y en el que guarda los principios que le sirven para construir se piensa que pudiera ser el Tratado de Vitrubio, esos conocimentos se pasaban de padres a hijos, nadie profano a la materia podía acceder a su sabiduría. Podría decirse que nos encontramos ante los inicios de las logias.
Hasta ese enclave también llega Javierre, el hijo de un pastor con ambición desmedida y sueños de grandeza, un hombre para el que el fin justifica los medios, en un primer momento se erige en defensor de Fortún, pero la vida los llevará por caminos muy distintos, aunque ambos terminarán creciendo madurando y convirtiéndose en hombres importantes.
Y una mujer de bandera se pondrá al servicio de la defensa de la construcción, Ava la arquera, un personaje que se me ha quedado corto, muy atractivo y mal amortizado, hubiera podido dar mucho más juego. Me ha dejado con más preguntas que respuestas, y posiblemente no se las haya planteado ni el mismo autor.
Los personajes históricos están al servicio de la trama, siendo los de ficción los que sostienen el peso de la novela, están bien perfilados, con muchos matices, a la mayoría los ves evolucionar, crecer, madurar, salir y entrar de Loarre, y muchas veces incluso de la historia que se cuenta. Nos encontramos ante una novela coral, en la que unos pocos personajes sostienen el peso de la trama, el triangulo formado por Eneca, Fortún y Ava, y por otro lado Javierre.
Las dos mujeres son antagonistas y tienen un interés común el amor de Fortún, nada hacía presagiar que ese joven apocado e instalado en sus mundos pudiera llegar a suscitar el interés de dos mujeres tan distintas como valientes. Ava es fuerza, arrolladora, independiente y alérgica al compromiso del que huye como alma que lleva el diablo. Eneca por su lado es pura espiritualidad, pero no precisamente religiosa, Eneca es la unión de dos mundos el pagano y el religioso, el poder de la naturaleza y de sus dioses que en el Norte tienen mucha fuerza, y la defensa del rito de Toledo que se ve amenazado por el nuevo rito de Roma.
Por su lado los dos hombres también son antagonistas. Fortún pasa de ser un muchacho apocado a convertirse por su gran tesón y facilidad de aprendizaje en un gran maestro de obras. Javierre por su parte ambicioso, utiliza todos los medios para conseguir sus fines, aunque estos no sean todo lo limpios que se desearía. Su gran ambición lo llevan a convertirse en Obispo de la orden de Cluny y vuelve a Loarre dispuesto a descargar todo su odio sobre Fortún y Eneca.
Una ambientación muy lograda
Si importante son los personajes en la construcción de esta novela, no menos lo es el trasfondo histórico en el que se ubica, el medievo. Se trata de una época oscura, dominada por los distintos reyes, señores feudales y la Iglesia. En el momento en que se desarrolla esta novela, el clero está dividido y afronta una lucha interna, que como no, se dirime con astucia. En España el rito de Toledo va viéndose desplazado por el proveniente de Roma y que la orden de Cluny se encarga de ir obligando a adoptar. Loarre es uno de los pocos reductos que siguen defendiendo los ritos tradicionales. Es la religión una forma de aleccionar al pueblo y de mantenerlo sometido en aras al temor ancestral a la ira de Dios. De esa forma veremos como el maestro de obras acude al sacerdote cuando necesita que los hombres se apliquen más en el trabajo.
Poco se de historia del Arte sin embargo, si algo me gustaba en mi época de estudiante era la iconografia religiosa, en una tiempo en el que sólo sabía leer el clero, y unos cuantos nobles, se necesitaba de las imágenes para aleccionar al pueblo, para que con una simple mirada sintiera todo el temor que desde los púlpitos los sacerdote se encargaban de alimentar. Y El Castillo nos ofrece toda una lección, se nos relata el esculpido de los capiteles, nada en la construcción de un templo en esa época es casual, se tiene en cuenta incluso como incide la luz en el templo, porque es símbolo de la grandeza de Dios.
Luis Zueco plasma en esta novela la documentación recogida durante dos largos años, es visible tanto en los términos arquitectónicos utilizados en la construcción de la fortaleza militar como en la de la abadía que se ve obligada a albergar en los últimos tiempos. Y como no en los capiteles que adornan dicha abadía y en la gran cúpula que Fortún construye por mandato de Javierre.
Esta parte, ralentiza un poco la lectura, y puede que sea la menos atractiva para aquellos que no gusten de la Historia del arte, a mi me ha servido para aprender un poco más y aunque si es verdad que esas páginas pasaban más lentas las he disfrutado de igual modo.
Pero como no todo era religión en estos días los sacerdotes se veían obligados a lidiar también con el paganismo, con los dioses de la naturaleza y ahí el exponente es Eneca, una mujer temida y al mismo tiempo querida por todos, conocedora de los poderes curativos de las plantas, y poseedora de unos poderes paranormales que le permitían anticipar los peligros.
En esta época convulsa el mayor enemigo lo constituían las Taifas, reinos llanos y abundantes, en los que la agricultura era mucho más sencilla, donde las casas de barro y adobe se convertían en grandes palacios marmóreos. Ni siquiera Loarre se libro de su asedio, y gracias a ello pudieron ir rectificando las defensas, haciéndolas más solidas.
Pero no toda la acción transcurre en Loarre, Fortún se ve obligado a abandonar el enclave a la muerte del lombardo y de su padre, tiene que buscar quien le ayude a interpretar el libro del lombardo y convertirse así en un maestro de obras que le permita terminar una fortaleza que queda sin futuro. Y en ese viaje, además de madurar y aprender un oficio que en un principio le estaba vedado, también aprovecha Luis Zueco para darnos una lección de arquitectura, esta vez de templos románicos. Las plantas, las arquivoltas, los arcos de medio punto, todo este vocabulario que posiblemente nos suene de nuestra época de estudiantes se torna aquí cotidiano, pero no por ello pesado.
De la mano de Luis Zueco podemos ser testigos de las diferencias sociales que imperaban en la época, la riqueza de vestuario de los nobles que contrasta con los ropajes vastos y de abrigo de los campesinos, vasallos suyos en muchos casos. También los gremios, compartimentos estancos de los que era muy difícil salir. Los oficios pasaban de padres a hijos, sin que fuera posible salvo honrosas excepciones salir de ellos. En esta trama esas excepciones las constituyen Javierre y Fortún, el primero debería haber sido pastor y el segundo carpintero, sin embargo ambos aprovechan para labrarse un futuro mejor, Javierre aprovechando la necesidad de la orden de Cluny de adeptos y defensores de su causa, Fortún por la herencia del maestro lombardo, un libro que le abrirá las puertas a un mundo vedado para él.
En Loarre somos testigos de las inclemencias temporales, de como estas afectan al avance de la construcción, pero también al día a día de las gentes que viven en el asentamiento, cuando Fortún se traslada a la ciudad somos testigos del contraste entre la vida rural y la de las ciudades, aunque allí también hay distinciones sociales y quedan plasmadas.
Conclusión:
Luis Zueco hace gala de un lenguaje sencillo, que aunque plagado de tecnicismos propio de las construcciones de la época en ningún momento se hace pesado. A través de su cuidada prosa recorremos el s. XI a través de tres partes dividas en un prefacio y 76 capítulos. Cada capítulo te sitúa tanto en el tiempo como en el espacio y de esta manera el lector no se siente perdido en ningún momento.
A una ambientación soberbia se unen unos personajes ficticios bien perfilados, con muchos matices, con los que se puede empatizar fácilmente, o incluso llegar a odiar, en mi caso me sucedió con Javierre, desde el primer momento sospeché que no era trigo limpio. Sólo Ava me ha desencantado un poco, porque esperaba más de este personaje y al final no se le ha sacado todo el partido que podría haber dado de sí.
Por la forma de enfocar la historia el autor, pienso que es un libro que puede gustar a un amplio numero de lectores, quizás solo los más puristas, aquellos que gozan con la novela histórica pura, puedan encontrar peros a esta novela. Pero ya el autor reconoce que hace ficción histórica, y que le gusta transgredir los rígidos cánones de la novela histórica.
Esta reseña participa en La Yincana Histórica: En siglo a siglo. La acción transcurre desde la prehistoria al s. XII